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Pulso: una variable cardiovascular subestimada
ОглавлениеNo hay duda de que el corazón es la máquina más efectiva, confiable y resistente que podríamos conocer. El corazón late aproximadamente 2.500.000.000 de veces si tomamos un período de vida de 70 años (y sabemos que la expectativa actual es mucho mayor que esto). Con esa cantidad de contracciones, ¡el corazón habrá impulsado unos 340 millones de litros de sangre! La fuerza de contracción del corazón en cada latido se asemeja a la que hacemos cuando apretamos una pelota de tenis con intención de deformarla. El trabajo del corazón a lo largo de la vida equivale a levantar 50 litros de sangre a 2000 km de altura. La sangre que sale impulsada del corazón en cada latido circula 3 veces por el cuerpo en un minuto y en todo un día habrá recorrido 19.000 kilómetros.
Lo que oímos en el pecho de una persona suena parecido a un “lub-dub”, es decir, percibimos el cierre de las válvulas que se activan con las contracciones cardíacas. Todo lo anterior refleja una función de muy alta complejidad para un órgano que solo pesa 300 gramos y mide 12 cm de longitud por 8 cm de ancho. Cada uno de estos latidos genera lo que llamamos “pulso”, que no es más que una onda pulsátil que viaja a lo largo de la pared de las arterias y que puede ser palpado en la muñeca (lugar más habitual) pero también en el cuello —sobre la carótida—, en la parte interior del brazo (arteria humeral) o en el empeine (pulso pedio), entre otros lugares.
Las diferentes especies tienen frecuencias cardíacas que varían en relación con su tamaño, por ejemplo, la ballena azul tiene una frecuencia de 6 latidos por minuto. Esta era una de mis preguntas favoritas para los alumnos de la materia Fisiología: para subir su calificación en el examen desafiaba a los alumnos a recordar algunos datos triviales que reflejaran su espíritu de curiosidad. Entre otros animales, el elefante tiene una frecuencia de 30 latidos por minuto, el caballo de 38, el perro de 90, un pavo de 190, un conejo de 205 y un hámster de 350 latidos por minuto. Algunos insectos como la cachipolla tienen una frecuencia mayor a los 1000 latidos por minuto. Una mayor frecuencia cardíaca se asocia con una vida más corta.
Curiosamente, científicos de la Universidad de Stanford lograron colocar un sensor para medición de la frecuencia cardíaca y detectaron que cuando la ballena se sumerge en busca de comida, su pulso llega a ser de 2 latidos por minuto. En otras palabras, en circunstancias especiales este animal llega al límite fisiológico, difícil imaginar que algún animal pueda vivir con una frecuencia menor a dos latidos por minuto, lo cual también explica por qué evolutivamente nunca se pudo desarrollar un animal de mayor tamaño que la ballena azul. También es interesante saber que estamos hablando de un corazón que mide aproximadamente 1,50 metros de largo y pesa más de 150 kilogramos.
El rango normal del pulso para un ser humano en reposo varía entre 50 y 90 latidos por minuto. Las frecuencias más bajas, especialmente por debajo de 60 latidos por minuto, se atribuyen normalmente a un estado físico con entrenamiento y el extremo superior a alguien que de alguna manera está pasando un momento de descarga de adrenalina conocido como “taquicardia” (estimulación del sistema autonómico simpático).
Existen varias fórmulas para calcular la frecuencia cardíaca que no se debería exceder al hacer ejercicio y el valor resultante dependerá de la edad. Una opción es restar su edad a 220 y este número representa la máxima frecuencia cardíaca para esa persona. Por ejemplo, un individuo de 50 años no debería pasar el límite de 170 latidos cardíacos por minuto (220-50=170). Para organizar el entrenamiento personal se puede usar el pulso buscando alcanzar un 50 a 70% del pulso máximo para definir un ejercicio de intensidad moderada y 60 a 85% para un ejercicio intenso (ver capítulo sobre ejercicio físico para profundizar el concepto de HIIT —ejercicios de alta intensidad—).
Cuando tomamos el pulso sobre la arteria radial en la muñeca, lo que palpamos es el movimiento de la onda de pulso generada con la contracción cardíaca, que viaja desde la arteria aorta a todas las arterias del cuerpo. Esta onda de pulso viaja por la pared arterial a una alta velocidad: 6 metros por segundo en adultos jóvenes y aumenta su velocidad con la edad debido al endurecimiento progresivo de las arterias con los años —la llamada “arterioesclerosis”—, por eso llega desde el corazón hasta la muñeca en mucho menos de un segundo. Por lo tanto, lo que palpamos es la onda de aumento de presión en la pared de la arteria, pero no la sangre que sale del corazón que tarda varios segundos en llegar hasta la muñeca.
Estudios recientes han mostrado que una frecuencia cardíaca más elevada se asocia con la ocurrencia de eventos cardiovasculares, por lo que es ideal que el pulso en reposo esté por debajo de los 70 latidos por minuto. La “variabilidad” del pulso, es decir la capacidad que tiene el corazón de variar su frecuencia cardíaca en diferentes circunstancias, es una respuesta adecuada que indica el buen funcionamiento de diversos sistemas fisiológicos. Por el contrario, la ausencia o disminución de la variabilidad del pulso ante diversos estímulos indica una disfunción del sistema cardiovascular, con posibilidad de ocurrencia de eventos cardiovasculares.
Centros de la corteza cerebral pueden influir sobre los núcleos del tronco cerebral que controlan el pulso y así se explica la frecuencia de hasta 200 latidos por minuto que tienen los corredores de Fórmula 1 antes de la largada o una persona en el momento de una declaración de amor.