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Criterios de selección

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Me temo que los buenos resultados que un tratamiento puede haber tenido en un amigo representan un criterio ineficaz para elegir a un centro médico o profesional. ¿Hace falta explicarlo? Podemos empezar con la conocida frase sobre que hasta un reloj roto da la hora correcta dos veces por día. Y un buen resultado puede ser solo eso, casualidad.

Un cierto patrimonio personal y libreta de contactos suculentos aumenta el riesgo de caer en las manos equivocadas, sobre todo cuanto más célebre sea la persona, los charlatanes sobrevuelan sobre los sembradíos del poder económico. Por supuesto sé de personas con estas características que cuando han tenido un problema viajaron al exterior, pero eso no quita que la mayoría expresa con énfasis, y un componente de ceguera, que se quedan en el país porque aquí pueden “acceder a un nivel de atención similar al de los países más avanzados”.

Importa aclarar que, aun siendo médico, es difícil diferenciar el quién es quién de especialidades ajenas.

En efecto, nuestro médico puede ser un buen médico, pero no porque lo recomiendan nuestros amigos, o porque es profesor o atiende a personas famosas. Como resumen basta destacar que el lugar de formación, las actividades científicas desarrolladas en forma continua a lo largo de su vida y las publicaciones científicas son los factores que mejor reflejan la capacidad. Todo médico que he conocido tiene por lo menos un diploma en otro idioma colgado en su consultorio, pero no recuerdo muchos que representaran la certificación de una formación válida y completa en algún centro de excelencia. Muchos médicos de nuestro país han hecho pasantías temporarias en el extranjero por las que reciben diplomas que certifican la estadía, pero no los faculta a ejercer la profesión allí, donde existen requisitos muy estrictos para la habilitación profesional.

Volviendo a los diplomas, solo son válidos como una garantía de la capacidad profesional si indican que ese médico completó una residencia de formación completa en el país visitado. Hacerlo lleva por lo menos entre 6 y 8 años en los EE.UU., probablemente el país más elegido por médicos de todo el mundo para mejorar su formación. Por lo que solamente mirando el tiempo que el profesional pasó en el exterior, el paciente puede calcular qué hizo allí. Todo lo que no implique una residencia médica completa son variantes de formación que sin duda aportan algo al conocimiento, pero no se comparan con haber recibido un entrenamiento con el formato estricto de la residencia médica.

Para hacer una diferencia significativa, el profesional debe estar por encima del conocimiento del médico promedio. Es decir, muchos médicos pueden ser adecuados para el manejo correcto de los problemas de salud más frecuentes, pero el problema es precisamente que el paciente no está capacitado para definir si su problema es o no leve. Y cuando su enfermedad sea compleja, pero con una manifestación inicial leve, como sucede en muchos casos, el médico con un conocimiento promedio estará limitado para hacer una diferencia en la calidad y expectativa de vida de su paciente.

No sorprende que tendamos a negar una realidad obvia: nuestro cerebro está predestinado a funcionar de esta forma. Además de una tendencia a negar lo obvio, los seres humanos queremos confiar en que las cosas sucederán como pensamos, o lo que se conoce como “sesgo de confirmación”.

Este es un mecanismo por el que una vez que hemos tomado postura con respecto a un tema, lo cual incluye el supuesto de que nuestro médico es el más adecuado para resolver nuestra dolencia, difícilmente cambiemos de opinión. Qué complicado nos resulta decir: “me he equivocado”. Tendemos a aferrarnos a nuestra creencia sin importar las evidencias contrarias.

La neurociencia estudia esta capacidad de negación, porque también negamos más allá del plano de la psicología con el hemisferio cerebral derecho que se ocupa del “reconocimiento” de nuestra persona física y su estado. Daniel Kahneman lo ha abordado en su libro Thinking, Fast and Slow (Pensar rápido, pensar despacio), así como Malcolm Gladwell en Blink Inteligencia intuitiva.

Por ejemplo, cuando una lesión extensa afecta a ese hemisferio, la persona tendrá una parálisis de todo el cuerpo contralateral (cara, brazo y pierna izquierdos), pero si uno interroga al paciente, con frecuencia este responderá que puede moverse perfectamente. Aun mostrando al paciente su mano paralizada, la mirará y dirá “esa es su mano doctor”. La persona no solo ha perdido el reconocimiento de la presencia de una anormalidad en su cuerpo, sino también la capacidad de reconocer una parte de su propia persona.

El déficit se puede extender a negar la existencia de un mundo izquierdo y así el paciente solo se colocará la manga derecha de un saco y comerá lo que esté en la mitad derecha de un plato dejando todo lo que se encuentre a la izquierda de una línea imaginaria que atraviese su plato. Todo esto no sucede cuando se lesiona el hemisferio izquierdo, en este caso se perderá la capacidad del lenguaje.

En resumen, uno debe enfrentar el complejo desafío de reconocer esta tendencia a justificar lo que hemos aceptado como cierto y, de esta forma, racionalizar los hechos para intentar una conclusión no sesgada del tema. Solo así podremos salir de la trampa que nos tiende el cerebro y que lleva a la mayoría a tomar decisiones equivocadas o que van contra nuestros intereses, muchas veces con consecuencias patrimoniales o de salud catastróficas.

Curiosamente, sí podemos reconocer cuando otros toman la decisión equivocada o no ven la realidad; sin embargo, no nos cuesta nada tropezar una y otra vez con la misma piedra cuando se trata de nuestra propia vida. Numerosos estudios de la neurociencia sobre conducta han mostrado en forma consistente que los seres humanos tenemos una tendencia a tomar decisiones de una forma predictivamente irracional y, por lo tanto, equivocada.

Obviamente nuestros médicos tienen el potencial para ser tan buenos como en cualquier otro lugar del mundo, pero el contexto de la formación —fundamental para consolidar el conocimiento— no es el ideal.

Tengo la experiencia de la formación en los EE.UU., que se basa en el contacto y supervisión permanentes durante todo el día (y con acceso incluso durante la noche) con médicos más experimentados organizados con una estructura piramidal en varios niveles de capacidad. De esta forma un médico joven y sin experiencia estará siempre supervisado en sus decisiones y al mismo tiempo se “formará” en la interpretación correcta de la enorme información clínica (del paciente) y científica (de la literatura) a la que accede.

Sin este tipo de esquema de supervisión parece improbable lograr buenos resultados con los pacientes y la formación de buenos médicos. En los países sostenidos por un sistema de crecimiento profesional basado en el mérito, los diferentes niveles de una carrera médica se alcanzan por la capacidad de los individuos y aquellos que progresan en este sistema representan un “modelo a seguir” (role model) de persona que sin hacerlo formalmente sirven, por emulación, como un estímulo poderoso para la formación de médicos competentes. El “experto” no solamente sabe más: sabe diferente. Y en algún momento del aprendizaje, supera lo que puede analizar en forma consciente para alcanzar el llamado “ojo clínico”.

Por otro lado, si hacemos una consulta en un hospital universitario en Alemania, Dinamarca, Australia, Canadá y otros países similares, uno puede tener cierta seguridad de que el médico que lo vea —independientemente de que sea o no simpático, pulcro, etc.— será idóneo. Vale la pena aclarar algo que creo es un mito difundido por muchos cuando se dice que la atención en los Estados Unidos (y otros países del hemisferio norte con buenos sistemas de salud) “es fría”.

Participé de esa atención durante muchos años y tengo muchos amigos que ejercen la medicina en varios países de Europa. Creo que se confunde “frialdad” con una mayor profesionalidad en la que se empodera al paciente y para esto se le explica la enfermedad que padece, lo cual muchas veces implica dar malas noticias que, cuando se transmiten con el tacto necesario, generan aprecio por parte del paciente.

Nunca percibí que el trato en Norteamérica fuese frío o distante. Sí muy respetuoso cuando el médico sale a buscar al paciente a la sala de espera y lo saluda presentándose. Esto contrasta con la práctica bastante habitual en nuestro medio de llamar “abuelo” a una persona mayor gritando desde la puerta de un consultorio.

Sin duda, una persona encontrará mayor afinidad cultural con un médico de su propio país o región que además le habla en su propio idioma. Para temas delicados como la salud, el idioma puede erigir una barrera que genera una sensación de distancia. En infinidad de experiencias con distintos profesionales en diferentes lugares de los EE.UU. solo puedo decir que lo que encontré, y aprendí, es a tener un trato con los pacientes que revelaba educación, respeto, puntualidad y pulcritud.

El ser humano tiene una natural tendencia a recuperarse espontáneamente de condiciones adversas, esto incluye a los tratamientos de médicos incompetentes. Pero los ineptos existen y tienen mucho poder. Bernardo Houssay, Premio Nobel de medicina 1947 por sus estudios sobre el rol de la glándula pituitaria sobre el metabolismo de los hidratos de carbono, decía que es más peligroso un médico incompetente que un tigre. Porque cualquiera identifica al tigre…

Existe una conocida frase del latín que sintetiza lo que estamos discutiendo: Eventus stultorum magister est, “La experiencia es maestra de los tontos”, que puede hacerse extensiva a “solo los tontos juzgan las cosas por sus resultados, mientras que los sabios calculan los resultados”.

A mí no me va a pasar

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