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5.2. «La escala de Jacob»

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La escala de Jacob (1932) es una colección de artículos, escritos por su autor entre 1919 y 1931, cuyo nexo no es otro que la visión católica del mundo y de la fe en un Dios universal.

Merece destacarse, entre estos artículos, el primero, titulado Amor y muerte (1919), cuyo tema central gira en torno al abandono, por parte de algunos cristianos, de la paradoja de la cruz (o de lo que la cruz significa) para ser sustituida por un paganismo de nuevo cuño, en el que triunfa el culto no precisamente a la belleza del Resucitado, sino al yo egoísta y violento que todos llevamos dentro. La pregunta que se hace Papini es esta: ¿La cruz llegará a coronar la esfera (el mundo) o la esfera saltará por los aires destrozada por el profesor Lucifer?[43].

El segundo artículo que inserta La escala de Jacob se titula ¿Hay cristianos? (1919), y parte de esta afirmación: Nadie, excepto los santos (pocos numéricamente) han estado dentro del evangelio (lo han vivido a fondo). Pocos «han transpuesto el límite del Reino de los cielos». No existen, pues, verdaderos cristianos (según Papini), y no «es posible retornar al evangelio, puesto que jamás hemos llegado a él». El cristianismo es «un bien que no hemos querido aceptar». El cristianismo no es algo que pertenezca al pasado; «tal vez pertenece al porvenir». Más que una nostalgia, «el cristianismo es una esperanza». La más grande originalidad para un hombre de nuestros tiempos sería la de ser cristiano. Y concluye nuestro autor con esta contundente afirmación: «Es necesario que intentemos, con un atraso de casi dos mil años, convertirnos por vez primera en cristianos»[44].

Llama la atención también su artículo La juventud del catolicismo (1927), en el que, en contra de los que sostienen que el catolicismo está muerto, él afirma que dos mil años aún es una buena edad para la Iglesia, y que el catolicismo no sólo «no está agonizando, sino que por el contrario se halla apenas en su fase de preparación y de expectativa». Cristo continúa en la vida de la Iglesia: en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, pero también en la historia del devenir cristiano.

«Decidlo fuerte y gritad que nuestro Dios es un Dios joven, amigo de los niños y de los jóvenes (...) No os preocupéis si nuestros libros parecen antiguos y si nuestras iglesias están hechas de piedras seculares (...) Viejos, en cambio, son los enemigos del cristianismo. Vieja es la barbarie feroz que a cada tanto aflora en la humanidad; viejo es el paganismo que jamás ha muerto del todo en las almas bajas y mal convertidas...»[45].

Este es el problema que atenaza a Papini: el que los cristianos (él se incluía, sin duda) no estamos suficientemente convertidos. Y este es –según él– el gran problema de toda la Iglesia. Sabemos dónde está la fuente y con frecuencia andamos perdidos, lejos de Cristo, bebiendo en charcos y lodazales.

El fuego de la montaña

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