Читать книгу Cuentos completos - Эдгар Аллан По, Marta Fihel - Страница 22

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Cómo escribir un artículo

al estilo del Blackwood

En nombre del Profeta..., ¡higos!

Pregón de los vendedores turcos de higos

Estoy asumiendo que todo el mundo ha oído hablar de mí. Soy la Señora Psyche Zenobia. Que no quede la menor duda. Los únicos capaces de llamarme Suky Snobbs son mis enemigos. He escuchado decir que Suky es una vulgar reducción de Psyche, palabra proveniente del más exquisito griego, que significa “el alma”, y yo, yo soy toda alma, y a veces “mariposa” también, porque esta última alude sin dudas a mi figura cuando luzco mi vestido nuevo de seda escarlata, con mantelet azul celeste, guarnición de agraffas color verde y los siete volantes de aurículas color naranja. En cuanto a Snobbs, cualquier persona que pose sus ojos en mí se dará cuenta de inmediato, de que no puedo llamarme Snobbs. La señorita Tabitha Nabo difundió esa información por pura envidia. ¡Nadie menos que Tabitha Nabo! ¡La vil intrigante! ¿Pero qué podría esperarse de un nabo? Me pregunto si escuchó alguna vez ese viejo proverbio acerca de “la sangre que sale de un nabo…”, etc. (Memorándum: Recordárselo en la primera oportunidad.) (Otro memorándum: Jalarle la nariz.) ¿Dónde quedé? ¡Sí, claro! Me han asegurado que Snobbs es una deformación de Zenobia y que Zenobia era una reina. Como yo, pues. (El Dr. Moneypenny siempre me llama la reina de corazones). También me han jurado, que tanto Zenobia como Psyche proceden del mejor griego, y que tengo derecho a usar el patronímico porque mi padre era “un griego”, o sea, Zenobia y no Snobbs. Nadie que no sea Tabitha Nabo me dice Suky Snobbs. Yo soy la Señora Psyche Zenobia.

Como ya he mencionado, todo el mundo ha escuchado hablar de mí. Soy la misma Señora Psyche Zenobia, tan merecidamente alabada como secretaria perteneciente a la “Philadelphia, Regular, Exchange, Tea, Total, Young, Belles, Lettres, Universal, Experimental, Bibliographical, Association, To, Civilize, Humanity”. El doctor Moneypenny es el creador de este apelativo, y dice que lo escogió porque le sonaba a algo grande como una barrica vacía de ron. (Este hombre es vulgar en ocasiones, pero es siempre profundo.) Aparte, todos nosotros sumamos las iniciales de la sociedad a nuestros nombres, del mismo modo que lo hacen los miembros de la R. S. A., Royal Society of Arts, o la S. D. U. K., Society for the Diffusion of Useful Knowledge, etc. El doctor Moneypenny señala de esta última que la S. significa “soso”, y que D. U. K. se pronuncia como duck, pato —lo cual no es verdad—, por lo que, S. D. U. K. quiere decir “el pato soso” y no la verdadera sociedad creada por Lord Brougham. Pero el doctor Moneypenny es un personaje tan insólito que nunca sé si está hablando en serio. De todas formas, nosotros invariablemente le agregamos a nuestros nombres las iniciales P. R. E. T. T. Y. B. L. U. E. B. A. T. C. H., es decir: “Philadelphia, Regular, Exchange, Tea, Total, Young, Belles, Lettres, Universal, Experimental, Bibliographical, Association, To, Civilize, Humanity” como puede notarse, usamos una letra para cada palabra, lo cual simboliza un paso adelante sobre la sociedad de Lord Brougham. El doctor Moneypenny sostiene que esta abreviación revela nuestro verdadero carácter, pero la verdad no comprendo que quiere dar a entender.

A pesar de las acertadas tentativas del doctor y de los agotadores esfuerzos de la asociación para lograr cierto renombre, los resultados fueron mínimos hasta el día en que yo formé parte de ella. A decir verdad, los socios se satisfacían con discusiones plagadas de arrogancia. Los temas que se leían los sábados por la tarde se caracterizaban por sus payasadas y no por su seriedad. No eran más que deliciosa verborrea. No se investigaban ni las causas iniciales, ni los principios de base. No se investigaba nada de nada. No se ponía nada de atención al punto más relevante: “la conveniencia de las cosas”. Para resumir, no se escribía tan hermosamente como escribo yo. Todo era pobre, muy pobre. Nada de profundidad, nada de cultura, nada de metafísica..., nada de aquello que los instruidos llaman espiritualidad y que los iletrados prefieren agraviar con el nombre de “jerga”. Cuando me incorporé a la sociedad hice todo lo posible por implementar en ella un mejor estilo de razonamiento y redacción, y todos saben muy bien hasta donde pude llegar. En la actualidad, producimos en el P. R. E. T. T. Y. B. L. U. E. B. A. T. C. H. artículos tan atractivos como los que podrían encontrarse en el Blackwood. Y hablo del Blackwood, porque me han afirmado que, precisamente, en las páginas de este acreditado magazine deben buscarse los más calificados ensayos acerca de cualquier tema. En todo sentido, lo hemos tomado como ejemplo y como es natural ya estamos logrando una veloz popularidad. Después de todo, cuando se ha aprendido la forma de hacerlo, no es tan complejo escribir un artículo que tenga la verdadera estampa de los ensayos publicados en el Blackwood. Debe entenderse que no estoy hablando de los artículos políticos. Todo el mundo sabe cómo deben escribirse desde que nos lo explicó el Dr. Moneypenny: el señor Blackwood posee unas tijeras de sastre y tres aprendices que esperan sus órdenes. Uno de ellos le entrega el Times, otro el Examiner, y el tercero el Nuevo compendio de insultos en slang. El señor B. se restringe a recortar de uno y otro y a mezclar. Todo eso se realiza en un instante, y no hay más que Examiner, insultos en slang y Times, o, Times, insultos en slang y Examiner, o también, Times, Examiner e insultos en slang.

Pero la mayor cualidad de su revista está en sus variados artículos, y los mejores de ellos son lo que el Dr. Moneypenny denomina las bizarreries (vaya a saberse qué quiere decir eso), pero son lo que todo el mundo considera artículos profundos. Hace cierto tiempo que he aprendido a valorar esta clase de redacciones, aunque fue en mi última visita a Mr. Blackwood, en calidad de representante de la asociación, que llegué a entender con claridad el método que debe seguirse para escribirlas. Se trata de un método muy simple, aunque no tanto como el de los textos políticos. Cuando llegué frente a Mr. Blackwood, manifestando los deseos de la sociedad, me recibió muy atentamente, me llevó a su oficina y comenzó a explicarme con toda precisión el procedimiento señalado.

—Mi estimadísima señora —dijo, claramente deslumbrado por mi majestuosa apariencia, pues estaba usando el vestido de seda escarlata, con agraffas color verde y aurículas color naranja—, mi estimada señora, tenga el placer de sentarse. La situación es la siguiente: en primer lugar, un escritor de intensidades debe poseer una tinta muy negra y una gran pluma de mango bien chato. Por otra parte, Miss Psyche Zenobia... ¡preste atención! —agregó después de una pausa, articulando con gran energía y ceremonia—, ¡preste mucha atención a lo que voy a indicarle! ¡Dicha pluma... nunca... nunca debe ser afilada! Mi señora, allí es donde se encuentra el secreto… el alma de la intensidad. Asumo la responsabilidad de confirmar que un escritor jamás ha escrito un buen artículo con una buena pluma, por más grandioso que fuera su genio. Usted debe dar por sentado que cuando un documento es legible nunca valdrá la pena leerlo. Ese es el principio mentor de nuestra fe, y si usted no lo acepta de inmediato, nuestra charla habrá terminado.

Se detuvo, pero como, evidentemente, yo no quería que nuestra conversación llegara a su término, me declaré de acuerdo con algo ciertamente indudable y de cuya certeza no había tenido jamás la más mínima duda. Se mostró complacido y siguió con sus instrucciones.

—Puede resultar aborrecible, Miss Psyche Zenobia, que la dirija a un ensayo o a una serie de ellos para que los use como modelos, no obstante, quisiera llamar su atención sobre algunos en especial. Vamos a ver. Un ejemplo es “El muerto vivo”, que es definitivamente extraordinario: una reseña de las impresiones de un señor que fue enterrado antes de emanar su último aliento. Allí posee usted un artículo lleno de sabor, horror, sentimiento, metafísica y sabiduría. Usted podría jurar que el escritor nació, creció y que fue educado en un ataúd. Luego, tenemos las “Confesiones de un consumidor de opio”. ¡Precioso, bellísimo! Una extraordinaria imaginación, una profunda filosofía, agudos análisis, muchísimo ardor y furia, y todo eso bien condimentado de elementos incoherentes. Le puedo asegurar que su publicación fue un auténtico manjar, que resbaló delicadamente por la garganta de los lectores. Todos decían que su autor era Coleridge, pero no era cierto. Lo escribió “Junípero”, mi mandril preferido con la ayuda de un gran vaso de ginebra holandesa con agua, “caliente y sin azúcar” (esto me hubiese sido imposible de creer si no me lo asegura el mismo Mr. Blackwood). Adicionalmente, tenemos “El experimentador involuntario”, relativo a un señor que quedó atrapado en un horno de pan, de donde salió sano y salvo, aunque tostado. Del mismo modo tenemos “El diario de un médico”, cuyo éxito radica en su lenguaje altisonante y el empleo de un griego mediocre, cosas que juntas apasionan al público. Por otro lado, estimadísima Miss Zenobia, recordemos “El hombre en la campana”, un texto que no puedo dejar de recomendarle afectuosamente. Se trata de un caballero que se queda dormido debajo de una campana y se despierta justo cuando esta comienza a tocar para difuntos. Los tañidos lo enloquecen a tal punto que extrayendo papel y lápiz, nos entrega un diario de sus sensaciones. Después de todo, estas sensaciones son lo que cuenta. Si en algún momento le sucede a usted ahogarse o ser ahorcada, no olvide escribir un relato de sus sensaciones. Podrá ganar diez guineas por página. Miss Zenobia, si usted desea escribir con carácter ponga toda su atención en las sensaciones.

—Claro que lo haré, Mr. Blackwood —contesté.

—¡Excelente! Ya veo que es usted una discípula como las que me gustan. Pero ahora debo informarle los detalles necesarios para elaborar lo que podríamos llamar un legítimo artículo al estilo del Blackwood, es decir, algo extraordinario. Y no le resultará extraño si le menciono que este tipo de escrito es el que me parece el mejor para cualquier finalidad.

El primer paso radica en meterse en un lío como nunca antes se haya visto algo semejante. Por ejemplo, el horno era un tema excelente. Pero si usted no posee ni horno ni campana a la mano, y si le es complicado caerse de un globo, ser devorada por un terremoto o quedar atascada dentro de una chimenea, tendrá que alegrarse con la estricta imaginación de similares adversidades. De igual manera, yo preferiría que los acontecimientos confirmaran su relato. No hay nada que ayude tanto a la fantasía como la noción empírica del tema que se trata. Como usted bien sabe, “la verdad es más extraña que la ficción”, aparte de que es lo que necesitamos.

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