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Qué capital del mundo maravillosamente científica
ОглавлениеVolvamos a Buenos Aires. Escribo en una laptop y Vicente lleva un marcapaso de última generación, por mencionar lo más próximo. Si están a nuestro alcance, las maravillas de la ciencia alargan nuestra vida y la hacen más confortable. Acá como en cualquier otra parte. Muchas veces me pregunto qué es esta pasión de eternizar la vida humana, y creo que es tan poca pasión como la que mueve a los devotos del botox, de la ingeniería estética o del psicofármaco del desayuno y la cena.
O a los devotos del “por si acaso”; se someten una y otra vez a penosas verificaciones y reaseguros alentados por la medicina actual, una de las versiones del pluscuamperfecto amo moderno (para bienaventuranza de los laboratorios que lo promueven). Leí sobre dos mujeres, creyentes del probabilismo genético, que se extirparon los pechos “por si acaso”. ¡Bravo! Lo harán otras.
El asunto es que el pánico, el perpetuo miedo a la muerte, el reaseguro constante contra el paso del tiempo van encajonando la vida en su versión más pobre y automática. La vida de un porteño de clase media puede parecerse a la que muestran los medios de comunicación masiva que nos dicen –cada mañana o cada anochecer– qué nos conviene tener, dónde está el enemigo, a quién debemos temer, y qué debemos ver. Después de todo cuentan con el indicador infalible de influencia pública/éxito económico: la medición de sus audiencias.
Audiencias que ponen de manifiesto la vastísima clase media, muy heterogénea y extendida en extremos muy alejados entre sí, los que al parecer se acercan en la constancia de algunas aspiraciones comunes.
Las aspiraciones “comunes” que ya no incluyen a los que no esperan la inclusión.
En la misma ciudad y en el llamado cono urbano, hay zonas, barrios30, asentamientos, villas de emergencia multiplicadas de manera colosal en espantosas condiciones de vida. ¿En qué creen, qué esperan, de que sufren los sujetos que provienen de esa franja y acuden a los servicios de psicopatología? ¿Qué hacemos ahí?
La gran ciudad crece empujando para extenderse como una mancha de aceite si pudiera. Sí, crece ensanchando los márgenes. Hay barrios cerrados y barrios cerrados. Unos son countries (como les dicen), otros son villas y zonas de exclusión. De estas sabemos poco y mal.
La información masiva no informa, María; es tendenciosa y reiterativa, y si la dejara envolverme me asaltaría con un millón de palabras.
Me gusta salir temprano a la calle, caminar un poco, mirar el cielo mientras despunta el fragor ciudadano, tomar el café de cada día y leer ahí un rato. Cuánto me costó encontrar un lugar medianamente silencioso. Todo parece invadirnos. La música/ruido que nos imponen. El zumbido de las noticias sin parar, sin parar, sin parar.
A la cotidiana y reiterativa “revelación” periodística de los más diversos desastres o enredos políticos se agregan las hazañas científicas. Te cuento una: “se ha descubierto la hormona del amor; en aerosol, calmaría la agresividad”. Se trata de la oxitocina.
Es la nueva fe, obtusa como la del carbonero, y lo peor es que puede provenir de las universidades más prestigiosas del mundo. Ante eso que nos inunda, María, mejor ser como el trapero, que junta de aquí y de allá, elige y separa, guarda y desecha.
La estupidez me parece el mayor insulto al pensamiento orientado. En rigor, eso depende de lo que cada uno quiera meterse en la boca o por los ojos, pero es cierto que el ser hablante y pensante está expuesto a ser aplanado, aplanarse y dejarse aplanar como una moneda de cinco centavos.