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Introducción Siete casos policiales desclasificados

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Muchos esfuerzos literarios han abordado los entresijos de la mente criminal. Antonio García-Pablos, Diane Papalia y Osvaldo Tieghi, por nombrar algunos, han teorizado sobre la criminología y otras ciencias centradas en lo criminal. Otros han estudiado la sociedad y sus recovecos georreferenciales que propician la comisión de un delito, tales como Paul Horton y Chester L. Hunt, Émile Durkheim y Raúl Sohr. En tanto, otros han erguido la figura del investigador policial desde la obra escrita de René Vergara, José María Navasal y Francisco Antón y Barberá. Pero toda colección bibliográfica en materia de criminalística y criminología carece habitualmente de obras que triangulen el crimen desde la mirada de la víctima, el homicida y el detective. Ello da el valor a las páginas que siguen, proponiendo una relectura de casos policiales connotados desde un paradigma holístico.

En esta tarea, se reconoce el legado de maestros de la investigación criminal en Chile que, con escasos recursos y una precaria tecnología, respondieron a casos difíciles de resolver, transmitiendo con ello el arte de investigar a agentes novatos. Así, esta investigación documental desmenuza cada crimen en sus partes más pequeñas, identificando las bestiales motivaciones de los criminales que mataron ciegos de rabia, pena o delirio. Cada investigación documental porta la consulta de una rigurosa bibliografía y entrevistas a personajes clave, constituyendo uno de los valores más importantes de esta publicación, el rescate memorialístico de homicidios chilenos ajustados a lo que aparece en un cúmulo de documentos.

Tras un crimen descubierto, en primera instancia se activan los engranajes del aparataje estatal, concitando a investigadores policiales, fiscales y peritos. En segunda instancia intervienen médicos legistas, abogados y psicólogos, bajo las permanentes disquisiciones de los reporteros policiales. Y en tercera instancia aparece el documentalista policial, el archivero, que bajo el símil manto del anacoreta, apostado en un lugar apartado, se dedica a la contemplación de los titulares que fueron noticia, recabando recorte a recorte célebres casos criminales.

Con relativa frecuencia y periodicidad se suceden los crímenes en Chile, cíclicamente. Primero se publica en el diario un titular mediático que en su bajada ofrece los antecedentes preliminares obtenidos por el reportero, quien en su jornada descuenta los minutos que le quedan para escribir la noticia. Al día siguiente se publica la crónica ampliada con la fotografía del sitio del suceso y de algún familiar junto al policía. Si el caso empalma de lleno o tangencialmente con lo espeluznante, será materia de reportaje el fin de semana, cerrando el ciclo del caso. Luego vendrá otro titular macabro y así sucesivamente.

Ocasionalmente aparece algún viejo periodista que antologa sus mejores reportajes juveniles y ofrece en librerías sus casos policiales emblemáticos, retrotrayendo antiguas portadas de diario y rojos titulares en caligrafía de prensa. Lo mismo sucede en las corporaciones periodísticas durante el mes de diciembre, quienes ofrecen una pestaña en sus sitios web con los crímenes más impactantes del año. Muchos lectores consumen ávidamente esta información, pormenorizando tragedias y catástrofes. Buscan conocer la verdad en los noticiarios de televisión o en portadas de revistas, transmitiendo los enigmas en el negocio de la esquina, en la oficina y en la sobremesa.

Es sabido que los impulsos humanos que devienen en un crimen constituyen un misterio desde los tiempos bíblicos, comenzando con la crueldad de Caín sobre su hermano Abel, hasta el último asesino que hoy aparece en el periódico, pasando por crímenes políticos, descuartizados y sicarios, de todas las nacionalidades y razas, dándose cita periódicamente en la prensa nacional para estremecer a grandes y chicos.

La línea temática de los siete casos seleccionados conserva el eje de lo espeluznante, en homicidios que no solo fueron noticia por el hecho de muerte, sino por los aderezos que se fueron descubriendo a medida que las indagaciones policiales descorrían el velo del misterio. El parecido de los sucesos coincide en la triangulación de víctima, victimario y policía, unidos por el hecho de muerte de una mente desquiciada.

En “Crimen en custodia” se narran los concatenados hechos de violencia que destruyeron un hogar sumido en la pobreza, el alcohol y una vida sin valores. En “El olfato policial de Anker” se abordan los aportes de los perros policiales a la investigación criminal, rescatando desde la prensa, y desde testimonios reales, las circunstancias que ocasionaron la muerte del primer canino mártir.

En el caso policial “El enano maldito” se narra el brutal homicidio de una prostituta en el glamoroso Hotel Princesa a fines de los sesenta, describiendo aquella bohemia capitalina y los beneficios profesionales de la intuición policial. En “El último tango de Discépolo” se narra documentadamente uno de los casos policiales más recordados de principios de siglo, que mantuvo en vilo a todo un país durante 14 meses de búsqueda de víctima y victimario. El caso Yuraszeck, como lo llamó la prensa, invita a reflexionar sobre el poder, la ambición y los valores en una sociedad trastocada por el consumo.

En “Las mentiras de Medea” se aborda el trágico hecho en que dos menores fueron brutalmente agredidos en la comuna de Puente Alto, y cómo en reiteradas ocasiones la policía debió comenzar de cero ante la escasez de evidencias en el sitio del suceso.

En el episodio “81 lutos para el Bicentenario”, mediante un pormenorizado trabajo documental, se sitúa al lector en las festividades que engalanaron las fiestas bicentenarias de la nación el 2010, revelándole uno de los sucesos que terminaron ensombreciéndolas, sin duda el más violento. Contrario a cualquier pronóstico, ese año decantó una inusual espiral de tragedias, convirtiéndolo en uno de los más adversos que recuerda la historia de nuestro país. La tragedia de los mineros atrapados a cientos de metros de profundidad, el accidente automovilístico de la autopista interregional y el terremoto del 27-F, constituyeron la antesala del hecho más cruento que recuerde la historia carcelaria chilena, cuando el 8 de diciembre de ese año 81 internos fallecieron calcinados en la cárcel de San Miguel. Al margen de la crónica roja y del relato testimonial, la obra ofrece un análisis forense al trabajo pericial de identificación humana.

Por último, en “La muerte espera en el andén”, se describen detalles de la balacera y muerte de pasajeros inocentes en un vagón del Metro de Santiago, pormenorizando un hecho sin precedentes en la historia del crimen en Chile.

Ante la obligada pregunta sobre los criterios para la selección de estos siete casos policiales, lo primero es reconocer que la tarea de revisión, análisis y selección de casos fue tan extensa como extenuante, ya que la historia policial registra un sinfín de sucesos fatídicos que merecen volver a escribirse para su estudio y análisis. Se privilegió la clasificación temática de los casos revisados, sus móviles y antecedentes particulares, identificando tres hilos conductores en la selección.

El primero es la intuición policial, presente en las siete entregas de este tomo, reconociéndola como la habilidad detectivesca que no se enseña en los laboratorios de criminalística, en los polígonos de tiro policial ni en las salas de clases. Es una corazonada que nace y madura en el detective, que aprende a observar cuando mira y a escuchar cuando oye. Los ciudadanos comunes transitamos diariamente con cientos de personas sin reconocer en otros al criminal en potencia. El detective lo intuye, lo huele. Ese es su trabajo: identificarlos para esclarecer el delito.

Un segundo hilo conductor es el enigma, la incógnita, el acertijo. Los siete problemas a resolver se confunden entre la escasez de pistas y la presión de los medios de comunicación y de las víctimas que claman información y justicia. Cada caso revela la duda inicial, hacia dónde dar el primer paso de la investigación, complejidad que apela al procedimiento policial, al conocimiento forense y a la intuición del detective.

Y el tercer hilo conductor es la soledad. Esa soledad que frecuentemente gatilla homicidios, presente en los siete casos seleccionados, constituyendo su punto de encuentro. El solitario degollador, falto de cariño, buscó las caricias de una amante furtiva para sentirse amado. La esposa temerosa de quedar sola, ante una supuesta infidelidad de su esposo, optó por solucionar el problema atacando a sus propios hijos. El profesor provinciano que buscó la soledad ante las constantes demandas económicas de su conviviente y su pequeño hijo. El amante de las mascotas encontró en el canino la compañía difícil de encontrar en sus semejantes. El empresario malloíno no tenía carencias económicas, pero siguió el señuelo que le ofrecía el requerido afecto. La pelea carcelaria cristaliza la soledad de los reclusos, en tanto el asesino del tren subterráneo perdió su cordura tras la partida de su madre.

No lo vamos a descubrir ahora, pero lo cierto es que la tecnología actual ha derrumbado las relaciones interpersonales. Las desmorona. Si bien toda comunidad ofrece a sus individuos la sensación vitalmente necesaria de la pertenencia, ante el despiadado consumo de redes sociales digitales pareciera engendrarse soledad. Adolescentes solitarios, matrimonios enfermos, padres y madres que viven solos, ancianos despreciados y empleados con excesivas jornadas laborales sufren aislamiento social, que afecta su percepción de la realidad. Hoy los hijos estamos demasiado ocupados como para visitar o incluso telefonear a nuestros padres.

Empujadas a la locura por el ensordecedor vacío de sus hogares, muchas amas de casa de clase media y alta han entrado en la dinámica del trabajo asalariado para conservar su integridad mental y mantenerse ocupadas. En muchas casas se adquieren mascotas y sus consiguientes bolsas de comida especial, baños y vacunas, solo para romper el silencio de un hogar vacío. La soledad sustenta gran parte de los proyectos de viajes y diversión. La soledad contribuye al consumo de drogas, a generar depresión y en algunos casos a incurrir en homicidios.

Se afirma que con mayor educación, cultura y seguridad se minimizará la criminalidad. Pero son solo apuestas a largo plazo que jamás adormecerán al criminal, ya que portaría en su ADN aquel impulso visceral, escondido. Sirva esta afirmación de justificación en cuanto a la importancia de escribir estas historias, posibilitando el análisis de la conducta humana para anticipar dantescas tragedias. Ante el público de lectores aficionados a los hechos auténticos, invoco a mi favor el valor del conocimiento adquirido en el sitio del suceso por mis alumnos, profesores y peritos. Usted hará la seña de distinción literaria que apelo con esta obra que a continuación comienza.

Este libro se terminó de escribir en febrero de 2019, a setenta años de la creación de la Brigada de Homicidios de la PDI.

C. B.

Macabros

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