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Capítulo 13

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—Estuve todo el día en el bosque. Tenía mucha hambre. Por la noche encontré un campamento y vi que tenían comida, así que intenté acercarme sin hacer ruido y coger algo, pero me pillaron. Tuve que correr, y así fue como nos encontramos.

El silencio habló cuando el chico terminó su historia. Garrett se quedó mirándolo, con las palabras del muchacho aún en la cabeza.

—Así que Melvo, ¿eh?

El chico asintió despacio.

—Qué nombre más horroroso, no me gusta nada. Si he de cargar contigo, tendrás que llamarte de otra forma —levantó los ojos, como si se esforzara en pensar en un nombre—. Azael. Te llamarás así. Tanto si te gusta como si no.

El chico levantó la cabeza. Los ojos le brillaban.

—¿Quiere decir… que me aceptas?

—Supongo que sí —Garrett meneó la cabeza—. ¿Estás seguro de que quieres hacer esto? Sabes que, si no estás a la altura, te podrían matar en cualquier momento, ¿verdad?

—No tengo ninguna duda.

—Muy bien. Puedes llamarme Garrett.

Azael dio un respingo y comenzó a retirar el trapo que envolvía el libro que llevaba con él. Desdobló el papel que había sacado de entre las páginas y se lo tendió a Garrett, que lo agarró con curiosidad.

El papel contenía el retrato de una persona de la que solo se veían los ojos, y una recompensa por su entrega ante las autoridades de la República de Rhydos, con o sin vida.

—¿De dónde lo has sacado? —preguntó Garrett con gesto serio.

—Han colocado varios por la ciudad. Escuché a unos hombres decir que vendrían a por ti. Saben dónde estás, así fue como me enteré yo también —el recién bautizado como Azael se mostraba preocupado—. ¿Qué vas a hacer?

—No es la primera vez que ponen precio a mi cabeza, y me temo que no será la última. Gunthar debe de estar detrás de esto —maldijo para sí, y después empezó a pensar en alto—: al asesinar a un miembro del Consejo, ha quedado un cargo libre. Querrán ocuparlo pronto y buscarán al mejor candidato para ello, y probablemente se trate del hombre que contrató a Gunthar para la tarea. Tengo que averiguar quién es.

—¿Cómo?

—Iré mañana a Alveo y descubriré de quién se trata. Tú esperarás aquí.

—Pero todos te buscan.

—Que me busquen no quiere decir que me vayan a encontrar.

Pasaron lo poco que quedaba de la tarde y la noche entera sin salir de la cabaña, acompañados todavía por el sonido de las gotas al caer. Azael se quedó dormido frente a la chimenea, recostado en el suelo. Garrett lo colocó en la cama y lo cubrió con la sábana. Después, se sentó en la silla a observarlo mientras escuchaba cómo amainaba el aguacero. En la mano sostenía la cinta roja.

Así que esto es lo que vas a hacer…

—Eso parece —resopló—. Ya podría haber traído una cama propia.

Aún era temprano cuando Garrett abrió la puerta de la cabaña la mañana siguiente. Aunque amaneció más tranquila que la tarde anterior, el sol seguía sin conseguir abrirse paso entre unas nubes densas y grisáceas. Echó un último vistazo al interior, hacia la cama, donde Azael dormía abrazado a la almohada.

Tras montar a lomos del caballo, emprendió el camino a Alveo. En el trayecto se cruzó con un campamento improvisado, situado a un lado del camino y ocupado, a juzgar por los cuatro caballos que descansaban cerca, por cuatro personas, de las cuales solo una, un hombre, estaba fuera de las tiendas, sobre un tocón, mientras daba cabezadas con una espada desnuda en el regazo.

En cuanto las murallas de la ciudad estuvieron lo suficientemente cerca, Garrett desmontó y apartó a Resacoso del camino que atravesaba el bosque entre Lignum y Alveo, y ató las riendas a la rama de uno de los árboles. Le sorprendió que la entrada a la ciudad no estuviera vigilada, igual que la poca cantidad de personas que pululaban por las calles, aun cuando no era demasiado temprano como para que la actividad en la ciudad hubiera comenzado.

Se dirigió hacia el distrito superior, a la Asamblea del Consejo, y allí descubrió a una multitud de personas, congregada en la pequeña plaza redonda frente a las puertas de la Asamblea. Las voces sonaban unas sobre otras, generando una cacofonía de conversaciones ininteligibles.

Si bien los edificios de ese distrito destacaban por la riqueza de su construcción frente a las estructuras del resto de la ciudad, la Asamblea contrastaba incluso con ellos. Era una edificación robusta enteramente de mármol, con la fachada adornada por numerosas figuras esculpidas dispuestas en un arco sobre una puerta doble de madera de ébano tan alta como un árbol, y f lanqueada por relieves y estatuas adosadas a la pared.

Agazapado, Garrett observaba la escena desde la seguridad del tejado de una de las casas cercanas a la Asamblea, al otro extremo de la plaza. Escrutó todo el lugar en busca de amenazas y posibles rutas de escape, por si surgía algún contratiempo y la situación se complicaba.

Se había desplegado un amplio efectivo de guardias, tanto a lo largo de la calle principal que recorría el distrito hacia la Asamblea como en la plaza, frente a las puertas y rodeando la misma. Pero nadie había pensado en vigilar los tejados.

«Punto para mí».

Las grandes puertas se abrieron, lo que silenció a la multitud. Del interior aparecieron cinco hombres. Garrett, al igual que las demás personas, permanecía atento a los hombres que acababan de salir. Debían de ser los miembros del Consejo. Y ya había cinco, lo que quería decir que el nuevo miembro ya había sido elegido. Quizá el hecho de que se hubiera congregado allí esa gente se debiera a que los consejeros querían presentar a la nueva incorporación.

Para Garrett, toda esa situación era habitual: alguien con demasiada ambición y pocos recursos para progresar contrataba a alguien que asesinara a la competencia y lo ayudara en ello. El nuevo miembro debía de ser el contratista y, si descubría al contratista, quizá podría encontrar al hombre al que pagó para el trabajo. A Gunthar. Y de él obtendría la información que necesitaba. Y luego lo mataría.

Uno de los hombres, cuyo pelo largo y canoso lo denotaba como el mayor de los cinco, había comenzado a hablar. Aunque estaba lejos, Garrett distinguía sus palabras con claridad:

—Hace algunas noches, nuestra gloriosa república sufrió una enorme pérdida: dos de nuestros miembros del Consejo fueron asesinados por obra de un vil asesino. Aún lloramos sus muertes, pero hemos tenido que actuar con rapidez para ocupar sus lugares. No podemos mostrar debilidad en ningún momento ante unos enemigos que esperan una oportunidad para atacarnos. Debemos mantenernos fuertes para dejarles claro que no lograrán vencernos…

—¿Dos consejeros asesinados? —Garrett estaba confuso—. ¿Y cuál de los dos nuevos contrató a Gunthar?

Parece que al final no va a ser tan fácil…

—Cállate.

Y ahora, ¿qué?... Parece que vas un paso por detrás, como siempre…

—¿Acaso te importa?

No, pero tus planes absurdos me divierten...

Mientras, el consejero seguía hablando:

—En mi poder tengo esta carta. En ella están escritas las órdenes que acabaron con los dos anteriores consejeros, y está sellado con el símbolo de la familia real de Orea. Es pronto para sacar conclusiones, querido pueblo, pero, si al final se confirmara que el rey de Orea está tras el ataque, entonces plantaremos batalla a nuestros vecinos cobardes y engreídos del norte. Llevaremos la guerra a sus puertas, acabaremos con el último oreano que se interponga en nuestro camino y le demostraremos a ese rey que no importa cuántos asesinos mande contra nosotros, porque nunca conseguirá debilitarnos.

Siguió con el discurso entre vítores y aplausos, pero Garrett se distrajo con sus pensamientos. La búsqueda de Gunthar se había complicado, y además ahora el Reino de Orea entraba en juego.

—¿Gunthar trabaja para Orea? ¿Desde cuándo? —los pensamientos bullían en su cabeza—. Parece que tendré que viajar para averiguarlo.

Garrett volvió a prestar atención al discurso que aún tenía lugar abajo:

—…y su acto no puede quedar impune, de modo que todo aquel que tenga información sobre el asesino será gratamente recompensado, y recibirá mucho más si además trae con él la cabeza de este criminal sin escrúpulos.

De repente, y casi por instinto, Garrett levantó la cabeza, justo a tiempo de ver situado en el tejado de otro edificio a un arquero soltando la cuerda tensada de su arma en dirección hacia él. Sin apenas tiempo, se vio forzado a maniobrar de forma rápida e imprecisa. La f lecha silbó sobre su cabeza mientras él se dejaba caer del tejado. Unos segundos más tarde y el resultado habría sido muy diferente.

Por desgracia, la precipitación con la que tuvo que esquivar el proyectil no le permitió calcular bien el descenso, de modo que cayó de forma estrepitosa, lo que llamó la atención de los ciudadanos y guardias que estaban cerca de él.

Al darse cuenta del alboroto y del responsable que lo había causado, el miembro del Consejo que hablaba se alarmó.

—¡Es él!, ¡es el asesino! ¡Ha venido a acabar con nosotros! ¡Acabad con él!

De modo que el vil asesino del que hablaban no se trataba de Gunthar. Se referían a él.

—Genial.

Los ciudadanos abandonaron la plaza en desbandada, y los miembros del Consejo se ocultaron en la Asamblea. Por otra parte, los guardias de la plaza empezaron a formar, a la vez que acudían más procedentes de la calle principal, alertados por el revuelo generado. Garrett pronto se vio atrapado entre las alabardas de los guardias que custodiaban las puertas de la Asamblea y las de aquellos que llegaban desde abajo.

La has hecho buena… Quizá no deberías haber venido…

—¿Tú crees?

Los dos grupos de soldados comenzaban a acercarse el uno al otro despacio y con las armas apuntando al hombre ante ellos. La única opción de huida era descender por la calle principal y buscar la primera vía alternativa que lo condujera hasta la muralla, pero, para ello, debía superar al grupo que ya bloqueaba la bocacalle.

Esto va a ser divertido…

—No sabes cuánto.

El Errante I. El despertar de la discordia

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