Читать книгу El nido verde - Edith Bello - Страница 18

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Después de trabajar durante horas frente al fuego mi abuelo se bañó con agua helada y murió al instante. Ese mismo día fue sepultado en un cajón tan precario que mientras lo enterraban la tierra entraba por todas las rendijas. Mi abuela aseguró que sufrió un infarto y que esos ataúdes eran para los inmigrantes pobres. Mi padre era el segundo hijo varón. Observó el entierro a cierta distancia parado sobre una piedra. Desde lo alto vio desaparecer a su padre por aquel agujero en un país extraño. Y también vio a su familia reducida, aglutinada, desamparada. Ese día supo que sería el protector y a los doce años se transformó en hombre. Emilia, mi abuela, ingresó inesperadamente a la categoría de viuda. Se sintió sola en la Argentina con sus seis hijos pequeños. De los seis huérfanos de padre, dos eran además huérfanos de patria. El hermano mayor se olvidó de su origen y continuó su vida. Pero mi padre no se olvidó. Durante su juventud lo más urgente fue sobrevivir. No tuvo miedo al trabajo y tampoco a emprender cosas nuevas. Cuando tenía un sueño era avasallante e involucraba a todo el mundo en su travesía. Fue solidario con su familia y según ellos exageradamente demandante. Su lema “nos salvamos todos juntos o no se salva nadie” motivó su existencia y comandó su tribu. Nunca abandonó a las mujeres de su familia que como su madre y por distintos motivos habían quedado solas con sus hijos. Más allá del progreso logrado después de varias décadas de trabajo en la Argentina sentía una profunda necesidad de pertenecer. Anhelaba tener la ciudadanía que no podía lograr por falta de documentación original. En reiteradas ocasiones solicitó su partida de nacimiento a Ucrania, pero las distintas guerras que habían alterado los límites nacionales había arrasado su pueblo natal y no quedaban registros. Era un hombre sin nacionalidad, pero estaba aquí parado sobre esta tierra. Esa idea no lo dejaba en paz y gritaba a los cuatro vientos: “Estoy, pero no existo”. Cuando ya caminaba lento, inesperadamente obtuvo su documento de identidad para extranjeros y de súbito se convertió en polaco. El Estado argentino dictaminó su origen según la bandera de procedencia del barco con el que ingresó al país siendo un niño de dos años. A pesar del desconcierto por su nueva identidad, se regocijó profundamente, ya que obtuvo su jubilación y entró en una etapa inédita en su vida. Conoció el sosiego. El día de su partida mucha gente vino a darle el último adiós. La familia despidió al “ucraniano” fraterno, los amigos al “ruso” intrépido y el Estado al flamante “polaco”. Él, que era todos ellos y a la vez ninguno, se asumió como el ciudadano del mundo.

El nido verde

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