Читать книгу Macabros - César Biernay - Страница 10
La perspicacia del inspector Cárdenas
ОглавлениеTras la denuncia, el inspector Cárdenas recibió la instrucción de asumir el caso. En el carro policial, y en compañía del matrimonio, se dirigieron al lugar del hecho, en calle Santa Teresa número 226, de Playa Ancha.
El inspector Cárdenas iba sentado en el puesto de jefe de máquina, junto al conductor y en compañía del detective Seoane. Camino al lugar recordaba innumerables casos de homicidios que supo resolver con éxito, pero reconoció en cada uno de ellos lo difícil que resulta encontrar la primera pista. La demora en encontrar evidencias afecta no solo el curso de la investigación, sino que fomenta la impaciencia tanto de los afectados y los familiares como de los propios investigadores. El caso debían abordarlo rápido antes que la prensa elaborara sus propias conjeturas.
Investigadores y denunciantes se bajaron del vehículo policial e ingresaron a la vivienda. En la parte baja de la propiedad, que da hacia el lado de la quebrada, la tenue luz fijada en el cobertizo alumbraba el sitio del suceso y al siniestro contenedor. El tarro lechero medía 45 centímetros de alto y tenía una circunferencia aproximada de 50 centímetros. Su parte superior parecía haber sido rebajada. Los investigadores, con las manos enguantadas y protegidos con mascarillas, procedieron a destrabar la tapa para inspeccionar el contenido del recipiente. El cerrojo de estaño comenzó a ceder, y a medida que se iba abriendo, el metal de la soldadura constituyó la bisagra de la tapa que rechinó tétrica y triste, como canción mortuoria en el preludio del macabro hallazgo. Luego dejó de chirriar y mantuvo un respetuoso silencio, casi sepulcral, como anunciando el trágico deceso del occiso, acentuado por el penetrante olor a putrefacción. Los horrorizados testigos observaron el cuerpo de un bebé de poco más de un año, cuya cabeza estaba envuelta en una ensangrentada mantita azul.
“Los muertos hablan” se repetía el inspector Cárdenas, recordando una de las premisas más importantes de la criminalística en el sitio del suceso. En la investigación forense un cadáver puede comunicar cómo perdió la vida, dónde, si fue arrastrado desde otro lugar, qué arma usaron para matarlo y si opuso resistencia frente a su muerte. También puede contar la fecha y hora en que murió, las circunstancias meteorológicas y hasta sus rasgos de personalidad. El cadáver “es el único testigo que no miente, porque ya no tiene sentimientos”, se repetía el viejo investigador.
El cadáver del niño, con su cara envuelta en un paño, exhibía sus manos amarradas en la espalda. En esta escena, además, se identificaba un alambre que rodeaba firmemente el cuello del infante. El inusual modo de perpetrar el crimen, con el contrasentido de ocultar el cuerpo inerte de un lactante dentro de un tarro lechero, exigía de los sabuesos policiales el máximo empeño por esclarecer la verdad. Ante la fetidez emanada, que era demasiada, la experiencia del inspector indujo lo peor. “Su madre debe estar debajo”, se dijo a sí mismo. Y estaba.