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Tres epidemias mente-cuerpo 1. Los síndromes de dolor crónico: una plaga moderna

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La llamada peste negra de la historia europea y asiática –la peste bubónica– mató a millones de personas. Fue causada por una bacteria que se alojaba en las ratas y era transmitida por las pulgas. Las autoridades del momento tenían los medios para controlar la propagación de la enfermedad, pero como la bacteriología y la epidemiología eran ciencias desconocidas en esa época, no comprendieron la necesidad de hacerlo. En otras palabras, la plaga proliferó gracias a su ignorancia. La epidemia de dolor crónico existe hoy en día debido a una falta similar de conocimientos. La medicina moderna no conoce ni la causa del dolor crónico ni los medios por los que se propaga. Esto ha llevado a una epidemia que continúa desde el final de la década de los sesenta. Y por esto las clínicas especializadas en el tratamiento del dolor han proliferado tanto en los últimos tiempos.

La razón de esta epidemia reside en que la clase médica sigue negándose tercamente a considerar la posibilidad de que existan los trastornos mente-cuerpo. La mayoría de la gente con dolor crónico padece una de las numerosas manifestaciones del SMT que acabo de describir, pero casi la totalidad de los médicos no conocen este diagnóstico. Los pocos que lo conocen a menudo deciden no aceptarlo. En lugar de eso, atribuyen el dolor a uno de los muchos trastornos enumerados. La persistencia de éste –el hecho de que se prolongue durante meses o incluso años– la explican mediante una ingeniosa idea concebida por los psicólogos conductistas hace muchos años. Según su teoría, el dolor persiste porque cumple una función que ellos llaman beneficio secundario, es decir, un deseo inconsciente del paciente por beneficiarse de alguna forma del síntoma, sea mediante la obtención de comprensión, compasión, apoyo o ganancias monetarias, o porque gracias al síntoma el paciente pueda evitar alguna responsabilidad o trabajo difícil. Esta astuta explicación fue rápidamente aceptada por los médicos, ya que los eximía de la responsabilidad de no haber conseguido ayudar a sus pacientes. Después de todo, la culpa era de éstos. Es difícil imaginar una explicación más equivocada, tanto desde el punto de vista científico como desde el punto de vista del paciente.

Como veremos, la verdadera causa del dolor, el síndrome de miositis tensional, cumple una función de beneficio primario, es decir, evita que la mente tome conciencia de sentimientos inconscientes como la ira o el dolor emocional. Casi nunca existe un beneficio secundario. Trataré este tema más detalladamente en el capítulo sobre el origen psicológico de estos trastornos.

Como señalé anteriormente, los trastornos mente-cuerpo tienden a propagarse de forma epidémica:

a) si están de moda;

b) si han sido diagnosticados erróneamente, es decir, si el dolor ha sido falsamente atribuido a algún fenómeno puramente «físico», como una hernia de disco o una bacteria en el estómago; y

c) si el tratamiento se encuentra al alcance de todos y lo cubre el seguro médico.

El dolor crónico cumple admirablemente todos estos requisitos, lo que explica la permanente incapacidad de la medicina para avanzar en la resolución de este problema. La profesión médica tiene una gran responsabilidad en esta y otras epidemias. Simplemente, ha violado una de las reglas médicas más fundamentales: no hacer daño.

En realidad, la medicina estadounidense ha producido un daño enorme. Ha diagnosticado erróneamente la causa del dolor, garantizando que incluso si el paciente experimenta algún alivio debido a un efecto placebo, el dolor regrese al mismo lugar o a otro, o que, siguiendo el principio del imperativo del síntoma, otro trastorno físico tome su lugar. El paciente no ha sido curado en absoluto.

Con su ceguera, la medicina moderna ha fomentado la propagación de la epidemia de los síndromes de dolor. Ha introducido una variedad de tratamientos ineficaces, algunos de ellos extremadamente caros, im­poniendo una pesada carga sobre la administración pública y los seguros privados.

La enormidad del problema queda ilustrada en un artículo que apareció en la sección de negocios del New York Times el 31 de diciembre del 2003. Este artículo describía cómo un caro tratamiento llamado fusión espinal era ampliamente practicado pese a la inexistencia de cualquier evidencia que demostrase su valor. También señalaba que los médicos, hospitales y fabricantes del material utilizado en estos procedimientos muestran un interés financiero en que la operación se realice. El coste nacional de este material ha aumentado hasta alcanzar los dos mil quinientos millones de dólares al año. La cuantía total del tratamiento debe de ser astronómica. Mis profesores de la facultad de medicina se horrorizarían si viesen lo que le ha ocurrido a la práctica médica. El mercado y los factores económicos han pasado a dominarlo todo.

De acuerdo con mi experiencia, las numerosas anormalidades es­tructurales que supuestamente justifican cirugías como la descrita no suelen ser las responsables del dolor. Esto quiere decir que ni la cirugía ni el tratamiento físico conservador son lo indicado. Les suelo decir a mis pacientes que el dolor atribuido a algún tipo de anormalidad estructural constituye la peor razón posible para una cirugía musculoesquelética.

La mente dividida

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