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Capítulo 1 La herencia española

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La herencia española de América Latina ha sido valiosa en muchos aspectos; pero, sin duda, no dejó un gran legado en asuntos económicos. La Argentina, como todos los países latinoamericanos colonizados por España, heredó una administración altamente burocrática y una estructura económica atrasada.1

El Imperio tenía muchas unidades administrativas, virreinatos, gobiernos, capitanías generales y tribunales que requerían el nombramiento de un gran número de funcionarios públicos, administradores, recaudadores de impuestos y jueces. Además, la defensa de los nuevos territorios con fronteras mal definidas y el mantenimiento del orden público requerían de fuerzas militares.

En la Argentina, la estructura económica que el país heredó de la independencia se conformó como resultado de tres fenómenos socioeconómicos clave que habían estado en vigor durante siglos: la explotación de las minas de plata en Potosí, la contribución de las misiones jesuíticas al desarrollo humano y el liderazgo exportador de la economía de Buenos Aires, basado en la producción ganadera de las estancias.

La explotación de las minas de plata de Potosí y su cadena de abastecimiento a lo largo del Camino Real al Alto Perú representó el motor del crecimiento durante más de dos siglos y proporcionó la mayor parte del dinero que financió a los funcionarios, los soldados y la Iglesia. Sin embargo, no solo su productividad disminuyó durante el siglo XVIII, sino que su contribución financiera a las Provincias Unidas del Río de la Plata cesó con la pérdida del Alto Perú en 1813.

Los jesuitas y otras órdenes regulares católicas organizaban asentamientos comunales de nativos, llamadas “reducciones” o “misiones” que se volvieron cada vez más activas y productivas en el comercio interregional. Hubo misiones tanto en las ciudades del Camino Real, como en las del Río de la Plata y a ambos lados de los Andes, pero las misiones habían perdido su papel económico al momento de la creación del Virreinato del Río de la Plata. Después de la expulsión de los jesuitas durante el reinado de Carlos III, los habitantes de las viejas misiones migraron a ciudades cercanas a Buenos Aires para trabajar como artesanos y campesinos, o fueron reclutados por comerciantes privados, bien conectados con el gobierno. Esos mismos comerciantes también compraron la mayor parte de la tierra y bienes de capital de las antiguas misiones; se convirtieron así en una clase de grandes terratenientes no muy diferentes de la clase de estancieros que entonces emergían alrededor de Buenos Aires.

Durante el siglo XVIII, el desarrollo de las estancias ganaderas y las exportaciones de cueros, sebo y grasa hicieron del puerto de Buenos Aires el nuevo motor de crecimiento de la economía que permitiría a Argentina unirse a la más abierta y dinámica economía mundial del siglo XIX.

Después de que Buenos Aires se transformara en la capital del Virreinato del Río de la Plata y el comercio legal se trasladara de Lima al puerto rioplatense, su papel político y económico se amplió significativamente. Por ello, otras potencias coloniales europeas se interesaron cada vez más en el área del Río de la Plata. En efecto, las invasiones británicas de Buenos Aires y Montevideo en 1806 y 1807 tuvieron dos efectos. Primero, los criollos comprendieron que eran ellos –no el virreinato español– los verdaderos defensores de la ciudad. En segundo lugar, advirtieron el valor de un comercio más libre, tal como lo habían perseguido durante mucho tiempo los británicos. Estos eventos locales, junto con la invasión de Napoleón a España, influyeron en la posterior Revolución de Mayo.

Historia económica de la Argentina

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