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5. ¿Tienes buenos críticos?

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Cuando Charles Darwin publicó El origen de las especies en 1859 sabía que caería como una bomba. El libro proponía la evolución a partir de la selección natural, una teoría cuya comprensión sería difícil y que rayaba en la blasfemia, pues derrocaba la imagen tradicional del dominio divino del hombre sobre el animal. Defender la evolución era “como confesar un asesinato”, le contó a un colega científico.17

El libro generó una tormenta de críticas, que para Darwin fueron mortificantes, aunque las esperaba. Sus críticos presentaron argumentos débiles, exigieron una cantidad de evidencia poco realista y sus objeciones eran endebles. En público, Darwin se mantuvo cortés, pero desahogaba sus frustraciones en privado. “Owen es vengativo. Malinterpreta y altera mis afirmaciones de forma injusta”, comentó sobre una reseña.18

Es común que el inconformista con una teoría alternativa sienta que los poderes fácticos lo desestiman injustamente. Sin embargo, Darwin fue un caso atípico porque también reconoció a un puñado de buenos críticos, además de los malos, quienes se habían tomado la molestia de entender su teoría y plantear objeciones inteligentes.

Uno de ellos fue el científico François Jules Pictet de la Rive, quien publicó una reseña negativa de El origen de las especies en la revista literaria The Athenaeum. A Darwin le impresionó la reseña de Pictet de la Rive a tal grado que le escribió una carta para agradecerle por resumir el argumento del libro con tanta precisión y por la imparcialidad perfecta de su crítica: “Coincido con todo lo que plantea. Reconozco sinceramente que no explico todas las enormes dificultades. La única diferencia entre nosotros es que le doy más importancia a explicar los hechos y un poco menos a las dificultades”.19

Quizá conozcas a personas que critican tus creencias más arraigadas o tus decisiones de vida. Personas con ideas opuestas a las tuyas sobre temas políticos como la regulación de las armas, la pena de muerte o el aborto. Que disienten en temas científicos como el cambio climático, la nutrición o las vacunas. Que condenan la industria en la que trabajas, por ejemplo, tecnológica o militar.

Es tentador pensar que tus críticos son malintencionados, irracionales o están desinformados. Y tal vez algunos lo sean; pero no es probable que todos lo sean. ¿Conoces a alguien que critique tus creencias, profesión o decisiones vitales y que te parezca considerado, incluso si crees que se equivoca? ¿O por lo menos puedes mencionar motivos razonables por los que alguien podría discrepar contigo (incluso si no conoces a una persona que tenga esas opiniones)?

Tener la capacidad de reconocer a críticos razonables, tener la disposición de decir: “En esta ocasión, mi interlocutor tiene razón”, admitir cuando te equivocas distingue a quienes les importa la verdad de quienes creen que les importa.

La señal absoluta de una mentalidad centinela puede ser recordar ocasiones en las que adoptaste la mentalidad de soldado. Si te parece algo retrógrada, recuerda que ese tipo de razonamiento es nuestro estado natural. Es universal, así están configurados nuestros cerebros. Si nunca te descubres en él, ¿es más probable que difieras del resto de la humanidad o que no seas tan consciente como consideras serlo?

No es sencillo aprender a reconocer tus prejuicios en el momento. Pero con las herramientas adecuadas es posible. De eso tratan los próximos dos capítulos.

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