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I.1.3 La alternancia primordial

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Creemos que, en la perspectiva abierta por Saussure y por Hjelmslev al mismo tiempo, debe inscribirse una hipótesis de orden semiótico, o sea, que la semiótica le debe al primero la arbitrariedad y la linearidad, y al segundo, el carácter jerárquico. La importancia de esas nociones para la semiótica es tal que reclaman algunas puntualizaciones. La arbitrariedad no ha de reservarse exclusivamente al signo, sino que debe ampliarse a la semiosis total, en el sentido en que lo arbitrario significa que lo que adviene podría no haber advenido. Lo cual quiere decir, ante todo, que la semiótica tiene por objeto prioritario la problemática —con frecuencia anacrónica— de lo posible. En segundo lugar, la linearidad remite no tanto al hilo del discurso cuanto a su extensión. Y si conjugamos esos dos datos, ese cruce obliga a poner en evidencia extensiones diferenciales. Finalmente, la teoría de las funciones propuesta por Hjelmslev, sobre todo en el capítulo XI de los Prolegómenos, ha vinculado la noción de dependencia con la de relación, demasiado incierta. De tal suerte que nos vemos obligados a discernir entre las extensiones diferenciales, que conforman la trama del discurso, y las relaciones, que son ante todo, y tal vez únicamente, de dependencia. Lo posible y la alteridad, lo extenso y la aspectualidad, lo dependiente y la rección se inscriben como criterios que habrán de ser satisfechos.

La tarea es triple: en primer lugar, conviene aislar morfologías, es decir, agrupamientos, “moléculas” de rasgos intensivos y extensivos debidamente identificados, sin lo cual no sabríamos de qué estamos hablando; en segundo lugar, tenemos que poner de relieve las jerarquías, admitiendo como operadores privilegiados la rección y la modalización; finalmente, tanto las primeras como las segundas no se instalan en el ser sino en la transición: no son: advienen o provienen si lo hacen con lentitud, sobrevienen como resultado de la celeridad y configuran por eso mismo el campo de presencia. Lo cual significa que las entidades semióticas, las “figuras” en la terminología de Hjelmslev, no son rasgos sino vectores, o mejor aún: no son participios pasados concluidos sino participios presentes en devenir, en acto. Una teoría que subordina el espacio al tiempo y el tiempo al tempo se coloca, en consecuencia, bajo el patrocinio de Heráclito más que bajo el de Parménides.

Desde el punto de vista epistemológico, las tres exigencias señaladas anteriormente, a saber, la búsqueda de lo posible, de lo extenso y de lo dependiente, en la medida en que convergen, definen un punto de vista: el punto de vista semiodiscursivo. Dicho punto de vista —si se acepta la definición propuesta por Valéry en los Cahiers: “La ciencia consiste en buscar en un conjunto la parte que pueda expresar todo el conjunto6— afecta al discurso desde el discurso mismo, y al hacerlo, le reconoce a la sinécdoque un alcance que los antiguos aparentemente no le atribuyeron.

Tales operaciones ponen en juego categorías que nos aporta el estudio del plano de la expresión, tal como ha sido efectuado por los lingüistas y por los fonetistas independientemente de sus divergencias teóricas. Desde el punto de vista paradigmático, la intensidad tiene como categorías de primer orden el estallido y la debilidad; desde el punto de vista morfológico, la tonicidad tiende hacia la concentración y su morfología es entonces, en el plano de la expresión, acentual, y según la convención terminológica propuesta por J. Fontanille y por nosotros mismos, sumativa en el plano del contenido.7 Dicha concentración entra en contraste con la difusión hacia la cual se dirige toda concentración si no se interpone un dispositivo retensivo eficaz. Designamos ese proceso como modulación en el plano de la expresión y como resolución en el plano del contenido. Desde el punto de vista sintagmático, que concierne solo a las relaciones de consecución en el enunciado, cuando la sumación precede y, por ello, dirige la resolución, admitimos que el esquematismo es decadente, o distensivo, en el sentido en que el dispositivo global se dirige de la tonicidad a la atonía. Cuando esas posiciones son invertidas en el enunciado, es decir, cuando el discurso contempla la resolución en un primer momento y tiende a la sumación, decimos que el esquematismo es ascendente. La regla del esquematismo decadente puede ser considerada como degresiva [decreciente], mientras que la del esquematismo ascendente se presenta como progresiva. Añadamos, desde el punto de vista terminológico, que la proyección de una dirección tensiva cualquiera sobre una extensión abierta define un estilo tensivo que conduce y controla la marcha discursiva de las significaciones locales, concepción que concuerda con la de Merleau-Ponty en La prosa del mundo: “El estilo es lo que hace posible toda significación”.8 Lo cual nos permite ya una primera organización de lo que proponemos designar como estilos tensivos:


En cuanto tales, esas magnitudes solo son virtuales, puesto que es el discurso, como lo sugiere Saussure en el Curso de lingüística general (CLG),9 aunque sin detenerse demasiado en ello, el que categoriza esas magnitudes, según la acepción que Hjelmslev atribuye a ese término en El lenguaje: “Categoría, paradigma cuyos elementos solo pueden ser introducidos en determinados lugares y no en otros” [de la cadena sintagmática]”.10 Consideremos primero la decadencia: la sumación, vista como una “vivencia de significación” (Cassirer), pertenece al orden del evento, es decir, de un sobrevenir que hace enmudecer al discurso como recurso inmediato, por falta de respuesta adecuada. Si la sumación exclamativa es violenta y el afecto demasiado intenso, entonces la falta de respuesta instantánea se acercará a la interjección, a la transición entre el mutismo de aquel a quien la detonación del evento deja “sin voz” y la recuperación de la palabra, la cual, con su propio tempo, a su modo, resolverá “a la larga”, normalizará “tarde o temprano” ese evento en estado, o sea, en discurso, y con el correr del tiempo, en anales. Con esto, adoptamos, adaptamos mejor dicho, la posición de Cassirer, quien, en Filosofía de las formas simbólicas, no duda en afirmar la sobredeterminación acentual de las significaciones míticas, es decir, directrices: “El único núcleo algo firme que nos queda para definir el ‘mana’ es la impresión de extraordinario, de inhabitual y de insólito que conserva”.11 Según eso, el evento se aproxima a la interjección, a un sincretismo, o a un incremento de sentido que el discurso está llamado a resolver:

Podemos decir, de manera a la vez exacta y errónea, que la fórmula del mana-tabú es el fundamento del mito y de la religión del mismo modo que la interjección es el fundamento del lenguaje. De lo que se trata en ambas nociones es de lo que podríamos llamar interjecciones primarias de la conciencia. No han adquirido aún ninguna función de significación y de presentación: se parecen a sonidos que no traducen más que la excitación del afecto mítico.12

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