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Todo comenzó en la ciudad de Boston

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Cuando comenzaba la década de 1950, el ya mencionado neurólogo canadiense C. Miller Fisher —considerado como padre de la neurología moderna— decidió aceptar la oferta de trabajo que le hicieron en el Massachusetts General Hospital de Boston (EE.UU.), institución que cada año sale elegida entre las dos mejores de los EE.UU (junto con la Mayo Clinic). Entre muchas otras historias ocurridas durante su larga y científicamente prolífica vida —murió a los 98 años en 2012— Fisher fue prisionero de guerra alemán durante casi 4 años luego de que un submarino nazi hundiera el barco de transporte al que su posición militar lo había destinado. Liberado luego de un intercambio de prisioneros, regresó a Canadá con un gran interés en descifrar el rol de la arteria carótida en la ocurrencia de los ACV ya que no creía en la teoría prevalente en el momento que atribuía los ACV a episodios de “espasmo” de las arterias cerebrales. Para dilucidar el problema, Miller Fisher extraía y analizaba las carótidas de pacientes que morían por un ACV. Había reunido más de 1500 especímenes que tiró antes de la mudanza a Boston convencido de que allí podría reunir muchas más. Seguramente quedó estupefacto al enterarse de que en los EE.UU. existía una ley para embalsamar cuerpos que exigía la preservación de esta arteria precisamente para la inyección de las substancias requeridas en el proceso de embalsamamiento. De todas formas, Miller Fisher siguió evaluando a sus pacientes con tenacidad.

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