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Prólogo
ОглавлениеExisten monumentos de toda clase. En Egipto están las famosas pirámides, luchando por emerger de las arenas que amenazan con sepultarlas. Con sus cúspides pétreas, compiten entre ellas en un vano esfuerzo por perforar el cielo siempre límpido o quebrar la achatada monotonía del desierto. La Gran Muralla del Oriente, colosal monumento milenario y epítome de la absoluta inutilidad de toda protección basada en estrategias meramente humanas, serpentea por las planicies de la China. Otros monumentos, mucho más reducidos en imponencia, abundan por doquier, hasta llegar a considerar las minúsculas imágenes estampadas sobre los sellos postales.
El propósito de todos ellos es uno y el mismo, luchar contra el más poderoso destructor: el paso del tiempo. Ni el poder, ni la fama, ni las riquezas –todos atractivos juguetes que entretienen y absorben a los humanos– logran resistir exitosamente la penosa e implacable erosión del olvido. Hasta formidables monumentos de metal y piedra terminan convertidos en informes montones de escombros, con sus mensajes evaporados en la nada.
Pero hay un monumento, mucho más endeble, que logra vencer con un grado superlativo de permanencia, la niebla opacante y siempre destructora del olvido: la página impresa. Los monumentos materiales nos dicen muy poco; aun los millones y millones de lápidas en los cementerios expresan datos de poca trascendencia respecto de quienes pretenden rememorar. Y cuando el tiempo también lleva a la tierra del olvido a familiares y amigos de los fallecidos, esas mismas lápidas terminan enmudeciendo los nostálgicos mensajes de remembranza grabados sobre ellas.
Con la página impresa, especialmente la del registro histórico, la memoria adquiere permanencia. Sin ella –en palabras del Predicador– “su memoria es puesta en olvido y no tienen más parte en todo lo que se hace bajo el sol” (Eclesiastés 9:5 y 6). Esta es la gran tarea de la Historia: rescatar del olvido, resucitar ese episodio y esa vida, y extender su influencia a través de un registro objetivo y desapasionado de los aciertos y los desaciertos, de los triunfos y los fracasos, de los pasos firmes y los tropiezos de la persona que nos precedió. Es por todo ello que, bien se ha dicho: “la historia es la maestra de la vida”.
En esta magnífica obra, el Dr. Daniel Oscar Plenc, se nos revela como cuidadoso restaurateur, quien valientemente cruza el río Leteo –el río más allá del cual se extiende la “tierra del olvido” según la mitología griega– rescata cautivos de esa tierra, y les da nueva vida contándonos sus biografías ejemplares. Ellos quisieron escalar esas cumbres de heroísmo y sacrificio para darnos lo que gozamos hoy.
Los personajes escogidos y rescatados por el Dr. Plenc, en solemne e inspiradora procesión, desfilan uno a uno en las páginas de este libro, no como militares llenos de gloria, fogueados en numerosos combates, ni como científicos de nota, con logros que nos encandilan, ni como respetados empresarios que supieron amasar cuantiosas fortunas. No, no fueron hombres admirados por proezas castrenses, intelectuales o financieras quienes escogió el autor de este desfile. Son personas que, sin ser militares, debieron librar severos combates como guerreros del Señor; sin ser científicos, fueron verdaderos campeones en el avance de la Ciencia de todas las ciencias -la ciencia de la salvación-; y sin ser empresarios, fueron fieles mayordomos en la administración de los magros recursos que les fueron confiados para llevar adelante una empresa humanamente imposible.
El desfile lo es también de hitos, de episodios (muchos de ellos serios y solemnes, pero también otros de carácter risueño, que matizan con pinceladas de humor las viñetas biográficas recuperadas en este precioso trabajo), de lugares, de fechas y de vibrantes testimonios de fe.
A través de los 14 capítulos de esta obra llegaremos a conocer a varios de aquellos que ya no están con nosotros y, sin embargo, murieron “en el Señor”. Por ello, “sus obras”, por bendición del mismo Señor, perduraron, se desarrollaron y llegaron a nosotros. Así, rescatados del tiempo y de la distancia, con una abundante documentación que lo respalda, Plenc nos brinda la emotiva oportunidad de conversar con alguien que regresó a Sudamérica –Jorge Riffel–, otro que no quiso que se hablara de nada sino solamente de la verdad –Reinhardt Hetze– y otro más, cuya presencia despertaba santo asombro –Francisco H. Westphal.
El desfile continúa con el médico abnegado y resuelto –Roberto H. Habenicht–, el joven que únicamente con su Biblia en la mano, inspiró la apertura de un colegio –Luis F. Ernst–, aquel para quien vida y misión eran sinónimos –Thomas S. Davis–, el apasionado por las publicaciones y la misión –Eduardo W. Thomann–, el predicador que no temía ni la altura ni los peligros –Fernando A. Stahl–, quien no conoció vacilaciones ni retrocedió ante obstáculo alguno en el cumplimiento de la misión –Pedro Kalbermatter–, el fogoso vocero del evangelio –Walter Schubert–, y aquel para quien los problemas eran tan solo un peldaño más en la escalera hacia el éxito –Pedro M. Brouchy. Además, muchos otros valientes del Señor aparecen mencionados aquí y allá en esta obra, para que recordemos sus aportes en el establecimiento de la misión en estas latitudes.
Humberto R. Treiyer
Doctor en Teología
Libertador San Martín, Entre Ríos, Rep. Argentina
Septiembre de 2007