Читать книгу Macabros - César Biernay - Страница 15

Aurora al alba

Оглавление

Con esta idea maquinándose en su cabeza, el 15 de febrero de 1963 Nicolás adquirió un tarro lechero en la compraventa de metales de calle Rawson. Conocía las características herméticas de este tipo de contenedores, cuya utilidad le permitiría esconder el crimen. Para que sus vecinos y familiares no lo vieran llegar con este adminículo, lo envolvió en papel café y esperó hasta altas horas de la madrugada para llegar a casa sin ser descubierto. Solo Aurora, inocente y pueril, se sorprendió por ver llegar a Nicolás con este tarro de gran tamaño, quien le habría explicado “es para hacer una compresora de aire”, en circunstancias que se trataba de la primera parte de su plan. Solo faltaba ejecutar las desapariciones.

El domingo 3 de marzo, Nicolás intentó dejar a Aurora donde su abuelita en Limache valiéndose de mentiras, pretextos y raras insinuaciones. Trató de dejarla allá, pero no la pudo convencer con sus falsas expectativas. Lo cierto es que en casa de su abuela “habían puras calamidades y la misma falta de medios de subsistencia”, según lo declaró el propio Nicolás (PDI, 2009: 6). Optó así por regresar a la pieza que le ofrecían sus padres y esperar el momento.

El miércoles 6 de marzo, Nicolás llegó a casa pasada la una de la madrugada, con evidente hálito alcohólico. Se acostó junto a Aurora y discutieron los mismos problemas de siempre. Tratando de encontrar una solución a sus dificultades, ella lo abrazó y le reiteró cuánto lo amaba, diciéndole que la única forma en que se podrían separar sería matándola. En palabras de Nicolás, Aurora incluso le habría manifestado en reiteradas ocasiones que le comprara veneno para ingerirlo y suministrarle también al pequeño Percy.

A las cinco de la mañana, volvió a manifestarle lo mismo, agregando que sabía las intenciones de Nicolás de quitarle la vida, envalentonándolo a proceder con su macabro plan. Como su brazo estaba alrededor de su cuello, lo apretó haciendo palanca entre el brazo y el antebrazo, hasta que la reconoció muerta. Ella nada hizo por defenderse.

De esta manera, Nicolás había eliminado un problema, pero restaba el otro. Fue hasta el catre blanco, donde dormía Percy, y, tratando de no mirarlo, volteó su cabeza hacia la ventana y apretó su cuello con su mano izquierda. Mientras ejecutaba la asfixia sintió que el niño pataleaba un poco, ante lo cual lo apretó con las dos manos. Luego, nada más. “En un lapso de 30 minutos había eliminado a mi mujer y al niño” (declaración de Nicolás Arancibia).

En la oscura soledad de la pieza, entre las 05:30 y 09:30 horas, se quedó junto a los cuerpos inertes de su esposa y su hijo. Para asegurarse del deceso, descolgó el alambre que cruzaba la habitación cumpliendo la función de tendedero de ropa, y premunido del mismo alicate que usara para construir juguetes fabricó un vínculo de doble hebra metálica galvanizada y lo ubicó alrededor del cuello del pequeño Percy. Giró varias veces el alicate, tornando el alambre en terrorífica horca, hasta asegurarse de que el oxígeno no volviera a ingresar a sus pulmones. Lo mismo hizo en el cuello de Aurora.

En cuanto se fue su vecina de pieza, Luisa Carrasco Gatica, continuó con su siniestro plan. Intentó introducir el cuerpo de Aurora en el tarro lechero, comprobando que no cabía completo. Debió así modificar su plan y cercenó el cuerpo de Aurora por la mitad. Primero lo intentó con un cuchillo de mesa, pero ante lo difícil de la tarea, al tropezar con el hueso de la espina dorsal, que tampoco pudo quebrar con las manos, probó con una sierra que sacó a hurtadillas desde la pieza de su padre. Efectuado el corte, y procurando mantener la parte superior boca abajo para evitar el derramamiento de vísceras, introdujo en el recipiente la parte superior de Aurora y en el pequeño espacio que quedaba colocó a Percy. La tarea fue difícil por la rigidez de los cuerpos, por lo que tuvo que amarrar los brazos de Percy a la espalda. Cubrió su cabeza con una mantilla y tapó todo con una frazada azul, como queriendo protegerlo cuando cruzara el umbral celestial.

Tras ocultar bajo la cama los restos inferiores del cadáver de Aurora, la tarea del día fue adquirir un nuevo tarro lechero para esconder el resto. Lo compró en el mismo negocio de la calle Rawson y lo dejó en custodia en un restaurante de esa misma calle. Cerca de las 21:00 horas, y comprobando que no había testigos, retiró el tarro y se fue donde el Che, conocido taxista del Cerro Barón. Le pidió que lo trasladara a su casa para cargar el tarro con aparente contrabando, pero ese día había una paralización de vehículos de alquiler en el marco de las actividades y campañas presidenciales, por lo que debía esperar hasta la madrugada. Con ese acuerdo, guardaron el tarro lechero en el portamaletas.

El taxista tenía una actividad lúdica con sus amigos, y al ver a Nicolás solo en la garita esperando el momento para cursar la carrera lo invitó a divertirse juntos en la “Boite la Rueda” de Viña del Mar. La parranda comenzó a las 23:00 horas y se extendió hasta las tres de la madrugada. Medio despierto y medio dormido, enfilaron a la casa del profesor. Al llegar, Nicolás entró con el tarro vacío para cargarlo con el resto del cadáver que tenía escondido bajo el catre, y así llevaría los dos recipientes a Limache, donde sería más fácil enterrarlos en cualquier lugar despoblado.

Mientras el taxista dormía en su auto estacionado en la calle, Nicolás se esforzaba en ocultar las rígidas piernas dentro del recipiente.

Como este no estaba rebajado en la estrecha apertura, no pudo concretar sus intenciones, ante lo cual decidió trasladar únicamente el tarro lechero que cargó en la mañana, modificando su plan y aumentando la espera.

A las 05:30 horas se dirigió a Viña junto al Che”, en dirección a la casa de Exson Herrera, alias “el Crespo”. Él era soldador en el Garaje Uruguay, a quien conoció cuando fabricaba juguetes. El Crespo Herrera fue el mismo que acondicionó el tarro para rebajar la apertura. Por llegar de amanecida, esperó hasta las 07:00 horas para golpear la puerta. Le pidió finalizar el trabajo que ya habían comenzado y en el mismo taxi se fueron hasta el taller.El Crespo Herrera y “del Che”se fueron en los asientos de adelante, y en el asiento trasero se fue el profesor, abrazando el tarro que contenía los cadáveres de Aurora y de su hijo Percy.

Finalizado el cierre hermético del tarro lechero, Nicolás salió del taller, debiéndole al Crespo Herrera el antiguo trabajo del rebaje más la soldadura de la mañana. Volvió a Valparaíso con el chofer y le pidió que guardara el tarro en el portamaletas. Como el Che trabajaba con el auto, le dijo que no podía. Ante ello el chofer le ofreció dejarlo en su propia casa por lo atractivo del flete. No fue una decisión acertada.

El chofer le cobró 30 escudos por todos los traslados, dinero que Nicolás no portaba. Durante el día se dedicó a recabar ese monto, consiguiendo solo la mitad, que entregó al chofer cerca de las 19:00 horas de aquel jueves 7 de marzo. Nicolás regresó a su casa y “a fin de evitar que me preguntaran nada, llegué haciéndome el curado, lo cual me era fácil hacerlo porque yo había estudiado teatro” (declaración de Nicolás Arancibia). Se metió al interior de su pieza y se recostó en el catre, sobre los restos de Aurora que yacían bajo la cama. Si bien expelían un mal olor, tras algunos minutos pudo conciliar el sueño y se durmió hasta el día siguiente.

El viernes 8 se levantó a las 07:00 horas. A las nueve salió a comprar una sierra nueva. Como no conocía sus dimensiones,adquirió una grande y una chica. A las 10:00 horas regresó a su habitación y cercenó una pierna a la altura de la pelvis, introduciéndola en el tarro lechero no sin problemas. La otra extremidad la cercenó en tres partes a fin de maximizar el espacio disponible en el contenedor de lácteo. Antes de cerrar el tarro, ajustando la tapa con pernos y con apresto de piroxilina, el mismo que usaba para construir juguetes, introdujo en su interior una frazada, una mantilla y una blusa, todas manchadas con sangre. Finalmente, y dando cuenta de su frialdad, regó el piso de madera, restregando las manchas de sangre en las tablas, y luego lo refregó con tierra del jardín. El tarro quedó ubicado tras la puerta.

En casa de sus padres, su madre le sirvió un plato de caldo y dos huevos, que se comió con repugnancia porque el gusto era parecido al olor del contenido del tarro. “¿Y cómo está mi nieto?”, le preguntó su mamá. “Está con Aurora en Limache”, respondió el miserable profesor.

Mientras, el chofer esperaba por el pago pendiente. Pasó el jueves, el viernes, el sábado y el domingo. Del tacho aún no salía olor, aunque lo cierto es que esas noches, sin saberlo, y durante más de una semana completa, Raúl y Luisa compartieron su habitación matrimonial con dos cadáveres. El lunes, Nicolás se apareció por la casa. Pagó la deuda, pero a pesar de la insistencia del chofer no se llevó el tarro. Se comprometió a retirarlo durante los próximos días mientras se conseguía una camioneta.

Macabros

Подняться наверх