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Introducción A modo de sinceramiento

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En las páginas de este libro pretendo transmitir datos precisos, según el conocimiento actual, sobre los temas más relevantes para preservar nuestra salud cardiovascular y cerebral. Aspira aportar información para acrecentar la oportunidad de vivir una vida larga, con una capacidad física adecuada y una mente lúcida (que además puede ser fructífera, pero esto ya no depende de la medicina...).

La mayoría de los datos que se promueven sobre la nutrición y el ejercicio representan el ejemplo paradigmático sobre la idea generalizada de que cada persona, sin los conocimientos básicos para analizar la información que recibe y sin conciencia sobre los posibles errores a cometer, se ocupará de multiplicar y propagar. Lamentablemente, esta forma de divulgación resulta mucho más aceptada que la que transmite la verdad… que la gran mayoría prefiere no escuchar.

Pensemos, a modo de ejemplo, en el siguiente caso clínico: JM tiene 49 años, está casado, tiene dos hijos y un trabajo que define como “con un nivel de estrés promedio”, nunca fumó, su peso es normal, se cuida con las comidas, hace deportes por lo menos dos veces por semana y sus padres septuagenarios son sanos. Volviendo a su casa después de hacer deporte no competitivo, JM se sintió “descompuesto”. Ya en su casa decidió acostarse hasta que se “le pasara”. JM murió mientras descansaba. El resultado de la autopsia confirmó un infarto cardíaco masivo. ¿Cuántas de estas historias escuchamos a diario? ¿Cuántas veces decimos: “Pobre JM, tuvo mala suerte”, “Se ve que le tocó” o “Seguramente se olvidó de hacer un chequeo, a mí no me va a pasar porque me controlo con mi médico”?

¿Cuántas veces decimos: “Por un infarto mueren los mayores de 70 años, los que fuman, las personas obesas, los que nunca hicieron ejercicio, los que toman medicación para el colesterol o la presión, los que tuvieron padres que murieron jóvenes por un infarto. Yo soy joven, tengo una vida saludable y la genética me ayuda, estoy exento de riesgo”? Este tipo de pensamiento refleja una creencia muy arraigada que, por desgracia, lleva a un grave error que conduce a engrosar la estadística de muerte por eventos vasculares por año en todo el mundo. Casi el 80% de estas muertes ocurre en personas con pocos factores de riesgo.

Pero lo más grave y frustrante es que se trata de una catástrofe prevenible. Ciertamente, el tema se comenta, se exponen programas de “prevención de infarto”, se habla de comida sana, se organizan maratones por la salud, se discute el asunto en la Legislatura y se conmemoran el Día Mundial del Accidente Cerebrovascular (ACV), el de la diabetes y el del infarto cardíaco.

Sin embargo, todas estas acciones representan lo que los angloparlantes gráficamente definen como “palabras vacías” (lip service). Es decir, acciones que aluden a un tema sin concretar absolutamente nada efectivo al respecto. Las razones son múltiples y obvias. Entre las principales se destaca que lo público —estatal— se caracteriza, en general, por una alta inefectividad contradictoria con la épica y grandilocuencia de los anuncios. Desde hace años organizamos una “caminata por el ACV” y, sin embargo, en diferentes encuestas la mayoría de las personas no pueden nombrar los síntomas que lo indican.

Lo anterior muestra que el público general está expuesto a información muchas veces sesgada por los más diversos intereses. ¿Por qué entonces no evitamos que existan miles de “JM” cada día?

A mí no me va a pasar

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