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Trabajo
ОглавлениеLe droit à la peresse fue escrito en 1880 por Paul Lafargue; es una refutación del derecho al trabajo, que apareció por primera vez en el semanario Egalité y se reeditó en 1883. En ese texto, el autor ataca con furia la nueva moral capitalista, acusándola de haber renegado de los pensadores franceses y del paganismo, obligando con su prédica a los obreros a abstenerse de todo deseo de cuerpo y espíritu, esa moral capitalista que supone “condenarle al papel de máquina que realiza un trabajo sin tregua ni piedad”. El manifiesto de Lafargue propone un camino para contrarrestar al naciente monstruo capitalista, que consiste en develar la hipocresía de una época que ve en la tierra, en el mundo, un simple y mortuorio valle de lágrimas de los trabajadores, una clase obrera impedida de dar rienda suelta a sus buenas pasiones y sometida a la atroz necesidad de trabajar y trabajar, casi sin pausas ni respiro. Esa concepción le inocula una suerte de novedosa y atormentada locura: el amor al trabajo. El gran triunfo del capitalismo de entonces, su gran éxito demencial, consistió en hacer creer al proletariado que aquello que de verdad deseaba no era la dicha –o el pensamiento, la diversión, las festividades, el trabajar menos, el tiempo libre o la lectura– sino la condena misma al trabajo. El manifiesto de Lafargue fue la expresión agónica de quien comprende que es urgente acceder a otra vida, otro hogar, otra familia –en fin, a otra sociedad– porque aquella por la que han luchado ya está destruida o se encuentra exánime: “De nuestra época se dice que es el siglo del trabajo y es, en efecto, el siglo del dolor, la miseria y la corrupción”. La contestación a la miseria y al confinamiento de los trabajadores a un tiempo forzado de labor se halla en la palabra “pereza”, de la que Lafargue extrae su sentido más formativo y pedagógico. Habría –dice– que revolucionar la propia exigencia del proletariado, instándolo a batallar por el tiempo libre –ni de producción ni de consumo– alejándose de las fórmulas perversas e infrahumanas de la fabricación excesiva y la sujeción a las mercancías. De aquí que la batalla por la liberación del tiempo, la batalla por el tiempo libre, sea una lucha por cierta escuela, quizá por cierto modo de hacer escuela. Tal vez se trata, sobre todo, de matar el tiempo que nos mata, de dejarnos estar –como modo de formación y de resistencia– en cierto régimen de la pereza. Porque si “descansar es salud”, como asevera un viejo proverbio, se entiende mejor –como bien apunta Facundo Giuliano– la frase que solía estar a la entrada de algunos campos de concentración: “El trabajo hace libre”.