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La psiquiatría y la medicina psicosomática

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Como señalé antes, la psiquiatría oficial no ha aceptado a la medicina psicosomática desde hace muchos años. El propio término psicosomático ha sido eliminado del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disor­ders, Fourth Edition (DSM) (Manual de diagnóstico y estadística de los trastornos mentales) y sustituido por el término somatoforme. Es informativa la forma como el DSM trata este asunto. El párrafo introductorio define somatoforme de la manera siguiente:

Las características esenciales de este grupo de trastornos son síntomas físicos indicativos de algún trastorno físico (de ahí la palabra somatoforme) para el cual no existe ningún hallazgo orgánico ni ningún mecanismo fisiológico conocido, pero sí claras evidencias, o una fuerte presunción, de que los síntomas estén relacionados con factores o conflictos psicológicos. A diferencia de los trastornos ficticios o de los fingimientos, la producción de síntomas en los trastornos somatoformes no es intencional, es decir, la persona no siente que controla su producción. Aunque los síntomas de los trastornos somatoformes son «físicos», los específicos procesos patofisiológicos implicados no son comprensibles o demostrables mediante los existentes procedimientos de laboratorio y son conceptualizados mediante construcciones psicológicas. Por esta razón son clasificados como trastornos mentales.

Lo que es particularmente perturbador de este párrafo es que lo que afirma puede aplicarse muy bien a los síntomas histéricos, pero no a los trastornos psicosomáticos. Dos fragmentos son especialmente importantes: «síntomas físicos indicativos de algún trastorno físico (de ahí la palabra somatoforme) para el cual no existe ningún hallazgo orgánico ni ningún mecanismo fisiológico conocido» y «los específicos procesos patofisiológicos implicados no son comprensibles o demostrables mediante los existentes procedimientos de laboratorio» (la cursiva es mía).

Estas dos afirmaciones nos llevan a la esencia del problema porque representan una opinión de la comunidad psiquiátrica y no una teoría científica. Para decirlo claramente, las opiniones de la psiquiatría respecto a la existencia o la inexistencia de los trastornos psicosomáticos son irrelevantes. Los psiquiatras no poseen los conocimientos necesarios en el campo de los trastornos físicos para poder opinar sobre si un determinado conjunto de síntomas representa un trastorno producido estructuralmente o uno psicosomático. La gente con síntomas físicos como el dolor de espalda o el reflujo gastroesofágico no va al psiquiatra. De modo que uno no alcanza a comprender cómo los que han escrito el DSM se han otorgado la prerrogativa de decidir que los trastornos psicosomáticos no existen, como lo han hecho en las últimas ediciones de esta obra de referencia tan consultada. Tiene tan poco sentido como que los dermatólogos decidieran arbitrariamente emitir opiniones sobre los trastornos neurológicos.

Respecto a la frase del manual que hace referencia a «los hallazgos orgánicos demostrables», Freud, en un año tan lejano como 1888, trabajando con pacientes con reumatismo muscular (hoy conocido como SMT), demostró la presencia de dolor a la palpación (examen médico mediante el tacto), lo cual es sin duda un hallazgo orgánico. El trastorno es claramente un proceso mente-cuerpo, con muchos signos físicos demostrables. Los escritores del manual han pasado por alto o simplemente han decidido ignorar las pruebas de la existencia de trastornos como el SMT y de los comunes trastornos gastrointestinales y alérgicos descritos en este libro.

Históricamente, ha habido muy pocas personas cualificadas para juzgar si un trastorno es o no psicosomático, y algunas de las mejores entre ellas nunca han sido conscientes de la existencia del más común de estos trastornos, los síndromes de dolor. Como veremos en el capítulo segundo, Sigmund Freud describió el SMT pero concluyó que se trataba de algo «orgánico». Alfred Adler no profundizó en el tema pero afirmó que muchos síntomas físicos eran producidos por el cerebro. Quizá el mejor estudio sobre este tema fue «Dolor regional psicogénico alias dolor histérico», realizado por el doctor Allan Walters, un respetado neuropsiquiatra canadiense, y publicado en la revista Brain en 1961. Walters describió a pacientes con un dolor de origen claramente emocional, pero que no eran histéricos en el sentido que en ese tiempo se daba a dicha palabra. Parece que estaba describiendo lo que hoy llamamos SMT.

Por lo visto, la psiquiatría moderna ha retrocedido al siglo XIX, cuando la visión predominante sobre los trastornos mentales consistía en creer que éstos eran hereditarios o debidos a una enfermedad del cerebro. Freud todavía no había introducido la idea de que el factor más importante en las enfermedades mentales era la psicología y no la fisiología. No obstante, la visión convencional estaba tan arraigada que incluso a Freud le costó refutarla. Hoy en día, a pesar de las pruebas que demuestran lo contrario, la psiquiatría moderna cree que la psique no produce estados emocionales como la ansiedad y la depresión, y prefiere verlos como fenómenos causados químicamente –de nuevo de vuelta a la vieja fisiología del siglo XIX, aunque bajo una forma más sofisticada–. Uno no puede sino sospechar que una gran parte de todo esto es simplemente un repudio hacia Freud, un repudio que puede ser peligroso y corto de vista. Es verdad que puede haberse equivocado en algunos detalles, pero sus ideas básicas sobre el funcionamiento y la importancia del inconsciente son válidas. Mi experiencia con el SMT me lo ha dejado más claro que el agua.

En 1895, Josef Breuer y Sigmund Freud publicaron Estudios sobre la histeria. El hecho de mencionar dos de los casos que Freud describió constituye un buen puente entre este capítulo y el próximo, porque ambos casos recapitulan algunos de los temas ya tocados, incluyendo la descripción que Freud hace de lo que hoy en día llamamos SMT, su incapacidad para reconocer lo que describe como algo psicosomático, el acaecimiento de una variedad de síntomas psicogénicos en uno de los dos casos y sus pioneras teorías (y de Breuer) sobre el inconsciente. Examina­remos estos casos con más detalle en el capítulo segundo.

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