Читать книгу La mente dividida - Dr. John E. Sarno - Страница 21

Por qué la profesión médica ignora las teorías mente-cuerpo

Оглавление

Desde el comienzo de la segunda mitad del siglo XX las especialidades médicas se han ido alejando de la idea de que el cerebro pueda producir alteraciones físicas en el cuerpo y de que existan los trastornos psicosomáticos. Algunos especialistas, como los traumatólogos, los neurocirujanos, los neurólogos y los fisioterapeutas, se oponen vehementemente a esta idea, sin duda porque contradice su creencia en que las anormalidades estructurales son las responsables de todos los síntomas observados. Sus diagnósticos están basados en los métodos terapéuticos que emplean. Por lo tanto, son muy reacios a considerar otro diagnóstico, sobre todo uno que sea psicosomático. Los médicos de atención primaria, que normalmente no se consideran capacitados para tratar casos de dolor crónico o con síntomas neurológicos, suelen recomendarles a sus pacientes que acudan a un «especialista» –justamente esos traumatólogos, neurólogos y fisioterapeutas que han rechazado la validez de los diagnósticos psicosomáticos–. Si estos médicos supiesen que esos casos son psicosomáticos, podrían decidir encargarse ellos mismos de tratar a sus pacientes.

Los síntomas psicosomáticos que afectan a otros sistemas (gastrointestinal, genitourinario, dermatológico...) suelen ser tratados con medicación, dieta, etcétera. En la actualidad, los médicos de cualquier especialidad parecen constitucionalmente incapaces de atribuir los síntomas físicos a algún tipo de proceso emocional. Esto representa un cambio dramático respecto a las prácticas y actitudes médicas de la primera mitad del siglo XX. El legendario sir William Osler comentó una vez que uno tenía más posibilidades de aprender algo sobre la tuberculosis viendo lo que sucedía en el interior de la cabeza del paciente que observándole el pecho. ¿Qué ha ocurrido?

Primero, una triste paradoja. En los últimos cincuenta años las investigaciones médicas se han orientado más hacia el laboratorio. Este cambio ha producido sin duda algunos resultados impresionantes. Pero la biología humana no es un asunto exclusivamente mecánico, y existen límites a lo que el laboratorio puede estudiar con precisión. Los estudios de laboratorio de las enfermedades infecciosas han sido espléndidos –se trata de algo bastante simple–. Sin embargo, estos éxitos han hecho que no se le prestara atención a la influencia de las emociones. Y como consecuencia, la investigación médica ha fracasado completamente en mu­chas áreas. Las pruebas de esto se encuentran por todas partes. Los problemas de dolor se han convertido en una epidemia. Los trastornos gastrointestinales, dermatológicos y alérgicos son cada vez más comunes, y todo porque, contrariamente a lo que cree la clase médica, las causas de estos trastornos no pueden ser identificadas en el laboratorio. Y, paradójicamente, nuevos y maravillosos instrumentos, como la resonancia magnética, a menudo contribuyen a errores de diagnóstico cuando los médicos malinterpretan la importancia de determinados hallazgos. Los métodos de laboratorio pueden ser impecables pero no sirven para nada si la interpretación de sus hallazgos es incorrecta.

El fracaso de la ciencia médica para detener la oleada de trastornos de dolor crónico es de por sí un gran problema, pero hay también un fracaso en un ámbito aún más crucial. En la literatura médica existen abundantes pruebas anecdóticas de la influencia de los factores psicológicos en enfermedades graves (autoinmunes, cardiovasculares y cáncer). Sin em­bargo, la ciencia médica le ha prestado muy poca atención a estas pruebas, y los institutos nacionales de salud han mostrado una flagrante indiferencia al respecto. Para decirlo con claridad, en estas enfermedades, los factores emocionales de­berían ser estudiados como agentes de riesgo, y no lo son.

Otra tendencia de la ciencia médica contemporánea es su preocupación por el estudio de la anatomía, la fisiología y la estructura química del cerebro, a expensas del estudio de la relación dinámica entre la mente y el cuerpo. La neurociencia puede ser enormemente importante pero lo que se aprende respecto al cerebro físico puede ser perjudicial o irrelevante para la medicina clínica. Un ejemplo es la tendencia casi universal a tratar la depresión con fármacos como si ésta fuese el producto de alteraciones químicas, cuando de hecho su motivo es un conflicto psicológico inconsciente, y el cambio químico no es más que el mecanismo que produce el síntoma de la depresión. El hecho de tratarla únicamente con medicamentos, sin psicoterapia, no es sólo mala medicina sino que además es peligroso. El imperativo del síntoma nos dice que eliminar éste mediante el uso de un placebo o de un antidepresivo no hará más que crear otro síntoma, que puede estar relacionado con algo más grave, como el cáncer.

Así pues, los hallazgos de la neurociencia pueden ser totalmente irrelevantes para algunas áreas de la medicina clínica. Por ejemplo, el hecho de que una tomografía por emisión de positrones sea capaz de identificar las zonas del cerebro que se activan cuando una persona está enfadada no nos ayuda a determinar el origen de esa rabia, sobre todo si hay procesos inconscientes implicados. Estos hallazgos son extremadamente interesantes pero poco útiles si uno está intentando ayudar a un paciente a resolver un problema de comportamiento. Esa ayuda sólo puede provenir de un laborioso proceso de análisis psicológico realizado por un profesional competente. Cuando estoy trabajando con un paciente que padece un dolor producido por la ira reprimida, no sirve de nada saber qué zonas del cerebro están implicadas en ese proceso. Tengo que ayudar al paciente a comprender los orígenes de la ira. La experiencia ha demostrado que normalmente esa comprensión lo va a «curar». Este interesante proceso será explicado en el capítulo cuarto.

La neurociencia es una de las especialidades más fascinantes y con más glamour de la medicina de investigación actual. Esto se debe en cierta medida al interés mostrado por gente como Gerald M. Edelman y el ya fallecido Francis Crick, ambos ganadores del premio Nobel en otras especialidades. Sus estudios respecto a los «correlatos neurales de la conciencia» son enormemente interesantes, tanto como lo pueden ser las investigaciones realizadas por astrofísicos y cosmólogos, pero tienen poca relevancia para la medicina clínica, especialmente cuando están implicadas las emociones.

Un artículo en la edición de mayo del 2004 de la revista Natural History ilustra claramente las limitaciones de los hallazgos de laboratorio. El autor, Robert M. Sapolsky, profesor de biología y neurología, citaba un estudio publicado en la revista Science que consideraba extremadamente importante. Los investigadores siguieron a un grupo de niños de Nueva Zelanda desde los tres años hasta la edad adulta, identificando la incidencia de la depresión y comprobando que una proporción del grupo estudiado poseía un gen regulador de la serotonina conocido como 5-HTT. El papel de la serotonina en la depresión es bien conocido debido al extendido uso de medicamentos como el Prozac. Los investigadores correlacionaron la incidencia de dos variantes del gen 5-HTT con la depresión y encontraron que el hecho de heredar estos genes solamente aumentaba el riesgo de sufrirla. El gen «malo» no producía depresión en las personas que no habían padecido grandes tensiones y estrés. El autor concluía afirmando que «todos tenemos la responsabilidad de crear en­tornos que interactúen de manera benéfica con nuestros genes».

Otro aspecto de este problema fue señalado por Stephen J. Gould, quien escribió en Natural History: «Un desafortunado pero infelizmente común estereotipo sobre la ciencia divide a la profesión en dos ámbitos de distinto estatus. Por un lado tenemos las ciencias ‘‘duras’’ o físicas que se ocupan de la experimentación y la predicción, y que funcionan con precisión numérica. Por otro lado, las ciencias ‘‘blandas’’, que se encargan de los complejos asuntos de la historia, deben suplir estas virtudes con una ‘‘mera’’ descripción sin números sólidos, y esto en un mundo confuso en que, en el mejor de los casos, tenemos la esperanza de explicar lo que no podemos predecir. La historia de la vida encarna todo el desorden de este segundo e infravalorado tipo de ciencia».

Justo cuando este libro estaba siendo preparado para su publicación, en la edición de septiembre del 2005 de Proceedings of the National Academy of Sciences, apareció un estudio médico muy importante. Un equipo de investigadores de la Universidad de Wisconsin fue capaz de relacionar las zonas del cerebro implicadas en las emociones con un proceso inflamatorio que causa síntomas de asma. Como he mantenido que el asma es un trastorno mente-cuerpo, y un equivalente del SMT, ésta es una prueba importante de que las emociones pueden ser un factor crucial en la producción de trastornos mente-cuerpo. Pretendo comenzar un estudio similar, ya que es altamente probable que los cerebros de las personas con SMT presenten el mismo tipo de cambios.

La neurociencia puede desempeñar un importante papel en identificar cómo funcionan los procesos mente-cuerpo. Si las emociones inconscientes pudiesen ser identificadas y medidas de manera objetiva, contaríamos finalmente con lo que serían considerados datos fidedignos para respaldar nuestras observaciones clínicas.

El mundo de la mente inconsciente, como la historia de la vida, no puede ser estudiado exclusivamente por las ciencias duras. ¿Cómo puede uno identificar y cuantificar objetivamente los rasgos de la personalidad y las emociones que residen, por decirlo de alguna manera, en el inconsciente? La idea de que poderosas emociones inconscientes son las responsables de los trastornos mente-cuerpo está basada en el historial médico, en el conocimiento de la psique, en exámenes físicos, en deducciones lógicas y en experimentaciones terapéuticas. El éxito en el tratamiento le otorga validez al diagnóstico si uno está seguro de que no existe ningún efecto placebo.

En lugar de ocuparse de esta caótica realidad, la ciencia médica contemporánea simplemente ha descartado todo el concepto de la medicina mente-cuerpo. Prefiere ocuparse de realidades mecánicas, mensurables y químicas antes que de los abstrusos fenómenos de la psicología. No quiere saber que son las emociones las que controlan las manifestaciones químicas y físicas que han identificado, y tiene la peligrosa idea de que el hecho de tratar la parte química va a corregir el trastorno. Este tratamiento puede en efecto modificar los síntomas, pero eso no es lo mismo que curar el trastorno.

Además, uno tiene que hacer una distinción entre la investigación médica y la medicina clínica. Ambas disciplinas no están correlacionadas necesariamente. La investigación médica, sea cual sea su objeto de estudio, funciona según ciertas reglas. Por otro lado, la medicina clínica suele ser menos objetiva y sigue tendencias terapéuticas y de diagnóstico, pese a la falta de evidencias que confirmen su validez.

Aunque los médicos deberían dar ejemplo de buen juicio y objetividad, a menudo son víctimas de los mismos prejuicios y de la misma ignorancia que tienen los legos sobre asuntos relacionados con la psicología. El grado de su ingenuidad psicológica, incluyendo el conocimiento inadecuado de su propia psique, es sorprendente, y produce un cierto miedo.

Las consecuencias de este fracaso médico han sido catastróficas. Ha contribuido a producir las enormes epidemias descritas anteriormente y ha fomentado otras menores que antes casi no existían, como el latigazo cervical, el dolor de rodilla, el dolor de pie y el dolor de hombros. Se han desarrollado nuevas y costosas prácticas terapéuticas e industrias para tratar estos trastornos, haciendo improbable que se produzca un cambio hacia posiciones más ilustradas en el futuro próximo.

Quiero dejar claro que conozco bastantes médicos que se preocupan mucho por sus pacientes y realizan un trabajo maravilloso, incluyendo los cirujanos. Son las estrellas del firmamento médico. Pero, debido al clima imperante en la medicina actual, la mayoría de ellos no puede hacer ni hará un diagnóstico psicosomático. La medicina mente-cuerpo es un mundo aparte y cuenta con muy pocos profesionales.

La mente dividida

Подняться наверх