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Algunas coordenadas para leer este
libro. Evidencia: la palabra mágica
ОглавлениеComo mencioné anteriormente, el investigador canadiense David Sackett decidió crear el concepto de la “medicina basada en la evidencia”. Se refería simplemente a que para definir la efectividad de una intervención sobre un proceso (patología), se debía usar un diseño con herramientas estadísticas que involucran la comparación entre un grupo que recibe el tratamiento a ser evaluado y un comparador placebo. Si bien la experimentación de tratamientos seguía estos criterios desde mucho tiempo antes a su propuesta, Sackett logró imponer el concepto de que, para poder definir la eficacia de cualquier intervención en la salud, se debe contar con la “evidencia” generada por estudios diseñados siguiendo criterios metodológicos estrictos.
La premisa de la medicina basada en la evidencia es: los resultados que no se obtienen a través de un estudio con metodología estadística apropiada equivalen a meras anécdotas. La palabra “apofenia” —acuñada por el psiquiatra Klaus Conrad en 1959— se refiere, precisamente, a la inclinación que tenemos los seres humanos a atribuir una relación causal o detectar patrones en eventos aleatorios que no los tienen.
Todos podemos vernos influenciados por el resultado de lo que uno escucha u observa. Y así Denton Cooley sostenía la creencia de que las tres palabras más peligrosas de la medicina son “en mi experiencia”. Sin temor a ofenderlo, el médico debe saber que al paciente no le interesa “su experiencia”. Lo que uno quiere de su médico es que le transmita la evidencia científica disponible sobre su enfermedad adaptada a su persona.
Pero la situación resulta más complicada aún, ya que la evidencia disponible puede no aplicarse a “su” persona (por ejemplo: si los estudios sobre una enfermedad se han hecho solo en menores de 50 años y usted tiene 70, quizás los resultados no aplican a su caso particular). Otros fenómenos que contribuyen a perpetuar las anécdotas como información válida son el sesgo de confirmación en los profesionales que escuchan a sus pacientes decir que han mejorado con cierto tratamiento conjugado con la disonancia cognitiva que les impide rechazar la anécdota en favor de la data real. Muchos médicos actuando con buena fe contribuyen equivocadamente a transformar a las anécdotas en pseudodata.
A fin de evitar que las páginas venideras se conviertan en un anecdotario personal, el lector encontrará en cada capítulo numerosos estudios que fundamentan los temas, advertencias y sugerencias. Pero, para agilizar la lectura, opté por mencionar únicamente al autor principal del estudio, y su traducción al español. Luego, en el capítulo de bibliografía final, se encuentran los datos completos de cada fuente citada y muchas otras referencias más para aquellos interesados en ampliar sobre un tema particular.
Por lo tanto, en las páginas que siguen el lector encontrará en cada capítulo: una breve reseña con los antecedentes históricos de algunas prácticas médicas que ya han sido superadas en los países con mayor desarrollo profesional, pero que aún están arraigadas en los países del Cono Sur; también encontrará los resultados de los estudios actuales que demuestran la ineficacia de esas prácticas; casos reales de pacientes que consultan a diario; la discusión sobre esos casos y una serie de sugerencias para poder decidir en forma independiente qué es lo que más conviene hacer para preservar la salud.
Sin pretender hacer comparaciones que serían inaceptables, se puede elegir leer este libro como Cortázar sugería hacer con Rayuela. Se puede empezar por la primera página y seguir en orden hasta el final, pero también se puede optar por elegir el tema de interés o preocupación especial para en otro momento cubrir otras secciones.