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Ánforas macabras

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El persistente hedor que emanaba llamaba la atención de los vecinos, quienes al ver el automóvil de Investigaciones, con sus luces en medio de la noche, difundieron la noticia por quebradas y cerros. Los diligentes policías, en tanto, ubicaron el rígido cadáver del niño sobre una superficie contigua al tarro lechero a fin de examinar sus signos mucosos. Estos se manifestaban “por la desecación a nivel del borde libre de los labios y de las mucosas genitales, de coloración amarronada rojiza o negruzca” (Trezza, 2006: 34-35). La importancia para los investigadores de reconocer estas modificaciones cadavéricas, habituales en neonatos y niños pequeños, fue descartar lesiones producidas por abuso sexual.

Con asombro comprobaron que al interior del tarro lechero se encontraba el torso superior de una mujer con la cabeza hacia abajo, más un cuchillo de mesa con empuñadura verde. El homicida dejó ropa y una frazada al interior del recipiente, creyendo quizás que necesitarían abrigarse cuando debieran cruzar los ignotos terrenos del más allá. El trasandino, dueño de casa, solícito informó la dirección del profesor, lugar al que una patrulla a cargo del inspector Jaime Herrera Villegas, en compañía del detective Franklin Quijada Torres, se dirigió con imperiosa premura. Se presumía que allí estaban las piezas faltantes de este negro puzle policial.

En la calle Chaigneaux 564, de Cerro Barón, vivían los padres del profesor. La casa se ubicaba en la parte principal del terreno, orientada hacia la calle. El patio central luce un parrón que alcanza el fondo del sitio, en cuyo costado se emplaza una construcción de material ligero con cuatro piezas. En la última habitación vivía el hombre que la policía buscaba.

Previo al ingreso de los investigadores a la vivienda, el panorama es incierto. El paradero del profesor es una incógnita y el desconocimiento de antecedentes por parte de los padres es evidente. El profesor huyó y su ubicación era desconocida (Erlandsen, 2006). Solo se podría predecir las características del sujeto y el contexto del crimen a partir de la descripción e interpretación de su habitación. Con el consentimiento de su madre ante la orden judicial, descerrajan la puerta de la modesta pieza y la impronta del profesor queda develada ante sus ojos.

Reconstruir el pasado a partir de las huellas del presente era la consigna. Eso bien lo sabía el inspector Herrera Villegas. Cada accesorio, cada marca, cada detalle debía ser analizado con el mismo interés con que horas atrás el inspector Cárdenas inspeccionó la macabra ánfora que contenía al bebé y a la mujer. Por insignificante y nimio que algún elemento parezca, este puede brindar una evidencia determinante, tanto para la investigación criminal como para el procedimiento y juicio penal.

El sol madrugador de marzo en el litoral no entibiaba el gélido escenario, y el desorden del cubículo que los investigadores tenían enfrente no facilitaba la tarea de determinar un punto de partida para el análisis. El tiempo parecía detenido y el descuido en el orden y en la limpieza dio cuenta de un sujeto desaseado. La desorganización, especialmente en ropa de cama y ropa de guagua, junto a herramientas, utensilios y otros accesorios, sugerían el aspecto de un morador carente de amor propio. Para cualquier ojo humano no había huellas que evidenciaran allí la consumación de un crimen, pero en aquella espartana habitación el inspector Cárdenas había depositado en su compañero, el inspector Herrera Villegas, el desafío de calzar las piezas faltantes de este funesto rompecabezas.

Junto al muro se hallan dos catres grandes (uno café y otro blanco), un mueble de cocina y una mesa chica. Sobre una cama hay una maleta abierta con algunas prendas en su interior. Detrás de los catres hacia la cabecera hay un balde con agua. El piso de madera se observa lavado, raspado y húmedo. El tono blanquizco que se proyecta hacia la bajada de cama se contrapone al color del resto de las tablas del suelo de polvorienta apariencia. El sagaz inspector olfatea lo que allí había sucedido. El inspector Herrera debía responder a las expectativas depositadas en él por el viejo Cárdenas. Al levantar las tablas se observa, a simple vista, sin microscopio, escurrimiento de sangre en las junturas que cubría buena parte de los maderos.

Este crucial hallazgo fue la antesala de un descubrimiento mayor. En el mueble de cocina se observa una cuchara y un tenedor con empuñadura verde, y entre el catre y el mueble de cocina descubren un nuevo tarro lechero. El recipiente, celoso guardador del mortal secreto del homicida, es de las mismas características que el encontrado en la vivienda del denunciante, pero este no está rebajado. Se encuentra cerrado herméticamente y sellado con pasta de piroxilina. Al abrirlo fuera de la habitación “desprende un olor nauseabundo y se advierte, dentro de él, ropas y pedazos de carne humana en avanzado estado de descomposición” (PDI, 2009: 2).

El inspector Herrera Villegas le comunica al viejo Cárdenas que en la pieza se encontró un trozo de alambre galvanizado, de dos metros de longitud, junto a utensilios de cocina de similares características al cuchillo que estaba dentro del primer recipiente y una sierra.También le informa que los restos humanos encontrados en el segundo tarro lechero se encuentran putrefactos y han sido colocados a presión, empujándolos fuertemente con algún elemento pesado. Tras ocultarlos se han hinchado por efectos de la descomposición y, tanto por la rígida disposición de restos humanos como por el hecho de que los investigadores no portaban equipamiento para inspeccionar un segundo contenedor, fue difícil sacarlos en el lugar. En su interior contenía una extremidad inferior femenina completa y otra cercenada en tres partes disímiles.

El inspector Cárdenas, sabueso ducho en materia forense, debió contener sus emociones. A pesar de su experiencia en homicidios, entereza y temple, en él emergió el padre y el ciudadano, que por su incólume naturaleza humana reprocha las deleznables consecuencias de una mente desquiciada ¿Quién es el sujeto detrás de este macabro crimen? ¿Qué razones lo llevaron a cometer tan horrendo homicidio? ¿Cómo puede el homicida portar la noble vocación docente? Fueron algunas de las preguntas que espontáneamente despuntaron respecto al escurridizo criminal.

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