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Los españoles venidos para no quedarse y para quedarse

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Querida María, también sería bueno echarle una mirada a la España de la conquista.

Esta América no nació tocada por el aura de cierta decepción filosófica que en Europa se convertía en impulso hacia los estudios científicos y experimentales. No. ¡No!

Sobre el filo del siglo XVI, España, comparable en poder con Francia, no era Francia. Ancestrales y rudas historias, en aquella soledad de península alejada y extrema, surcaron un rostro apenas europeo. En tiempos de Colón, la Corona afrontaba, por un lado, los costos financieros propios de sus lazos dinásticos, y por otro, las enormes erogaciones de una guerra de siglos contra los moros. Si un día los reyes mandaron a Colón a sus delirios, fue una tirada de dados con suerte.

No soñaron que se encontrarían con ese pedazo de oro en bruto que se llamó América, fiebre, avaricia y coraje de gobernantes y navegantes, justo en el siglo del Concilio de Trento, con un papado decidido a impedir la diáspora de sus fieles hacia el protestantismo y una Inquisición española que se le había anticipado con eficacia.

De modo que la España barroca del siglo XVI y el Virreinato de Nueva Méjico serían los escenarios donde la Iglesia iba a mostrar que no estaba muerta, donde el arte devoto exhibiría los cuerpos martirizados, la liturgia reluciría en pompas de oro, plata, policromía, polifonía y mucho más, y en las sombras, la Inquisición chuparía a los interesados en las novedades perniciosas (el luteranismo antes, después la Ilustración). Salve Roma, la tua luce non tramonta31.

En la Iberia católica y orgullosa, muchos se lanzaron y a otros los mandaron a la aventura del nuevo mundo; los que no habían dejado en el viejo nada que valiera algo se quedaron.

Pero de lo que pasó en los siglos XVI y XVII en nuestro suelo los argentinos solemos no saber nada. No nos privamos de reiterar vagas generalidades. Los analistas no parecemos interesados en estas cuestiones. ¿Será que no hay nada que leer en ellas?

Me interesa pensar qué quedó y qué no quedó de la empresa de la Conquista. Sin duda quedó una lengua y una forma de venir a apropiarse del nuevo mundo. Trataron tierras, riquezas y hombres como bienes de expropiación. La explotación económica comenzada iría cambiando de manos y de destinos con el beneplácito nacional.

Pero no voy a tratar con unos plumazos generalizadores la dominación de España.

Quedó la descendencia de los que se mestizaron –hablo de una vasta y compleja mestización– y quedó la fe de la Iglesia, por mucho que haya sido metida a la fuerza.

Porque la Iglesia fue siempre dos: la jerárquica de la injerencia en los poderes, y la del abrazo fraternal del amor cristiano, ambas inexorable y necesariamente ligadas al mandamiento del Padre, con su lógica universal; no es poca cosa ese Padre que invita a decir Abba! la voz hebrea a la vez coloquial y entrañable que lo invoca.

Lógica tan universal como la lógica del materialismo dialéctico. Y tan atractiva.

Pero mientras el catolicismo impone ciertos sacrificios y promete un eterno cielo, el marxismo prometía el Bien del proletariado, una vez que la revolución lo librara del yugo capitalista. A precio de sangre.

El problema de estas lógicas universales en los movimientos sociales y políticos, María, es que, una vez que se sabe cuál es el Bien, alcanzarlo implica la liquidación del mal con fines de Bien. Por esa pendiente, tanto la Iglesia como los marxismos han podido caer del lado de los totalitarismos.

La exaltación del bien esconde lo peor.

Recuerdo el impacto que me causó hace muchos años el libro de Huizinga32 cuando aparecieron delante de mis ojos las multitudes cristianas de la Edad Media, tan enloquecidas de gusto ante los tormentos públicos, las hogueras y los patíbulos como cualquier otra multitud.

Con el abrazo fraternal los misioneros trastornaban las antiguas creencias indígenas, cuando no a los indios; con el mismo ímpetu les ofertaban sus vidas hasta el martirio. Un joven trapense asesinado hace poco con otros once cerca de Argel dejó un poema. En fin, queridos amigos / es necesario que entre nosotros quede esto bien claro / Soy suyo, sigo sus pasos / voy hacia mi plena verdad pascual.

América tuvo una larga lista de santos y de mártires cristianos. Yo pienso que en estos lados, María, muchas cosas todavía pasan por el Dios –como decía la quechua y querida Doña Paula de tu infancia– y por los dioses y por las abundancias lenguajeras de nuestros pueblos, que no han desaparecido. Aún. Los curas tercermundistas de los sesenta lo sabían. También están las trazas de lo que en Argentina fue construido, generado, propuesto, soñado, abandonado, destruido, reconstruido, ganado y otra vez perdido, pensado y de golpe borrado; de nuevo prometido, iniciado, otra vez robado e incumplido.

El síntoma nacional y su repetición.

Querida María

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