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EL DIAGNÓSTICO

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Existe en la tarea un primer momento orientado a tratar de entender las manifestaciones, síntomas y signos que la persona lleva a la consulta –concebidas estas como un mensaje que revela qué cosas le ocurre y por las cuales pide ayuda– que se denomina proceso diagnóstico. La palabra proceso tiene su valor, porque si bien todo diagnóstico es un resultado, también es un recorrido, algo en curso, que no está cerrado o clausurado. Todo diagnóstico puede ser considerado, entonces, como una hipótesis, tentativa y provisoria, que va formando el terapeuta acerca del paciente y de su enfermedad.

No se trata, en el diagnóstico, de algo que comprometa el orden de la verdad, sino de la conjetura. Este valor conjetural del diagnóstico se verá comprobado o rechazado a posteriori en el curso del tratamiento, pero el hecho de que el diagnóstico sea una hipótesis no significa que esto le reste valor. Por el contrario, se trata de un recurso que orienta la actividad terapéutica y que consiste en la descripción, delimitación y denominación de las manifestaciones clínicas del paciente con la intención, en el territorio de la Terapia Floral, de encontrarles un sentido como señales del desvío de la personalidad del mandato del Alma.

Si nos colocamos desde la perspectiva que se deriva de la práctica habitual de la clínica médica y psicológica es posible diferenciar varios tipos de diagnosis; por ejemplo: etiológica, semiológica y nosográfica.

El diagnóstico etiológico apunta a establecer las causas probables que genera un síntoma o un cuadro clínico, que en el área floral se refiere a la identificación de las emociones que están en el origen del padecimiento de la persona. Incluso Bach formula un modelo de comprensión global del origen del enfermar, aunque señala que las causas reales de un padecer deben buscarse, siempre, en la historia singular del paciente.

En esta dirección conviene pensar que los modelos explicativos son moldes vacíos a ser llenados por las experiencias irrepetibles de cada quien. Por ejemplo, se sabe que la esquizofrenia está asociada, entre otras cosas, a un modo de comunicación materno-infantil denominado “doble vínculo”, pero lo realmente importante es ver cómo esta pauta se articuló concretamente en la vida de ese sujeto en particular, de un modo que lo llevó a construir esa patología como respuesta.

El diagnóstico semiológico, por su parte, busca identificar los signos y los síntomas que porta una persona, describirlos, diferenciarlos y denominarlos. Los síntomas son del orden de lo subjetivo; “me arde la piel” es una apreciación que no depende de la observación sino de la vivencia del paciente y que no puede ser constatada directamente; en cambio la fiebre es un dato objetivo, un signo, que puede medirse perceptiblemente.

Los síntomas y signos no aparecen aislados sino que tienen una profunda vocación gregaria: se relacionan entre sí en conjuntos denominados formas o figuras clínicas. El diagnóstico nosográfico consiste, justamente, en identificar la forma clínica que el paciente padece y decir, por ejemplo, que tal paciente sufre de depresión. La apatía o el insomnio son síntomas de depresión, pero esto no significa que la persona que los padezca sufra obligadamente esa alteración. Para que se pueda hablar de depresión se necesita la presencia simultánea de una serie de síntomas, que se denominan patognomónicos (propios de) y que por su asociación definen el cuadro. Esta es la diferencia que media entre semiología y nosografía.

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