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Singularidad

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Es conmovedor y adviene una profunda gratitud cuando la literatura incorpora con absoluta naturalidad la presencia de personajes que entrañan aquello que habitualmente es nombrado como discapacidad, sin hacerlos avergonzarse de sí mismos. Ni tampoco humillarlos, como si fueran raras excepciones a la norma, desvíos extravagantes, freaks de circo o pura tipificación de una deficiencia, esto es, de ausencia, de falta o de incapacidad. No se trata de juzgar la precisión o no del retrato de esos cuerpos habitualmente considerados anormales, o de cómo la literatura resuelve –si resuelve– todo aquello que no lograron la ética, la política y la justicia: su presencia entre los demás, su posibilidad de estar siendo como cualquiera, el límite al ensañamiento y la evitación de batallas jurídicas, culturales, políticas, lingüísticas y educativas que se tejen y se deshilachan a su alrededor. Aquello que está en juego no es quiénes son o qué son de verdad estos personajes realmente, como si se tratase de una obsesión por unas particularidades esenciales, sino la forma en que hacen cosas para sí y entre otros y cuya excepción resulta disimulada –pero no encubierta– por los avatares comunes de la experiencia humana. ¿Excepcionalidad o singularidad? Un relato no de deformidad o de una pretendida descripción del universo de lo humano en términos de confrontación entre lo regular, lo habitual, y lo que excede o desborda al imperioso orden y la aparente calma. Dicho de otro modo: que lo excepcional/singular surja en la literatura como un modo de alargar la experiencia de lo humano y no de acortarla, bajo la oposición de lo correcto o incorrecto, lo natural y lo bestial. Que la literatura, de vez en cuando, presente batalla a la infección del lenguaje del poder, diluyendo la estrechez de lo humano y haciendo ficción de una vida múltiple, sin los artificios normalizadores de la ciencia, ni los dispositivos violentos y erráticos de la ley. Porque un mundo –un lugar, un tiempo, un lenguaje– apenas dividido, por ejemplo, en términos de normal/anormal, eficiente/deficiente, no solo parece poco interesante y a la vez opresivo, sino también empobrecido, al perpetuar la indigna fijación a una forma de normalidad y de moralidad malolientes.

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