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LA ENTREVISTA

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La entrevista es, esencialmente, una relación. No tiene como objetivo primario el conocimiento de datos sobre el paciente sino la tarea de establecer un encuentro. Aun en la entrevista diagnóstica (cuya función básica parece ser el recabar información), la labor crucial del terapeuta es establecer un contacto cercano con el paciente, es decir, construir un espacio empático dentro del cual las confidencias allí volcadas cobran sentido curativo. Cuando este clima se ha podido generar, la indagación sobre la vida y obra del paciente resulta plena y fructífera, dado que la totalidad de su mundo queda revelado en el diálogo. La vibración simpática con el universo personal del paciente es el eje primordial e indispensable de la intención terapéutica y de ninguna manera puede considerárselo como un fenómeno eventual y contingente.

La concordancia o discordancia entre paciente y terapeuta que puede concretarse en la entrevista forma parte de una dinámica más abarcativa: la de los vínculos humanos. En el territorio de la Terapia Floral este proceso no se sitúa solamente en el nivel de los aspectos psíquicos y/o sociales, sino que se funda en la coincidencia o discrepancia de almas, ya que desde esa mirada todo encuentro implica la posibilidad de una participación activa del alma en los caminos que recorre la personalidad. Esto es, que el alma del paciente lo ha conducido ante la presencia del alma del terapeuta, que no hay encuentros casuales y menos uno de esta naturaleza.

Sin embargo, las ansiedades y miedos del terapeuta pueden actuar como un límite a esta posibilidad y disminuir o destruir el logro de este fin. En esta dirección, se hace significativo el trabajo que el terapeuta haya hecho sobre sí mismo para resolver sus conflictos e impedimentos y desplegar su capacidades, habilidades y talentos personales como sanador.

La experiencia central del nosotros terapéutico es una vivencia que solo puede ser lograda si se está accesible a que ella ocurra. No requiere esfuerzo, pero sí una cierta disposición y una especial solicitud para permanecer allí, comprometidamente, sin distorsionarla y reducirla a una cuestión técnica. Cuando esta disposición está bloqueada el terapeuta debe ser capaz de trabajar sobre las dificultades que le impiden estar abierto a una participación coexistencial en la vida del paciente que le dé la adecuada dimensión, no para explicar sus problemas sino para comprender su dolor.

Las características de la entrevista floral

En este marco, donde el proceso que realmente importa es la relación en sí misma y no el protocolo dentro del cual esta se desenvuelve, la directriz para llevar a cabo una entrevista clínica, del tipo que se corresponde con el trabajo floral, podría inicialmente ser que se desarrolle un diálogo abierto, profundo, a solas y sistemático.

El carácter de no dirigida (abierta) que tiene la entrevista implica la propuesta de arranque de dejar hablar al paciente, el verdadero protagonista de este acontecimiento, y únicamente intervenir para sostener su discurso. No cambiar de tema, no cortar el relato, seguir el hilo de la narración hasta que esta se agote y caiga por su propio peso.

Es cierto el dicho “el pez por la boca muere”, pero además hay otro argumento para insistir en que la primera entrevista sea abierta: la forma en cómo, de manera libre, el paciente va presentando su relato tiene significación propia. Los temas que elige, sobre los que insiste, los que evita y la secuencia de aparición de situaciones y personajes tienen valor por sí mismos.

Al mismo tiempo la entrevista debe ser profunda, tratando de llegar a capturar los entretelones emocionales en los cuales la persona se encuentra atrapada, el argumento de su historia, sus marcos creenciales, sus deseos y anhelos inconscientes, las repeticiones y sufrimientos que no puede soltar, los traumas que no ha logrado elaborar, pensando todo esto en términos de las palabras de Bach: “Solo juzgamos los defectos, las faltas y las circunstancias adversas de un paciente como indicaciones de la virtud que está intentando desarrollar. En oposición a esto, necesitamos buscar seriamente el bien positivo, debemos descubrir una virtud, en especial una virtud predominante, que nuestro paciente tiene cuando manifiesta lo mejor de sí para darle el remedio que hará que esta virtud crezca tanto que acabará expulsando los defectos de su naturaleza”.

Que se recomiende a solas alude a dar al paciente un contexto adecuado para que pueda brindarse sin condicionamientos en su relato, sin la interferencia de otros que puedan limitar o influir en su decir. También es cierto que, en algunos casos, la presencia de otra persona ligada al paciente puede dar información diagnóstica adecuada, pero en general es conveniente realizar una entrevista del terapeuta a solas con el consultante, para escuchar sus declaraciones sin intermediación alguna.

Lo de sistemática implica situarse ya en los recorridos posteriores al segmento de narración libre del paciente, en los cuales se abre el camino a un interrogatorio dirigido para investigar aquellas áreas en las cuales se necesita mayores pistas y averiguaciones.

La entrevista diagnóstica

La entrevista diagnóstica es, entonces, un encuentro creador, en el cual terapeuta y paciente, en una relación asimétrica y en un diálogo libre, van generando un espacio de intercambio, apoyo y confianza que permite encontrar y desgranar las razones por las cuales un sujeto sufre y padece.

En toda entrevista diagnóstica el terapeuta observa, interroga, escucha, comprende, y finalmente realiza una evaluación presuntiva sobre y a partir de todos los antecedentes que ha logrado reunir.

Observar la conducta implica poner atención en todas las manifestaciones visibles del paciente, su postura, forma de hablar, de vestir, gestos, reacciones ante ciertas preguntas, etcétera.

Interrogar constituye un instrumento útil en la entrevista, ya que luego de escuchar al paciente es necesario preguntar todas las cosas que no han quedado claras o no han sido aportadas en su relato.

Las preguntas deben ser abiertas, claras, concretas y sin rodeos, apuntando siempre a lo que queremos averiguar. Preguntar no es sugerir; es importante que las preguntas sean neutras, expresadas sin prejuicios y sin insinuar respuestas posibles. No debemos juzgar ni discutir lo que el paciente responde, solo aclarar más lo que sea necesario, hasta que el tema quede lo más nítido posible.

Comprender se refiere a la operación por la cual tratamos de darnos cuenta y explicar los procesos que llevaron al paciente al sufrimiento que padece y la lección que la enfermedad que porta le quiere enseñar.

Diagnosticar implica elaborar, a partir de todos los datos y la comprensión que hacemos de ellos, una hipótesis globalizante sobre la naturaleza de la situación, la historia, la personalidad y la lección, en términos florales.

Los pasos de una entrevista

Si bien esto no es algo rígido, la entrevista tiene varias fases: inicio, desarrollo y cierre.

En el inicio se crea el clima bajo el cual va a transitar el resto de la entrevista. En esta etapa no siempre es bueno identificar al paciente, saber quién es en términos de datos generales (nombre, domicilio, estado civil, etc.). Muchas veces, por el contrario, es mejor dejar que estos elementos surjan solos en el curso de la entrevista y, en caso de que alguno no aparezca, preguntar al final.

Las preguntas “¿en qué lo puedo ayudar?” o “¿qué lo trae por aquí?” sirven para comenzar la tarea de determinar el motivo de la consulta. En este punto es prudente atender a lo que el paciente dice y cómo lo dice, y poder detectar no solo lo manifiesto sino también los motivos inconscientes o desconocidos que lo traen. Si es necesario, una vez que ha explicado el porqué y el para qué ha ido a la consulta, se puede incentivar a que siga hablando, preguntándole cosas como: “¿Qué le parece si me habla de usted?, ¿qué le gustaría contarme?, ¿qué le gustaría compartir conmigo?”. Esto lleva a la segunda fase –desarrollo– donde los comentarios, como se indicó, siempre deben estar dirigidos a sostener el relato del paciente y no llevarlo a temas que puedan interesar al terapeuta pero que lo alejen de su discurso. Mientras el paciente habla es necesario observar mucho, escuchar mucho, ver las cosas sobre las cuales no habla o evita, frente a qué cosas reacciona o se emociona, entre otros aspectos.

El cierre en toda entrevista diagnóstica es una operación delicada, porque no debe hacerse solo cuando ya se averiguó lo que se quería saber: el paciente necesita hablar, contar, bajar su angustia. Además, el cierre debe ser contenedor, el paciente debe sentir que valió la pena haber hablado.

Por eso, todo cierre debe considerar una serie de intervenciones conducentes a lograr alcanzar estos objetivos mencionados. Entre ellas podemos mencionar:

a) repreguntas, en tanto al repreguntar se va dando una sensación de ir cerrando la entrevista y el paciente va percibiendo una cierta dirección o focalización temática;

b) contención, que es más una actitud general del terapeuta que una acción precisa y determinada, y que busca provocar en el paciente la certeza de que este es un lugar válido para hablar de sus problemas);

c) devolución, donde el terapeuta le comunica al paciente sus impresiones sobre sus padeceres, el significado que estos poseen, lo desvíos a los que aluden y los caminos que son necesarios transitar para alcanzar la salud. El paciente debe llevarse alguna respuesta que no sea un enigma de esfinge y saber qué viene de ahora en más, cuándo volver, qué hacer durante este lapso, etcétera.

Con respecto a la devolución, comenta Raúl Pérez:

Una estrategia que suelo utilizar en la devolución es “traducir” el significado de su receta floral al paciente, para que pueda apreciar que en la misma se encuentran sintetizados los temas de los cuales se habló durante la entrevista, de modo que sienta que ha sido comprendido. En el caso de que sean muchos los síntomas que lo aquejan, le señalo las prioridades que he decidido trabajar y, al mismo tiempo, le explico brevemente la posible evolución del tratamiento y algunas otras recomendaciones que fueran convenientes.

Tres preguntas claves de toda entrevista

En toda entrevista floral hay tres preguntas esenciales que ordenan todo el resto del interrogatorio: ¿quién es usted?, ¿qué cosas lo hacen sufrir? y ¿a dónde lo lleva todo esto?

No importa si están formuladas de este modo ni siquiera si se explicitan como tales. Lo importante es que constelan la totalidad de la vida del paciente en esos pivotes existenciales y permiten reseñar una historia y una situación en torno a ciertos ejes que dotan de sentido la comprensión clínica. Tampoco es indiferente cómo cada quien define quién es o por qué sufre o a dónde lo lleva su malestar. No resulta lo mismo que la persona diga ser un hombre activo y solidario, a que diga su nombre y edad, o que responda que no sabe quién es o qué cosas lo hacen padecer. Las formas de hablar son reveladoras de urdimbres emocionales y perspectivas creenciales, y pueden llegar a encarnar a la persona misma. De manera que es necesario detenerse no solo en el contenido sino en el estilo de las respuestas.

Qué se está buscando

Para centrar la búsqueda diagnóstica en el punto preciso que reclama la Terapia Floral hay tres áreas significativas sobre las cuales reflexionar.

La primera se puede situar en torno de la dialéctica de lo opuesto y lo semejante. En la homeopatía el trabajo clínico centra su atención en lo similar, en encontrar el remedio semejante a las dolencias del paciente. En cambio en la Terapia Floral la tarea es buscar lo opuesto, responderse a la pregunta de cuál es la virtud que se debe desplegar, que es contraria a lo que el paciente necesita curar. Bach lo plantea en reiteradas ocasiones: ver la adversidad para advertir tras ella lo mejor del paciente.

Sin duda alguna la cuestión de defecto y virtud configuran el plano de opuestos centrales de la labor de indagación, pero también hay otros; la dolencia principal, es decir los síntomas de los cuales (desde la conciencia) se queja el paciente o a los síntomas que no reconoce como tales o que considera que no son dignos de ser reportados o que no tienen relación con el caso, u opuesto a la estructura emocional sofocada que es el núcleo de la causa del padecer del paciente.

La búsqueda de lo opuesto merece algunas reflexiones. Por ejemplo, un paciente en un estado emocional Holly cuya energía de odio e indignación sofocada brota como hipertensión. Si nos ajustamos al principio bachiano de lo opuesto se podría preguntar cuál es la virtud opuesta al odio capaz de curar esa hipertensión, o si existe una sola posibilidad o un abanico. En este punto la situación a la cual se enfrenta el terapeuta es liminar, ya que para sanar esa emoción, para transmutarla, es necesario primero catalizarla, que el paciente la sienta no como alta presión sino como odio, bronca, ira, indignación.

El síntoma es lo opuesto a la emoción, y aplicar la ley de los opuestos es, en primer lugar, traer el afecto donde está el síntoma, pues el síntoma está en el lugar del afecto sofocado. Desarrollar la virtud complementaria en un síntoma se refiere siempre, en primer término, a una emoción.

Esta es la primera oposición real. Cuando el afecto aparece, cuando el afecto se hace vivencia, es el momento de interrogar lo que ese afecto quiere mostrar o enseñar. Recién en ese punto se va a poder decir cuál es la virtud a desarrollar en ese paciente que se opone a expresar libremente su indignación y odio. Esto muestra que aun en el modelo de defectos y virtudes, la clínica sigue siendo una herramienta imprescindible para dejar de actuar con una práctica lineal –que sería a tal defecto tal virtud–, coherente en término de la aplicación al campo de la personalidad pero no tan preciso en otros territorios más inmediatos.

La segunda cuestión es, justamente, la personalidad. De acuerdo con las citas de Bach mencionadas, al hablar de diagnóstico de personalidad es evidente la necesidad de apuntar la búsqueda de identificar tal dimensión, dado que solo en la restauración del original de la misma el alma podrá hacer su tarea correctamente. Ya lo dicho es suficiente e ilustrativo de este punto y solo resta apuntar que en la clínica se busca la personalidad del paciente porque esta es lo que él ha perdido a causa de las interferencias e influencias de la vida, y esta situación (el dejar de ser él mismo) se ha convertido en el origen de sus síntomas como señales de su descarrío.

La tercera serie de temas que buscamos en la entrevista refiere al mito personal de cada paciente. Lawrence LeShan solía preguntar a sus pacientes cosas como: ¿Qué tipo de vida haría que le gustara levantarse por las mañanas y acostarse “agradablemente cansado” por la noche? ¿Qué es lo que le entusiasmaría y qué lo desanimaría en la vida? ¿Qué tipo de vida imagina que podría dar salida a sus potencialidades y talentos? ¿Qué tipo de vida imagina que le podría dar armonía física, psíquica y espiritual? ¿Qué estilo de vida supone que sería afín a su ser? ¿Cómo viviría si pudiera hacer que el mundo conspirara a su favor?

Bach comenta que la salud verdadera es la felicidad. “La verdadera salud es la felicidad, una felicidad muy fácil de lograr porque es la felicidad de las cosas pequeñas: hacer las cosas que realmente nos gustan, estar con las personas a quienes verdaderamente apreciamos. De esta forma no existe tensión, ni esfuerzo, ni luchas por conseguir lo inaccesible, y la salud se encuentra allí, para que aceptarla cuando lo deseemos. Consiste en descubrir y realizar la tarea para la que estamos verdaderamente capacitados”. De modo que si salud es felicidad, la enfermedad implica su ausencia. ¿Qué nos aleja de la felicidad? Desde la óptica de Bach, no ser lo que tenemos que ser, no aprender lo que tenemos que aprender, no hacer la tarea que tenemos que hacer, no caminar por el sendero que nos corresponde. Por lo tanto ajustar la vida (según la perspectiva singular de cada quien) al correcto ser, estar y existir es el modo de alcanzar el gozo de la vida. (“¡Qué divertida es la vida una vez que hemos hallado nuestra tarea correcta!”)

En este punto las preguntas que formula LeShan son plenamente coherentes y remiten a que la persona se interrogue sobre la congruencia de su manera de vivir y las consecuencias a que la conduce, a la vez que descubra el deleite por la vida, ya que es crucial “considerar la existencia, no solamente como un deber que hay que soportar con tanta paciencia como sea posible, sino como una verdadera alegría en la aventura de nuestro viaje a través de este mundo”. Sin embargo, la felicidad, la alegría y el deleite a los que Bach se refiere son una experiencia interior que no se vincula con “la seducción que ejercen los entretenimientos mundanos” ni con los placeres materiales de los cuales los seres humanos se hacen dependientes.

Ser felices, en suma, es ser auténticos con nosotros mismos y con nuestra historia personal, en el sentido de que venimos a este mundo con una misión, y cumplirla es lo que nos hace genuina y legítimamente felices. A esto se refiere Joseph Campbell con su propuesta de encontrar el mito personal que asiste en la vida a cada persona y le da significación a su recorrido por ella, acción de hallazgo que puede sintetizarse en descubrir quiénes somos, qué tenemos que hacer y vivir de acuerdo con esa verdad, como la única posibilidad de ser realmente libres. A continuación Campbell se pregunta cómo puede una persona darse cuenta de cuál es su mito personal. La respuesta que da es una nueva pregunta: ¿cuál es el sentido de armonía y felicidad que la alienta? La respuesta final: si no se conoce, hay que encontrarlo y vivir de acuerdo con él. La enfermedad aparecería aquí como la pérdida de contacto con el mito personal de cada uno.

Bach señala que hay personas que desde la infancia saben cuál es su tarea, pero otras no, y muchas veces no pueden descubrirla en el curso de su vida. Es alentador lo que apunta en ese sentido: que la búsqueda en sí misma es valiosa y conlleva alivio, “ya que nuestra alma es sumamente paciente con nosotros. Lo que cuenta es el deseo correcto, el motivo correcto –sin importar el resultado–, y en eso consiste el verdadero éxito. Por lo tanto, si usted prefiere ser granjero en lugar de abogado, o peluquero antes que conductor de colectivos, o cocinero en lugar de verdulero, cambie de ocupación y sea lo que quiere ser. Solo de esa forma se sentirá feliz y bien, trabajará con gusto y desempeñará una mejor tarea como granjero, peluquero o cocinero, de la que realizaría en cualquier otra ocupación que jamás le ha pertenecido. Recién entonces estará obedeciendo los mandatos de su Yo Espiritual.”

Los planteos de LeShan y Campbell son estrictamente convergentes con la propuesta de Bach, y responden a una posibilidad concreta de instrumentación terapéutica en el desarrollo del diálogo con el paciente. La búsqueda del mito personal que se realiza con él en la entrevista se fundamenta en el hecho de que lo que brinda salud y felicidad a una persona es poder lograr estar en armonía con su alma: cuando lo que alguien dice, hace, es y siente guarda conformidad con el Plan de Vida que su alma eligió para su presente encarnadura. En cambio, cuando vive enajenado por su mito personal, cuando lleva adelante una historia equivocada, la infelicidad y la enfermedad se apoderan de su personalidad, y esto es señal de estar fuera del sendero trazado que se debía caminar. ¿Cómo saber cuándo estamos en armonía con ese mito personal?

Jean Shinoda Bolen, en su precioso libro El sentido de la enfermedad, comenta lo siguiente:

Tu verdad es tu mito. Ahí es donde tú encuentras la armonía y la felicidad. La armonía consiste en recorrer el camino adecuado y ser uno con él; desarrollar una vida apasionada y coherente con los valores personales para lo que se está naturalmente dotado. La armonía consiste en permanecer con nuestra pareja, amigos o en soledad, con animales o inmersos en la naturaleza, en una ciudad, país o lugar concretos, y que nos embargue la impresión de estar en el lugar que nos pertenece. La armonía consiste en experimentar una gran aflicción que se corresponda con una inmensa pérdida. La armonía es una espontaneidad natural, desinhibida; la inmediatez de la risa, la irrupción del llanto. La armonía se da cuando el comportamiento y la creencia andan juntos, cuando la vida arquetípica y la vida exterior se reflejan mutuamente y nos mantenemos fieles a nosotros mismos. Lo único que podemos expresar es “Me siento en casa”, “Lo que hago me tiene completamente absorbido”, “Me hace feliz”, “Te quiero, “Esto es la felicidad”.

La felicidad y el regocijo nos invaden en los momentos en que habitamos nuestra verdad más alta, momentos en que lo que hacemos es coherente con las profundidades arquetípicas. Es cuando nos mostramos más sinceros y confiados, y somos conscientes de que todo lo que abordemos, por trivial que parezca, es sin embargo sagrado. Cuando advertimos que formamos parte de algo divino que nos incluye y está en nosotros.

Si cambiamos la palabra arquetipo por alma este texto bien podría haber sido escrito por Bach, y puede servir de guía en el trabajo de entrevista para indagar y observar la discrepancia del paciente con su mito, área esta que representa investigar los naufragios que pueblan la navegación del barco de su personalidad por el mar de la vida hacia el cumplimento del plan de evolución diseñado por su alma.

Flores de Bach

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