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“Yo soy tu ángel”

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Así transcurrieron 45 largos años de fidelidad y de servicio. Reinhardt sabía que el final de sus trabajos y luchas se acercaba rápidamente. Con mucha fiebre provocada por una septicemia avanzada, fue internado en el Sanatorio Adventista del Plata al cuidado de su nieto Santiago. El lunes de su última semana vivió momentos muy singulares. Con su cuerpo enfermo y una mente intacta lo relató con estas palabras: “Estaba profundamente dormido. De repente me despertó una luz muy brillante. Al abrir los ojos, vi delante de mi cama la figura de un ángel. Era muy alto. Sus cabellos, rubios y largos, caían delicadamente sobre sus hombros. Su vestido era blanco como la nieve. Su rostro brillaba como el sol. Su mirada era tierna y me sonreía amablemente. Cuando quise saber qué era lo que estaba viendo, el ángel me dijo: ‘Reinhardt, no temas. Yo soy tu ángel. Soy el mismo ángel que te acompañó aquel viernes de tarde, cuando en el camino entre el puerto de Diamante y tu casa, aceptaste a Jesús como tu Salvador. Soy el mismo ángel que cerró la boca de los perros para que no te mordieran cuando la gente te echaba de sus casas porque les ofrecías la Biblia. He sido enviado para decirte que así como tu Salvador murió un viernes para entrar en el reposo sabático, el viernes de esta semana serás recogido y dormirás en paz. Ten buen ánimo y confía en el Señor’”.27

El pastor Santiago Bernhardt Hetze narró mucho después su propia vivencia de aquellas horas memorables. “El que esto escribe dormía en la misma habitación. Cuando llegó la mañana, el abuelo me hizo parar en el mismo lugar donde el ángel le había aparecido, y me relató lo que había visto y oído durante la noche. A pesar de que la fiebre alta lo estaba consumiendo visiblemente, el tono de la voz era claro, la mirada inteligente, el pensamiento bien hilvanado, y revelaba una profunda paz interior”.28 Luego hizo llamar a una de sus cinco hijas y a una de sus tres nueras. “Cuando ellas llegaron, en forma admirablemente lúcida y tranquila volvió a relatar la visión con más o menos las mismas palabras, y dio las siguientes instrucciones: ‘Llamen a todos mis hijos. Deseo despedirme de ellos. Que Alejandro (el hijo mayor, en cuya casa el abuelo vivía) compre y traiga el ataúd antes de la puesta del sol el viernes. Deseo que me vistan de blanco, como mi ángel. Llévenme a casa el viernes de noche y pónganme en el lugar donde está mi cama. Quiero ser sepultado junto a mi esposa. Avisen a todos los hermanos de las iglesias de mi fallecimiento. Que el Dr. Carlos Westphal (director del sanatorio en ese tiempo) tenga a su cargo el servicio religioso”.29

Todos sus hijos, menos David que no recibió la noticia a tiempo, se hicieron presentes. “A medida que se acercaba el momento señalado por el ángel aquel último viernes de tarde, el abuelo entraba en agonía. Tenía la mirada fija hacia arriba, y movía las manos como si quisiera correr el velo de algo que le interesaba [...] Con la desaparición de los últimos rayos del sol de aquel viernes 15 de diciembre de 1939, la vida de Reinhardt Hetze, pionero del movimiento adventista en Sudamérica, se apagó pacíficamente. Los servicios póstumos se cumplieron tal como él había pedido”. Una gran cantidad de hermanos y amigos se reunieron en el cementerio de Ramírez el sábado por la tarde cuando Hetze fue sepultado junto a su esposa. Le sobrevivieron ocho hijos, 65 nietos y 49 bisnietos. Sus restos y los de su esposa descansan actualmente en el cementerio de Aldea Jacobi, en el panteón de la familia de Alejandro Bernhardt.

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