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SUBESTIMAMOS LAS REACCIONES EN CADENA DEL AUTOENGAÑO

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Un tropo que se suele aprovechar mucho en las comedias de televisión es que “la decepción engendra mayor decepción”. Te resultará familiar: el protagonista comete una ofensa menor, como olvidar comprar un regalo de Navidad para su esposa. Para cubrirlo, dice una mentira piadosa. Por ejemplo, le regala lo que originalmente había comprado para su padre, fingiendo haberlo comprado para ella. Pero necesita mentir de nuevo para encubrir la primera mentira: “Es una corbata… mmm, sí. ¡Tenía ganas de decirte que te ves muy sexy con corbata!”, y para el final del capítulo, es responsable de que su esposa diario use corbata.

Exageran el tropo con fines cómicos, pero se basa en un fenómeno real: cuando mientes, es difícil predecir exactamente a qué comprometes a tu futuro yo.

Al igual que las mentiras que contamos a los demás, las mentiras que nos contamos a nosotros mismos tienen reacciones en cadena. Supongamos que acostumbras a racionalizar tus errores y, como consecuencia, te ves más perfecto de lo que eres en realidad. Esto tiene consecuencias en cómo ves a los demás: ahora, cuando tus amigos y familiares se equivoquen, quizá no te muestres empático. A fin de cuentas, nunca has cometido errores así. ¿Por qué no son mejores? No es tan difícil.

O supongamos que, en beneficio de tu autoestima, te ves desde lentes color de rosa, y te crees más encantador, interesante e impresionante de lo que en realidad eres a ojos de los demás. Una posible consecuencia: ¿cómo explicas que las mujeres no tienen interés en salir contigo, si eres tan buen partido? Pues tal vez todas son superficiales.

Esa conclusión tiene sus propias reacciones en cadena. ¿Cómo explicar por qué tus padres, amigos o seguidores en internet intentan convencerte de que la mayoría de las mujeres no son tan superficiales como crees? Supongo que no puedes confiar en la honestidad de la gente, porque dice lo que cree, ¿no? Esa conclusión trastorna tu mapa de la realidad.

Estos ejemplos tienen fines ilustrativos y no necesariamente son representativos. Es difícil saber con exactitud cómo te afectará un acto particular de autoengaño en el futuro, o si lo hará. Tal vez en muchos sentidos, el daño es insignificante. Pero el hecho de que el daño sea retardado e impredecible debería ser motivo de alarma. Se trata del valor que solemos descuidar cuando sopesamos los costos y los beneficios de forma intuitiva. Subestimamos el costo de engañarnos y, por tanto, elegir la mentalidad de soldado con demasiada frecuencia y evitar la mentalidad centinela o elegirla muy poco.

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