Читать книгу Cuentos completos - Эдгар Аллан По, Marta Fihel - Страница 20

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Silencio

—Pon atención —dijo el Demonio, apoyando la mano en mi cabeza—. La región de que hablo es una siniestra región en Libia, a orillas del río Zaire. Y allá no hay ni calma ni silencio.

Las aguas del río están teñidas de un color azafranado y enfermizo, y no desembocan en el mar, sino que siempre palpitan bajo el ojo purpúreo del sol, con un movimiento tumultuoso y agitado. A lo largo de muchas millas, a ambos lados del fangoso lecho del río, se extiende un pálido desierto de enormes nenúfares. Suspiran entre sí en esa soledad y proyectan hacia el cielo sus largos y pálidos cuellos, mientras inclinan a un lado y otro sus cabezas eternas. Y un rumor indistinto se levanta de ellos, como el correr del agua subterránea. Y se afligen entre sí.

Pero su reino posee un límite, el límite de la oscura, horrible, majestuosa floresta. Allí, como las olas en las Hébridas, la maleza se agita sin cesar. Pero ningún viento surca el cielo. Y los altos árboles ancestrales oscilan eternamente de un lado a otro con un potente eco. Y de sus altas copas se filtran, gota a gota, rocíos eternos. Y en sus raíces se retuercen, en un convulso sueño, extrañas flores venenosas. Y en lo alto, con un agudo sonido susurrante, las nubes grises se desplazan por siempre hacia el oeste, hasta rodar en cataratas sobre las ígneas paredes del horizonte. Pero ningún viento surca el cielo. Y en las orillas del río Zaire no hay ni calma ni silencio.

Era de noche y llovía, y al caer era lluvia, pero después de caída se convertía en sangre. Y yo me encontraba en la marisma entre los altos nenúfares, y la lluvia caía en mi cabeza, y los nenúfares se quejaban entre sí en la solemnidad de su aislamiento.

Y de improviso la luna se levantó a través de la fina niebla sepulcral y su color era carmesí. Y mis ojos descubrieron una enorme roca gris que se alzaba a la orilla del río, iluminada por la luz de la luna. Y la roca era gris, tétrica, y alta; y de color gris. En su faz había caracteres grabados en la piedra, y yo anduve por la marisma de nenúfares hasta aproximarme a la orilla, para leer los caracteres en la piedra. Pero no puede descifrarlos. Y me volvía a la marisma cuando la luna brilló con un rojo más intenso, y al volverme y mirar otra vez hacia la roca y los caracteres percibí que decían: DESOLACIÓN.

Y miré hacia arriba y en lo alto de la roca había un hombre, y me oculté entre los nenúfares para vigilar lo que hacía aquel hombre. Y el hombre era alto y majestuoso y estaba cubierto desde los hombros a los pies con la toga de la antigua Roma. Y su silueta era indistinta, pero sus facciones eran las facciones de una divinidad, porque el manto de la noche, y la luna, y la niebla, y el rocío, habían dejado al descubierto las facciones de su rostro. Y su frente era alta y pensativa, y sus ojos brillaban de preocupación; y en las escasas arrugas de sus mejillas leí los síntomas de la tristeza, del cansancio, del disgusto de la humanidad, y el deseo de permanecer solo.

Y el hombre se sentó en la roca, apoyó la cabeza en la mano y contempló la magnitud del desierto. Miró los inquietos matorrales, y los altos árboles primitivos, y más arriba el susurrante cielo, y la luna roja. Y yo me mantuve al abrigo de los nenúfares, vigilando las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad, pero la noche transcurría, y él continuaba inmóvil en la roca.

Y el hombre distrajo su atención del cielo y dirigió la mirada hacia el melancólico río Zaire y las amarillas, siniestras aguas y las pálidas legiones de nenúfares. Y escuchó los lamentos de los nenúfares y el murmullo que se originaba en ellos. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche seguía y él seguía sentado en la roca.

Entonces me sumí en las profundidades de la marisma, vadeando a través de la soledad de los nenúfares, y llamé a los hipopótamos que habitan entre los pantanos en las profundidades de la marisma. Y los hipopótamos escucharon mi llamada y vinieron con los behemot8 al pie de la roca y rugieron sonora y espantosamente bajo la luna. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tiritó en la soledad; pero la noche proseguía y él continuaba sentado en la roca.

Entonces maldije los elementos con la maldición del malestar, y una terrible tempestad se congregó en el cielo, donde antes no había viento. Y el cielo se volvió lívido con la violencia de la tempestad, y la lluvia azotó la cabeza del hombre, y las aguas del río se desbordaron, y el río agitado se cubría de espuma, y los nenúfares alzaban clamores, y la floresta se desmoronaba ante el viento, y rodaba el trueno, y caía el rayo, y la roca vacilaba en sus cimientos. Y yo me mantenía escondido y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tiritó en la soledad; pero la noche seguía y él continuaba sentado.

Entonces me puse furioso y maldije, con la maldición del silencio, el río y los nenúfares y el viento y la floresta y el cielo y el trueno y los suspiros de los nenúfares. Y quedaron malditos y reinó el silencio. Y la luna cesó de trepar hacia el cielo, y el trueno murió, y el rayo no tuvo ya luz, y las nubes permanecieron inmóviles, y las aguas bajaron a su nivel y se estacionaron, y los árboles dejaron de balancearse, y los nenúfares ya no gimieron, y no se oyó más el murmullo que nacía de ellos, ni la mínima sombra de sonido en toda la extensión del desierto ilimitado. Y miré los caracteres de la roca, y habían cambiado; y los caracteres anunciaban: SILENCIO.

Y mis ojos se posaron sobre el rostro de aquel hombre, y su rostro estaba pálido. Y súbitamente alzó la cabeza, que apoyaba en la mano y, poniéndose de pie en la roca, escuchó. Pero no se percibía ninguna voz en todo el extenso desierto ilimitado, y los caracteres sobre la roca decían: SILENCIO. Y el hombre tembló y, desviando el rostro, huyó a toda velocidad, hasta que dejé de verlo.

Así pues, existen muy hermosos relatos en los libros de los Magos, en los melancólicos libros de los Magos, encuadernados en hierro. Allí, digo, existen preciosas historias del cielo y de la tierra, y del potente mar, y de los Genios que gobiernan el mar, y la tierra, y el majestuoso cielo. También había mucho conocimiento en las palabras que pronunciaban las Sibilas, y santas, santas cosas fueron escuchadas antaño por las sombrías hojas que temblaban en torno a Dodona. Pero, tan cierto como que Alá existe, digo que la fábula que me contó el Demonio, que se sentaba a mi lado a la sombra de la tumba, es la más pasmosa de todas. Y cuando el Demonio finalizó su historia, se dejó caer en la cavidad de la tumba y rio. Y yo no pude reír con él, y me maldijo porque no lo hacía. Y el lince que eternamente mora en la tumba salió de ella y se tendió a los pies del Demonio, y lo miró sin pestañear a los ojos.

Bestias demoníacas mencionadas en la Biblia.

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