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Neurociencia de la negación sumada
a la soberbia médica: una combinación letal

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A lo largo de los años he aprendido en la interacción con pacientes, también con conocidos, amigos y otras relaciones, que muchas personas están convencidas por las razones equivocadas de estar en el camino correcto para lograr el mejor estado de salud posible. No puedo partir de la premisa obvia de que nadie haría adrede algo en contra de la propia salud porque la neurociencia y la psicología nos han mostrado claramente que, con frecuencia, las personas tomamos decisiones irracionales en contra de nuestro bienestar físico y psíquico.

Las razones equivocadas más frecuentes consisten en asumir que el nivel social, económico o intelectual nos asegura habernos informado de la forma adecuada, que se han elegido a los profesionales de la salud idóneos y que esos médicos —o profesionales de la salud, no necesariamente médicos— son expertos en prevenir un evento vascular, así como otros problemas de salud. Pero la frase lo dice claramente: “la suposición es la madre de todos los errores” (del inglés assumption is the mother of all mistakes…). ¿Estamos de acuerdo en que la Argentina adolece de limitaciones en el manejo de la salud de los sectores público y privado de su población?

En un alto porcentaje, esas limitaciones afectan a personas del segmento ABC1, que cree tener una protección exclusiva y no accesible a otros grupos. De hecho, este tipo de pacientes buscarán médicos de altos honorarios, lo cual —sobra la aclaración— no garantiza la calidad médica del profesional.

Este mismo problema se repite, con diferentes matices, en todos los países de América Latina. En algunos, el problema puede estar aun más acentuado que en nuestro país y de hecho sus médicos vienen a la Argentina para completar su formación. Otros como Chile y Uruguay tienen una formación médica más homogénea y un sistema de atención primaria de la salud más sólido. En la mayoría de estos países, cuando una persona con recursos económicos tiene un problema de salud serio, suele comprar un pasaje para hacer la consulta en algún país más avanzado científicamente.

Si el sistema de salud no funciona de manera adecuada, esto aplica en menor o mayor grado a todo el mundo. El error suele generarse a partir de la inocente creencia de que la “tecnología de punta” mágicamente aísla a estas personas de las falencias del sistema. ¿Puede alguien asumir que mejorar la calidad de atención de salud equivale a algo tan simple como comprar equipos médicos sofisticados o costosos? Por desgracia, sí.

Un ejemplo sencillo: si pudiésemos trasladar a todo el personal médico de un hospital en Dinamarca, país con un sistema médico de excelencia, a cualquier hospital de una ciudad pequeña en cualquier lugar de la Argentina —o de América Latina en general—, en poco tiempo, ese centro probablemente se transformaría —independientemente de su equipamiento y tecnología— en uno de los mejores centros médicos de la región.

La tecnología son solo herramientas, toda la diferencia la hace el conocimiento del médico. La tecnología solo confirmará lo que el médico experto sospecha. De hecho, he visto evaluaciones de clínicas donde se destacaba que tenían “el mejor equipamiento”. Pero ¿y el capital humano? Sobre esto, nada.

La verdad casi siempre resulta dolorosa, pero también alivia. Y a veces cuesta aceptarla. Por eso, quiero transmitir la información seleccionando los procedimientos que han resistido la prueba de los años, quiero transmitir los resultados de estudios científicos recientes que deben reemplazar a otros fuertemente arraigados pero que deben ser abandonados. Lo cierto es que la mayoría de las veces un simple encuentro clínico y una receta tienen mucha más efectividad para mantener abiertas las arterias que el stent más caro y la cirugía más sofisticada.

Pero más que nada, deseo aclarar que, sin importar la edad, ni cuántos factores de riesgo tengamos, todas las personas podemos someternos a programas de prevención que pueden reducir hasta en un 80% el riesgo de un evento vascular cerebral o cardíaco: algo crucial. Porque, una vez que padecemos un evento vascular, pasamos a un nivel de riesgo —de recurrencia o de muerte— significativamente mayor que aquellos que no han sufrido ningún evento. Si alguno de los lectores ya ha tenido un evento vascular, con más razón conviene adherirse a un programa de prevención vascular especializado para disminuir la probabilidad de repetir otro episodio.

Y aquí es importante aclarar: denominamos “eventos vasculares” a todos los que comprometen una arteria (esté donde esté), en cambio, un “evento coronario” es un evento vascular causado por enfermedad de una arteria coronaria. Cuando hablamos de “evento cerebrovascular” (ACV, trombosis, infarto cerebral), nos referimos a un evento vascular causado por la enfermedad de una arteria cerebral (carótida u otra).

A mí no me va a pasar

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