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Introducción

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La primera parte del presente libro es producto de algunas intenciones y de determinadas circunstancias. Por lo que se refiere a las intenciones, el autor es el único que puede hablar, lo cual no significa, sin embargo, que se halle bien ubicado para hacerlo. Con riesgo de anticipar, nuestro propósito no escapa a las exigencias semióticas que vislumbra en los discursos que examina, de tal modo que nuestro propio discurso tiene como característica la receta de los conceptos que mezcla. Tales conceptos directores son tres: (i) la dependencia antes que la oposición por lo que atañe a la estructura, puesto que la oposición presupone la estructura; (ii) la foria por lo que se refiere a la dirección, en la medida en que los destinos posibles de la foria motivan la dirección, cosa que ya establecía el cuadrado semiótico; (iii) el afecto por lo que respecta al valor, dado que esas dos magnitudes se apoyan mutuamente, evitando de ese modo pensar en valores sin afecto y en afectos sin valor. Pero ya sabemos que la excelencia de una receta reside tanto en el inventario cerrado de los ingredientes que intervienen en su elaboración como en su exacta dosificación. Esa evaluación, sin embargo, no corresponde ya al autor.

Por lo que se refiere a las circunstancias, este libro, en su primera parte, responde a una doble demanda de Louis Hébert. En un primer momento, nos invitó a redactar para los curiosos y no iniciados un texto que resumiera las orientaciones de la semiótica tensiva. La ejecución de ese pedido dio por resultado un Breviario de gramática tensiva,1 el cual, por las convenciones propias de ese género discursivo, resultó demasiado elíptico. De ahí, un segundo pedido vino a completar el primero: ampliar el Breviario, cuyo contenido se ha distribuido en los sitios pertinentes a lo largo de este libro.

Independientemente del contenido que aborda y de la evaluación que reclama por parte del lector informado, toda obra establece una relación que la desborda con el momento forzosamente singular de su aparición. En el caso de la semiótica greimasiana, ese delicado momento es fácil de identificar: es el momento del “giro fenomenológico”, sin que se pueda determinar ya si depende de una culminación hegeliana o de una negación confesable, si se toma en cuenta la recomendación verbal del mismo Greimas: hay que salir de Propp. Ni lo uno ni lo otro, sin duda; o tal vez, lo uno y lo otro, si admitimos que los términos complejos encierran el monopolio de los enigmas.

Efectivo o no, fundado o no, aquel “giro fenomenológico” constituyó una exigencia. Al hacer suyas las posiciones de la fenomenología, especialmente tal como fue configurada en la obra de Merleau-Ponty, ¿no se alejó la semiótica de su doble referencia saussuriana y hjelmsleviana? Si ese fuera el caso, ¿no tenemos derecho a considerar que, “fatigado”, lo concebido da paso a la “frescura” de lo percibido? Dejamos de lado aquí la cuestión de saber si una disciplina exigente puede cambiar de base conceptual sin sufrir importantes consecuencias.

Lo anteriormente planteado nos permite formular nuestro propósito personal. Si la primacía atribuida a lo percibido parece alejar la semiótica de sus proclamadas referencias lingüísticas, la atención que nosotros otorgamos, con otros y después de otros, a las vivencias y a lo sentido permite mantener intactas las referencias lingüísticas, sin que eso suene a paradoja o a provocación de nuestra parte. En efecto, no creemos que lo concebido y lo vivido sean irreconciliables, como generalmente se piensa, y el sintagma “gramática del afecto” no constituye, en nuestra opinión, un oxímoron. Es indudable que los principios de base tienen que ser ampliados y reformulados, tarea que constituye la materia de los dos primeros capítulos de este libro, en los que se presenta la estructura de las valencias y se esboza una formulación de los valores propiamente semióticos. El tercer capítulo desarrolla los aspectos fundamentales de la sintaxis tensiva, tratando de seguir, en la medida en que lo permite este momento concreto del desarrollo de la semiótica, el proceso de conversión de las categorías en operaciones simples,2 capaces de ser explotadas por los sujetos, en nombre de la reciprocidad entre la morfología y la sintaxis, obstinadamente defendida por Hjelmslev:

… nos vemos forzados a introducir consideraciones manifiestamente “sintácticas” en “morfología” —introduciendo en ella, por ejemplo, las categorías de la preposición y de la conjunción, cuya única razón de ser es sintagmática— y a incluir en la “sintaxis” hechos plenamente “morfológicos”, reservando forzosamente a la “sintaxis” la definición de casi todas las formas que se ha pretendido reconocer en “morfología.3

Está claro: “al final de los finales”, las identidades paradigmáticas son… sintagmáticas; lo paradigmático no es más que una traza.

Los dos últimos capítulos amplían el campo. El cuarto plantea la cuestión de cómo una semiótica que tiene que vérselas con las vivencias, que acoge el sobrevenir, puede ignorar el evento* que inopinadamente toca a la puerta. Providencial o catastrófico, el evento se encuentra tautológicamente en la base de los afectos más turbadores que pueden golpear a los sujetos. El último capítulo examina las consecuencias de la aplicación del punto de vista tensivo a una herencia incierta de nuestros días: la retórica. En los límites de este trabajo, nos atenemos a determinados aspectos de la retórica, esforzándonos en mostrar que entre la lingüística, la semiótica tensiva, la antropología y la tropología aristotélica existen caminos y pasajes; que el ejercicio de algunas figuras retóricas está en consonancia con la problemática a la vez lexicológica, gramatical y antropológica de las taxonomías culturales: las figuras privilegiadas por Aristóteles y por la tradición operan desplazando una determinada magnitud de una clase a otra clase adyacente. En esas condiciones, el punto de vista tensivo se presenta —felizmente, en nuestra opinión— como un punto de confluencia y como una garantía de continuidad. Mofada, denigrada, ridiculizada, la retórica se conserva con buena salud por la sencilla razón de que es solidaria con los fundamentos más íntimos de nuestro ser, de los que, sin duda, somos menos los agentes que los pacientes. Y eso es lo que falta por comprender.

La sanción final, hemos dicho, le corresponde al lector; el autor no es más que un lector entre otros. Sin embargo, en nombre de la concesión, a la que esta obra le otorga un lugar decisivo, no está prohibido que ese “quidam” [el autor] formule sus propios puntos de vista. En nuestra opinión, la semiótica tensiva se contenta con presentar un punto de vista para centralizar magnitudes consideradas menores hasta ahora: las magnitudes afectivas. Al lado de conceptos considerados como ya adquiridos: la diferencia saussuriana, la dependencia hjelmsleviana, este ensayo se esfuerza por otorgar un lugar adecuado a la medida, al valor de los intervalos, dado que nuestras vivencias son —¿primero?, ¿sobre todo?— medidas tanto de los eventos que nos cautivan como de los estados que, por su persistencia, nos definen.

Unas palabras más: no hay nada en este ensayo que contradiga lo expuesto en Tensión y significación,4 escrito en colaboración con J. Fontanille; pero si tuviéramos que citar esta obra, tendríamos que colocar llamadas al pie de cada página, alargando innecesariamente el ya abundante rosario de referencias y de anotaciones. Remitimos, pues, al lector a la consulta permanente de dicha obra.

El sujeto percibiente deja de ser un sujeto pensanteacósmico”, y la acción, el sentimiento, la voluntad han de ser explorados como maneras originales de acomodar un objeto, puesto queun objeto se presenta como atrayente o repugnante antes de presentarse como negro o azul, como circular o cuadrado”.

MERLEAU-PONTY, CITANDO A KOFFKA

Semiótica tensiva

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