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Objetos cotidianos - 3 de enero

La honda, el pato y el perdón

“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia...” (Heb. 4:16).

Richard Hoefler narra la historia de un niño que estaba de visita en la casa de sus abuelos y había recibido su primera honda. Muy entusiasmado, salió al bosque a practicar, pero no pudo pegarle a nada. Después de un rato, se dio por vencido y emprendió el camino de regreso a la casa. Cuando llegó al patio, vio al pato que su abuela tenía de mascota y, sin pensarlo demasiado, le lanzó una piedra. Después de sus frustrados intentos con la honda en el bosque, lo último que se imaginó fue que este golpe sí daría en el blanco. El pato cayó muerto.

El niño entró en pánico. Rápidamente, lleno de desesperación, escondió el pato muerto entre un montón de leña pero, apenas levantó la mirada, vio que su hermana lo estaba observando. Sally había visto todo. Sin embargo, se quedó callada.

Ese mismo día, al terminar el almuerzo, la abuela le pidió a Sally que lavara los platos. Pero Sally contestó: “Johnny me dijo que él quería ayudar en la cocina hoy” y, de forma comprometedora, mientras miraba a Johnny, continuó: “¿No, Johnny?” Se le acercó y en un susurro le dijo: “Acuérdate del pato”. Así que Johnny se levantó y lavó los platos.

Más tarde, el abuelo les preguntó si querían acompañarlo a pescar, a lo que la abuela respondió: “Lo lamento, pero necesito que Sally me ayude a preparar la cena”.

Sally, con una sonrisa triunfante y confiada, dijo: “No hay problema, Johnny me dijo que él quiere ayudarte”. Nuevamente se acercó a Johnny y le susurró: “Acuérdate del pato”. Así que Johnny se quedó en la casa mientras Sally iba a pescar con el abuelo.

Pasaron varios días en los que Johnny tuvo que cumplir con sus tareas y también con las de su hermana, hasta que no aguantó más y le confesó a su abuela la verdad acerca de cómo había matado al pato.

“Ya lo sabía, Johnny”, le dijo mientras lo abrazaba. “Ese día estaba parada al lado de la ventana y vi todo. Como te amo, te perdoné. Pero me preguntaba hasta cuándo dejarías que Sally te tuviera esclavizado...”

Hoy, no nos dejemos esclavizar por el enemigo. Vayamos a Dios. Él sabe todo y está listo para ofrecernos su perdón.

Hoy camino con Dios

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