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¿Para quiénes son estas letras?

Me parece que vivimos un gran duelo. Un duelo global, que se suma a nuestros duelos –así, en plural– personales.

En términos generales se vive un duelo cuando sentimos sufrimiento por la pérdida. Se suele relacionar el duelo únicamente con el dolor por la muerte de alguien que amamos. Pero hay quienes incluyen en este concepto el dolor por distintas pérdidas, incluidas aquellas que podemos considerar positivas, como cambiarnos a una casa más linda o a un mejor empleo; porque de todas maneras puede haber dolor en lo que se deja, en lo que se suelta.

La pandemia por COVID-19 nos ha representado pérdidas a distintos niveles. Para empezar, hemos perdido las certezas. Sean éstas las que hayan sido. Millones han perdido su empleo. Muchas personas han perdido su patrimonio precario y frágil, o dura y largamente construido. Muchísimas han perdido a seres que aman. Y, a veces, varias pérdidas se han sumado.

Por eso creo que vivimos un gran duelo.

Escribo este libro en pleno confinamiento, pensando en las miles de personas que hoy viven el duelo en medio mundo.

No soy psicóloga ni psiquiatra. No soy terapeuta ni tanatóloga. No tengo ninguna acreditación académica que avale mis conocimientos respecto al duelo. Soy, eso sí, una mujer de 59 años que vive su duelo.

Hace tres años murió Alejandro, mi hijo mayor, de un cáncer repentino y voraz. A sus 30 años lo tomó por sorpresa y se llevó su vida en ocho meses, tras quimioterapias devastadoras, una cirugía, radiaciones y más quimioterapias devastadoras.

Su enfermedad y su muerte representaron un enorme golpe para toda la familia: la suya (se acababa de casar), la nuestra (formada por su padre, su hermana menor y por mí), y las extendidas (abuela, tías, tíos, primas, primos). También para sus muchos amigos y amigas.

A lo largo de ese proceso, pero en especial tras su muerte, no fue sencillo encontrar información respecto al duelo. Información, quiero decir, que me abrazara con el corazón.

Yo buscaba reflexiones de personas que hubieran navegado por las aguas por donde yo navegaba; quería saber si sentían algo parecido a lo que yo sentía; quería saber qué habían hecho en tal o cual caso; y, claro, quería respuestas a preguntas varias, entre ellas: ¿es normal que me sienta como me siento?, ¿cuánto dura el dolor?, ¿algún día dejaré de estar triste?, ¿podré volver a sentirme feliz?

Encontré algunos textos. Pocos. En general he debido guiarme por mi intuición o por aprendizajes hechos en otros momentos. Mis mejores aliadas en este proceso fueron las palabras.

Desde que tengo memoria, las palabras han sido mi principal asidero. Profesionalmente escribo artículos de opinión hace más de 20 años, y siempre tengo a mi lado un cuaderno en el que anoto de todo: un número telefónico, la lista del supermercado o apuntes personales.

Mi duelo ha sido fuente de reflexiones y enormes aprendizajes. Aprendizajes que no quería, por supuesto. Que no buscaba, desde luego. Pero que tuve que elaborar, asimilar, muy a mi pesar y con todo mi pesar.

Condenso aquí lo que he aprendido. Lo hago con reflexiones breves a las que llamo Claves, y también con los artículos que he publicado respecto a mi duelo. Estos últimos los he colocado al final, en el apartado Mi travesía.

¿Qué son las Claves? Una de mis grandes maestras en temas de feminismo, Marcela Lagarde y de los Ríos, utiliza con frecuencia esa palabra para señalar un aprendizaje o una reflexión. Ella dice que no son dogmas de fe, sino llaves que abren puertas y ventanas.

En este caso, mi intención es que las Claves sean como faros que alumbran el camino en altamar en tiempos de tormenta. O bien, como tablitas con las que se puede armar una barca tras el naufragio. Pueden ser válidas para usted, o no. Todas o sólo algunas. Así pues, use las que le sirvan, y deseche las demás. Y si nada de lo aquí escrito le sirve, siga buscando, no desfallezca.

Yo comparto mi proceso y mis aprendizajes porque sé que en este momento hay muchas personas que buscan algún asidero para no ahogarse.

Este libro es para quien siente que se hunde en plena tormenta, porque ha perdido a una persona que ama. Pero también puede ser útil a quien perdió algo valioso y se siente a la deriva.

Deseo que mis palabras le ofrezcan luz en su travesía, o le representen tablitas para construir su propia barca tras el naufragio. En cualquier caso, le espero en la playa.


Cecilia Lavalle

28 de abril de 2020.



Claves para atravesar la tormenta

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