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Las misiones jesuíticas

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Una concesión del Papa, expresada en varias bulas, otorgó a la corona española derechos, anteriormente privilegio exclusivo de la Iglesia. La corona podría organizar la presencia de la Iglesia católica en América, organizar y distribuir a los misioneros en los nuevos territorios, decidir la ubicación de iglesias y catedrales y seleccionar candidatos para cargos clericales en el Nuevo Continente. Estos derechos iban acompañados de la obligación de proteger a la Iglesia católica en la región.

Las primeras órdenes religiosas que llegaron a América fueron los dominicos y los franciscanos. Los mercedarios y los agustinos, junto con los jesuitas, arribaron hacia finales del siglo XVI.

La encomienda y la mita funcionaban en lugares donde había una fuerte concentración de nativos, cuya evangelización la corona quería asegurar, así como la de los que vivían dispersos o en pequeñas comunidades. Con tal fin, la corona decidió que los nativos debían ser “congregados y reducidos en lugares cómodos y convenientes” llamados reducciones o misiones, instituciones religiosas y socioculturales creadas y administradas por órdenes religiosas, como la de los prominentes jesuitas y franciscanos.

Las reducciones de nativos fueron un “experimento” de desarrollo social y económico que se destacó del resto de las estructuras sociales y económicas que surgieron de la interacción de los funcionarios públicos, los encomenderos y los terratenientes. Una vez que los misioneros establecieron las primeras reducciones a principios del siglo XVII, la mayoría de los habitantes originarios que hasta entonces habían resistido las encomiendas decidieron voluntariamente abandonar sus comunidades y unirse a las misiones, donde recibieron tierras para producir sus alimentos. Allí aceptaron las reglas impuestas: participaban en la vida de la comunidad, recibían instrucción religiosa y aprendían técnicas agrícolas europeas más avanzadas para cultivar la tierra.

Los jesuitas primero se establecieron en Córdoba en 1599, que se convirtió en el corazón de la antigua provincia jesuita de Paraguay. Allí fundaron seis misiones, llamadas “estancias” porque eran centros agrícolas y comerciales. También allí crearon la primera universidad. Hasta comienzos del siglo xvii, Córdoba representó, después de Potosí, el segundo centro religioso y económico más importante de lo que luego conformaría el territorio del Virreinato del Río de la Plata. Córdoba estaba ubicada en la intersección de las carreteras que conducían desde Asunción del Paraguay al este, a través de las ciudades de Santa Fe; con San Luis, Mendoza y Chile al oeste; con San Juan, Catamarca y La Rioja hacia el noroeste; y con Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy, al norte, para llegar a Potosí en el Alto Perú.

Hasta ese momento, el pueblo de Buenos Aires apenas tenía unos 2000 habitantes; constituía un puerto marginal que comerciaba con mercancías de contrabando. Buenos Aires creció en importancia a lo largo de los siglos xvii y xviii. Su población aumentó de menos de 2000 en 1615 a más de 30.000 en 1776, cuando se creó el Virreinato del Río de la Plata.

Las reducciones jesuitas más exitosas, pobladas por guaraníes, se ubicaron alrededor de los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay, en territorios que hoy pertenecen a la Argentina, Paraguay y el Brasil, pero también desempeñaron un papel importante en casi todas las ciudades del Camino Real al Alto Perú.

Contrariamente a la práctica de los encomenderos, las misiones reinvertían el excedente producido por las actividades comerciales en instalaciones para las comunidades e iglesias y financiaban milicias, que lucharon contra las ambiciones expansionistas de los portugueses en los territorios ocupados por las misiones.

A lo largo del siglo XVII, los guaraníes continuaron migrando a las reducciones atraídos por la oportunidad de recibir una educación y gozar de un nivel de vida más alto. Además de buscar protección de los esclavistas portugueses que los asediaban desde el este, trataban de protegerse de los encomenderos y oficiales públicos de Asunción, que siempre estaban ansiosos por capturar los recursos humanos y materiales de las misiones.

Las milicias guaraníes de las misiones aportaron alrededor de cuatro mil hombres a las sucesivas campañas del Gobierno de Buenos Aires para desplazar a los portugueses de Colonia de Sacramento, un lugar estratégico que los portugueses utilizaban ocasionalmente para disputar a España la soberanía del actual Uruguay a fin de compartir el control de la navegación en el Río de la Plata.

Sin embargo, las negociaciones diplomáticas entre las autoridades de Madrid y Lisboa no tuvieron en cuenta el interés de las misiones guaraníes cuando, en 1750, España y Portugal firmaron el Tratado de Madrid. España consiguió Colonia de Sacramento; a cambio, Portugal obtuvo todas las misiones al este del río Uruguay. Acto seguido, los nativos de las misiones se rebelaron en las Guerras Guaraníes, entre 1752 y 1756.

Los círculos de poder de Lisboa y Madrid, influidos por las prácticas del despotismo ilustrado, consideraban a los jesuitas como un estado dentro del Estado, no compatible con el absolutismo real. Finalmente, las fuerzas combinadas de Portugal y España derrotaron a los guaraníes, y los jesuitas –acusados de instigar la guerra–, fueron expulsados de Portugal en 1758, de España en 1767, y obligados a renunciar a sus misiones.

Para Córdoba y las principales ciudades del Camino Real al Alto Perú, tal expulsión resultó un duro golpe, pues despojó al sistema virreinal de propiedad comunal y privada, que habría contribuido a una distribución menos concentrada del poder económico cuando se convirtió en las Provincias Unidas del Río de la Plata. El declive de las misiones significó el mayor revés de la época colonial para el desarrollo social y económico de las actuales provincias del centro y norte de la Argentina.

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