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SITUACIÓN, HISTORIA, EMOCIÓN, PERSONALIDAD Y LECCIÓN
ОглавлениеEn la práctica clínica floral se observan varios tipos de diagnósticos básicos: situacional, histórico, emocional, personalidad y lección. Todos ellos son complementarios, y en su conjunto permiten desarrollar una estrategia de comprensión del paciente bastante global y todos están presentes en los textos de Bach.
El diagnóstico de situación responde a la pregunta existencial del estar del paciente en el momento en que realiza la consulta. El acento esta puesto en el “aquí y ahora” de la totalidad de las cosas que le suceden: hechos, síntomas, afectos, etc. “Lo que debemos tratar es el estado actual el paciente, exactamente cómo está cuando lo visitamos, incluso si volvemos a visitarlo al cabo de una semana, vuelve a ser un paciente nuevo. […] Siempre debemos tratar el presente AHORA, y recordar el pasado o permitir que un paciente dé vueltas al pasado significa obstaculiza los resultados”.
Muchas veces, lo que el paciente trae a consulta es solo una parte de su realidad y hay muchos otros aspectos que su conciencia ni siquiera registra. No hay que confundir situación con conciencia, ni pensar que lo que esta percibe agota el conjunto de la actualidad.
Es importante concebir la situación como una totalidad, que incluye tanto lo consciente como lo no consciente, lo evidente como lo no tanto, lo impactante como lo “insignificante”, y en donde todas las manifestaciones presentes se encuentran relacionadas entre sí por una estructura latente que hay que descubrir. La tarea no es acumular flores ante cada síntoma que el paciente muestra, sino buscar el hilo conductor que actúa de costura de las diferentes partes del tejido de síntomas.
Un paciente puede presentar un cuadro de anemia ferrosa, hipotiroidismo, hipotensión arterial, osteoporosis y cansancio. No se trata de cinco síntomas diferentes sino de una misma emoción, tal vez la tristeza, la melancolía, que se expresa a través de estas diversas maneras.
Otra cuestión importante al evaluar la situación es buscar los síntomas antagónicos complementarios, es decir, síntomas que van en dirección contraria. Esta búsqueda no es lineal, a veces lo opuesto aparece en niveles diferentes, y muchas veces camuflado, ya que en la clínica las cosas raramente se manifiestan de modo evidente, como cuando una persona padece simultáneamente hipotensión e hipertensión, donde el antagonismo es obvio. La mayoría de las veces la cuestión es más cercana, por ejemplo, al paciente que tiene síntomas de agresividad y anemia ferrosa. No se trata de dos signos sino de una misma estructura que se muestra hacia dos direcciones: la expresión agresiva y la inhibición de la misma.
En el diagnóstico de situación, buscamos la totalidad de padeceres, así como también inquirimos por la totalidad de los recursos con los que el paciente cuenta para enfrentar estos sufrimientos. De esta manera, este diagnóstico opera como una radiografía general de la persona en el hoy, y es útil para guiar al terapeuta en la toma de decisiones clínicas inmediatas, que bien pueden no ser de fondo, pero que resultan imprescindibles para el bienestar del paciente.
El diagnóstico vital o histórico responde a la pregunta por la existencia de una persona. ¿Cómo fue? ¿Qué clase de historia vive? ¿Cuál es el argumento en torno al cual se organiza su vida? Es bueno insistir en que sin el entendimiento de la historia no es posible comprender la situación, ni a la persona en su totalidad. Por el contrario, al indagar por las raíces biográficas de una situación se hacen evidentes los conflictos, ambivalencias, pasiones, pendientes, descarríos, etc., que se dramatizan en los padecimientos que el paciente sufre. Pero la historia no es la cronología de los hechos que le sucedieron, sino lo que se hizo con esos hechos. Es decir, se pone el acento en la historia como construcción emocional y no en los eventos en sí.
La historia de cada quien es su más cercana cronicidad, y las cronicidades clínicas no hacen otra cosa que amplificar el argumento y la trama sobre la que se sustenta. Bach otorgó un lugar especial a siete remedios (Los Siete Ayudantes) para trabajar las cronicidades: Gorse, Oak, Heather, Rock Water, Olive, Vine y Wild Oat. Por ejemplo, la historia Gorse se fundamenta en la creencia de la existencia de un destino inexorable e inmodificable, de tal modo que esto lleva a la persona a la desesperanza y, como corolario, al abandono de toda lucha. Gorse deja de luchar porque no tiene esperanza, porque ya está todo escrito. Tanto como frente a la enfermedad como frente a la vida, y la biografía revela esta estructura de la existencia.
Claro está que si vamos a las palabras de Bach en cuanto al diagnóstico de situación, este proceder de evaluación histórica parecería inútil. Sin embargo, hay una clave importante. Bach dice: “Jamás les permitamos ni por un momento pensar en el pasado; esto está cerrado y clausurado”. Pero ¿qué ocurre cuando sucesos que cronológicamente son del ayer no están cerrados ni clausurados, sino que son, todavía, puro presente? Hay que recordar que en el inconsciente no hay tiempo. Por otra parte, en todo el texto Seamos nosotros mismos, la orientación está puesta en el tratamiento y la actitud del paciente y no en el tema diagnóstico. En otro libro, Ustedes causan su propio sufrimiento, aporta lo siguiente: “A partir de la vida y la historia del paciente, el médico deberá ser capaz de determinar el conflicto, o la falta de armonía entre el cuerpo y el alma que están provocando la enfermedad, y de ese modo poder brindarle el consejo y el tratamiento necesario para aliviar al enfermo”. En ese mismo texto agrega: “La verdadera naturaleza de nuestro Yo Superior, el conocimiento de vidas previas y posteriores, aparte de la presente, ha significado muy poco para nosotros, en lugar de convertirse en la guía y el estímulo de cada una de nuestras acciones”. Creo que las citas son lo suficientemente claras en torno de la necesidad de comprender la historia del paciente antes de poder da cuenta de la naturaleza del mal que lo aqueja.
Ahora bien, detrás de las manifestaciones históricas o situacionales de un paciente hay siempre una estructura afectiva que las sustenta. Este es un territorio muy floral, y lo que se busca en ese nivel es descubrir las emociones en las cuales cada quien se encuentra atrapado, que no puede enfrentar y expresar y que son la energía que alimenta la existencia de los síntomas.
Las emociones son apegos, la presencia del pasado en la vida, y hacen oír su voz por medio de los sueños, los síntomas y los vínculos. Su fluir puede seguir cuatro destinos principales: descarga, control, supresión y regulación. Un estallido de ira es una descarga; sentir ira y disimularla detrás de una máscara Agrimony es controlarla, sofocarla, y hacerla desaparecer de la conciencia equivale a suprimirla, y finalmente, hacerla aflorar, darse cuenta de su sentido y apropiarse de ella es regularla. Pero para poder hacerlas surgir con esencias florales, primero hay que poder precisarlas. Y en eso consiste el diagnóstico emocional: bucear en los afectos que, por sofocados e ignorados, hacen padecer.
Bach señala en Ustedes causan su propio sufrimiento que “No le importará (al médico), por ejemplo, si una deficiencia respiratoria se debe al bacilo de la tuberculosis, el estreptococo o cualquier otro organismo; pero sí se preocupará intensamente por saber si el paciente por qué el paciente sufre una dificultad respiratoria”. En Los Doce Curadores y otros remedios acota: “Detrás de toda enfermedad yacen nuestros miedos, nuestras ansiedades, nuestra codicia, nuestras simpatías y antipatías; investiguemos estas emociones…”. Vale la pena remarcar, en referencia a lo que se trata de insistir aquí (buscar siempre los afectos sofocados), la frase de Bach “Detrás de toda enfermedad” que he resaltado en negrita.
El diagnóstico de personalidad responde a la pregunta existencial del ser. Existen numerosos modelos de diagnóstico de personalidad y tipologías que ordenan la diversidad de las variaciones individuales en un grupo reducido en función de ciertos principios. En el caso específico de las flores hay un modelo, ya plantado por Bach, de ciertos tipos florales arquetípicos: Los Doce Sanadores.
Esta última afirmación tiene una serie de consideraciones preliminares, una de las más importantes es que habría que discutir primero la cuestión misma del problema del concepto de “tipo” aplicado al campo floral que es posible que, en Bach, se derive de la morfología idealista de Goethe.
En el terreno propio de la clínica floral el diagnóstico de personalidad consiste en identificar el patrón estructurante en torno al cual se organizan los modos habituales de ver, comprender y responder de una persona. En suma, la forma en la cual busca seguridad, se sostiene, se protege, se comunica, busca ser amado y ama. Este concepto se parece bastante al de “temple” que deriva de la medicina de los cuatro elementos y que Bach alude, por ejemplo, cuando dice: “Como ya lo hemos mencionado, las faltas de nuestra naturaleza las desarmonías mentales están expresadas por doce diferentes estados de ánimo, cada uno de los cuales tiene una planta correspondiente para su cura”.
La negrita es mía e intenta resaltar la expresión de Bach: estados de ánimo, no emociones, no afectos. Tal expresión se corresponde con el concepto de temple anímico, más si incluimos la anterior referencia acerca de que se puede determinar la personalidad según la posición de la luna natal.
Y la luna justamente marca esto en una carta. ¿Qué es, entonces, un temple anímico? Brevemente podríamos definirlo como un estado de ánimo por el cual un individuo se siente y vive de una forma determinada frente a sí mismo y ante el mundo. En suma, un modo de ser que tiñe con su tonalidad cualquier manifestación de la persona. “Todos nosotros poseemos un carácter propio e individual, integrado por nuestras preferencias, nuestras apatías, nuestras ideas, pensamientos, deseos, ambiciones, la forma en que tratamos a los demás, etcétera”, escribió Bach.
Este patrón de estado de ánimo se estructura en una personalidad que tiene marcas originales –el alma elige el tipo más adecuado para la lección que tiene que aprender–, y al respecto, en Libérate a ti mismo Bach expresa: “Dios ha otorgado a cada uno de nosotros, como derecho de nacimiento, una personalidad muy propia; también nos ha dado una tarea específica para realizar, que nadie más puede hacer, y un camino particular a seguir, que nadie debe interferir”. Y observa más adelante: “Lo único que tenemos que hacer es preservar nuestra personalidad, vivir nuestra propia vida, ser los capitanes de nuestro propio barco, y todo estará bien”. Esto implica que si se deja que las “influencias mundanas interfieran sobre nuestra auténtica individualidad”, la estructura correcta para hacer el trabajo que haya que hacer, aprender lo que haya que aprender y seguir el sendero adecuado se distorsiona y pierde su valor como herramienta para la labor del alma. La personalidad se ha descarriado y entra en conflicto con los mandatos del alma. Y esto es lo que encontramos en la clínica, no la verdadera personalidad en estado “original” sino una organización que se ha desviado (distorsionado, deformado, desfigurado, retorcido, encubierto). Si fuera lo contrario (la personalidad preservada –resguardada, salvada, conservada, original, auténtica–), la persona no tendría motivos para una consulta, porque su personalidad estaría en armonía con su alma y cumpliendo su función. ¿Por qué se desvía la personalidad? Porque se resiste al dolor y al esfuerzo que a veces le implica el aprendizaje del alma.
En otro texto, Seamos nosotros mismos, Bach insiste: “¿Ha pasado por tu mente alguna vez que Dios te ha dado una individualidad? Pues sí, él realmente lo hizo. Te ha dado una personalidad única, un tesoro que debes guardar para ti mismo”.
Si seguimos por este derrotero se puede agregar lo que Bach afirma acerca de que “Existen, por lo tanto, grupos definidos dentro de la humanidad, cada uno de los cuales desempeña su propia función, es decir, pone de manifiesto en el mundo material la lección específica que ha aprendido. Cada individuo de estos grupos tiene una personalidad propia bien definida, una tarea particular que hacer, y una forma determinada de llevarla a cabo. También existen causas de desarmonización, que a menos que nos aferremos a nuestra propia personalidad y a la tarea encomendada, pueden reaccionar sobre el cuerpo en forma de enfermedades. […] El secreto de la vida consiste en ser fieles a nuestra personalidad, en no sufrir interferencias de influencias externas. […] Los remedios nos ayudan a mantener nuestra personalidad”.
De manera que si la personalidad se descarría1 esto da lugar a la enfermedad (como un correctivo) y los Doce Curadores (dado que Bach en las citas precedentes está hablando en ese contexto) tienen la finalidad de restaurarla en su forma de ser original, alejando las interferencias e influencias ajenas. Ocurre, muchas veces, que estas tales circunstancias distractivas se han congelado como un rasgo caracterológico en el sujeto y confunden al observador y lo llevan a diagnosticar como atributo de la personalidad algo ajeno a ella. La estabilidad de una pauta no la convierte en rasgo de personalidad. Desde la Terapia Floral, no hay razón suficiente para pensar a esta pauta como una cualidad de la personalidad, dado que en Bach este concepto alude a algo distinto de lo que habla la psicología. Para esta ciencia, la personalidad es fruto de una convergencia de disposiciones y experiencias (especialmente de identificaciones con las figuras significativas de la infancia) y en cambio para la doctrina basada en las enseñanzas bachianas es un sello, marca o traza que Dios nos regala y que el Alma elige. Regalo y elección concordantes con una necesidad de aprendizaje, una misión que cumplir y un camino que transitar.
Para Bach el diagnóstico de personalidad tenía una función muy significativa, al punto que comenta, entre muchas otras citas similares, que “en el tratamiento es esencial diagnosticar el tipo de persona y la virtud que intenta perfeccionar […]”.
Y esto nos conduce al diagnóstico de lección, que es específicamente floral, y en él se expresa, en términos de flores, la tarea que cada persona vino a aprender en esta vida y el aprendizaje que debe realizar.
Existe una vinculación muy estrecha entre este tipo de diagnosis y la teoría de Bach de los defectos y virtudes, que expusiera en varios de sus textos. De ellos se desprende el hecho de que en cada encarnadura los seres humanos venimos al mundo realizar un aprendizaje pequeño pero significativo, paso a paso pero progresivo, y como resultado del mismo el alma avanza en su proceso hacia la perfección (“En este mundo todos estamos en el mismo sendero hacia la perfección”). Tal concepto implica que el alma es imperfecta (incompleta) y busca por medio de la experiencia del sendero de la vida progresar en el sendero de su evolución. De este modo, las “imperfecciones del alma” pueden ser definidas como defectos (heridas) que hay que corregir (sanar) encarnadura tras encarnadura. De acuerdo con lo que tiene que aprender en cada vida puntual, el alma elige una personalidad acorde al defecto que debe erradicar y la virtud que necesita desarrollar (“La lección concreta del presente es la clave de nuestro tipo”).
Cada flor plantea una lección particular a aprender, pero tomado el sistema Bach en su conjunto existen cuatro lecciones fundamentales: la del amor, la de la libertad, la de la unidad y la de la sabiduría, tal como está planteado en Cúrate a ti mismo. Estas cuatro lecciones madre son invariantes a aprender por todos para alcanzar la individuación y constituyen la meta del plenario de la evolución. Cada quien, además, debe asimilar ciertas y particulares lecciones, propias e individuales, en cada encarnadura. Estos aprendizajes se transforman en lecciones maestras para aquel que tiene que vivirlas, y su contextuación correcta en la clínica constituyen un punto de referencia esencial en el arte prescriptivo (“Sin embargo aprendemos de forma lenta, una lección a la vez; para estar bien y felices solamente debemos aprender la lección concreta que nos da nuestro Ser Espiritual. No todos aprendemos la misma lección al mismo tiempo; mientras una persona está venciendo el orgullo, otra el miedo, otra el odio, etc., pero el factor esencial para la salud es profundizar la lección que se ha establecido para nosotros”, en Algunas consideraciones fundamentales sobre la enfermedad y la curación).
Es bastante paradójico un tema tan caro al modelo floral sea, sin embargo, algo no muy profundizado, salvo por excelentes aportes de los maestros Julian Barnard y Lluís Juan Bautista. Tal vez se deba a que esta perspectiva arranca a la terapéutica de la cuestión sintomática y administradora de remedios para ubicarla en el punto según el cual las esencias florales están para ayudar a descubrir lo que se desconoce de uno mismo.