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LA PATOBIOGRAFÍA
ОглавлениеLa patobiografía es una herramienta con la cual se busca correlacionar la vida del sujeto con la historia de sus síntomas. Esto permite: a) ir estableciendo algunos nexos significativos en términos de qué cosas suceden y qué respuestas, en términos de síntomas, el paciente articula entre sí, y b) observar la génesis del enfermar del paciente. Esto implica sustentar la idea de que la enfermedad es transformación en el doble sentido de a) cambio constante y b) más allá de las formas. Es decir que la enfermedad varía con el correr del tiempo en sus manifestaciones aparentes, pero tras ellas se esconde una esencia permanente que la define.
Escribir una biografía de lo patológico (que de eso trata la patobiografía) supone incluir la subjetividad de quien le da posibilidad de encarnar a la enfermedad como tal, de forma que síntomas e historia, enfermedad (tomada como objetividad) y subjetividad puedan ser vistos como dos caras de una misma moneda.
Pero además de la subjetividad, la patobiografía requiere tener en cuenta los conceptos de tiempo y duración, no como realidades físicas o biológicas sino como aspectos psicológicos e históricos. Reflejar una cronología cruzada entre síntoma y eventos no necesariamente permite la intelección de la génesis de una enfermedad ni las conexiones psíquicas de su nacimiento, ni garantiza que se halla podido llegar al nudo central de una biografía. Por el contrario, en muchas circunstancias esto hace que se oculte la verdad, salvo que solo se pretenda una explicación mecánica de la vinculación entre historia y enfermedad que deje de lado el hecho cierto de que los síntomas que el paciente padece no solo son monumentos conmemorativos de situaciones traumáticas (Freud), sino presencia de vidas simultáneas que coexisten en la realidad del ahora de esa persona en una trama que trasciende toda homogeneidad temporal. Recordemos que en el alma y el inconsciente no hay tiempo, todo es un eterno ahora. De tal manera que lo que sucedió cronológicamente hace diez años hoy puede estar vivo y activo. Veamos.
Hay importante reflexionar sobre el hecho de que no es lo vivido sino lo no vivido (lo que ha quedado pendiente en la vida) lo que es activo y causa del enfermar. Son pocos los autores –Sigmund Freud, Viktor von Weizsäcker, Luis Chiozza, José Luis Cabouli, entre otros– partidarios de esta afirmación, que contraría lo habitualmente enseñado en la clínica, y de sus aportes es tributaria, en parte, la teoría que he desarrollado sobre los atrapamientos emocionales como base del origen de los síntomas. Llevado esto al terreno de la patobiografía, la consecuencia inmediata resulta ser que esta construcción solo provee auténtico sentido cuando en ella se hace evidente la eficacia de lo no vivido como fuerza generadora del malestar y la enfermedad.
Pero esta marcación no basta sin contemplar otra propuesta adicional. No solo hay que referir la trama de lo no vivido, sino acercar al desarrollo de la historia patobiográfica de una persona la dimensión de lo imprevisto –inesperado, inopinado, impensado, sorprendente, milagroso, imprevisible, impróvido, fortuito, imposible– que remite al tema de la libertad. Es decir que jamás podremos comprender plenamente a un hombre y a su enfermedad en la medida en que no lo veamos, también, como ser libre que hace algo con su libertad. Que el quehacer de su existencia, aun en la enfermedad, no queda circunscripto a la causalidad sino que se despliega también en el orden de lo que Jung llamara sincronicidad, que no se explica solo por el ayer sino por el mañana, que no se reduce a la determinación de un destino sino que la libertad aflora a cada momento en la danza de la vida y el enfermar.
La patobiografía nos enseña, así, que la enfermedad es un camino pero también una oportunidad; en suma, una elección. De forma tal que al observar la narración de una patobiografía se puede discernir la historia de las opciones de una persona por la dependencia y la esclavitud a lo largo del tiempo de su vivir, y sus sucesivas renuncias a ser ella misma, cumplir su misión, recorrer su camino, aprender su lección y, por lo tanto, a ser feliz.
Dicho esto se puede ingresar ahora a aspectos más técnicos de la patobiografía tomando como referencia lo que plantea Luis Chiozza en el pequeño e ilustrativo libro ¿Por qué enfermamos?, dado que su encuadre aporta consideraciones convergentes con el trabajo de la Terapia Floral. Allí señala que el material de estudio patobiográfico se conforma a partir de cuatro fuentes principales:
a) interrogatorio sobre la enfermedad y los recuerdos, deseos y circunstancias que conforman una biografía. Se utiliza un cuestionario detallado y se puede extender a lo largo de tres o cuatro entrevistas de dos horas cada una. También se le pide al paciente que elabore un cuento corto, que relate uno de sus sueños, y cuente una película y una novela a elección;
b) diagnóstico clínico del estado general y de la enfermedad motivo de la consulta;
c) fotografías del paciente a lo largo de su vida y de los seres queridos,2 y
d) observación del paciente, de sus reacciones y del vínculo que establece durante el proceso diagnóstico.
Con esta información, debidamente procesada, se trata de identificar algunas cuestiones básicas tales como:
a) motivo inconsciente de consulta, que generalmente es distinto del manifiesto;
b) fantasía inconsciente y la teoría consciente acerca del porqué de su enfermedad y de la forma en que puede curarse. La teoría consciente siempre ayuda a identificar la fantasía;
c) historia de las situaciones críticas o dramáticas que forman parte de la biografía y la coincidencia temporal con determinados síntomas o accidentes que permite comprender el lenguaje de los órganos del paciente;
d) factor específico desencadenante de la enfermedad actual que coincide temporalmente con la aparición de la misma. Cuando se lo identifica se tiene un parámetro para comprender el significado inconsciente que los síntomas actuales simbolizan
Una vez que este material es sistematizado e interpretado, se intenta a posteriori elaborar una visión de conjunto siguiendo un proceso que comprende cinco pasos:
1. La unidad biográfica
El primer escalón consiste en lograr identificar con claridad una temática “típica y universal, que pueda otorgar unidad a la biografía del paciente” (Chiozza). Es como armar un argumento de vida, establecer los personajes y sus roles, los momentos en los cuales entran en escena y qué sucede entonces y, especialmente, ver cómo se relaciona cada uno con las figuras de la infancia. Esto también puede estructurarse como roles arquetípicos, que pueden ser precisados con mitos.
Pensar la historia del paciente como un todo es mirarla en una perspectiva en donde los sucesos forman parte de una trama y todos poseen un valor relativo de acuerdo a la posición que ocupan en esa trama. Pero además implica entenderla como proceso; no hay que capturar la unidad de algo estático sino de un movimiento que posee una dirección y un sentido.
2. El mapa mental
El segundo escalón es dar cuenta del mapa mental que el paciente usa habitualmente para “recorrer el territorio de su vida, e identificar el estilo, adquirido en la infancia, con el cual lo ha trazado. Uno y otro codeterminan el significado de la historia, y si vamos a intentar la tarea de re-significar esa historia, necesitamos cuestionarlos” (Chiozza).
El concepto de “mapa mental” ha demostrado ser muy útil, y alude al conjunto de creencias y mandatos sobre los cuales se sostiene un estilo de ser en todos los planos de realización. “Según la etapa concreta en la que fallamos, en el plano físico se desarrolla una mentalidad determinada, con los resultados consecuentes tanto en el paciente como en las personas que se relacionan con él. Es esta mentalidad la que indica al médico la causa fundamental real del problema del paciente y le proporciona la idea clave para un tratamiento con éxito” (Bach).
Conocer el mapa mental de un paciente es saber cómo ve e interpreta la realidad propia y externa, y cómo reacciona en consecuencia. “La enfermedad es el resultado de pensamientos y acciones erróneas, y cesa cuando actos y pensamientos son puestos en orden” (Bach). Por ejemplo, en muchos pacientes bipolares se encuentra una estructura en la cual la persona piensa que no vale por sí misma, que solo puede ser en tanto la nutran, situación que lo lleva a la dependencia absoluta del exterior. Esto hace que tenga un muy bajo nivel de tolerancia a la frustración, que ante cualquier negativa reaccione desproporcionadamente, como si el mundo se acabara.
3. Descubrir las máscaras
El tercer escalón es poner en evidencia el hecho de que el complejo sintomático actual de un paciente no hace otra cosa que encubrir un aspecto de la historia del paciente y, al mismo tiempo, ponerla en evidencia, tal como hace el lenguaje que oculta y revela.
Dicho de otra manera, las formaciones sintomáticas y manifestaciones que el paciente trae a la consulta, incluso en sus formas más absurdas, son un retazo de una verdad histórica que denuncia las causas que lo llevaron a ese sufrimiento.
Hay dos consideraciones que agregar. La primera es que, tal como dice Bach, las interferencias (síntomas) forman parte del plan del evolución, y la segunda, que la enfermedad está para ayudarnos a corregir nuestros desvíos. De manera que las máscaras de la vida también poseen una intencionalidad significativa.
4. Interpretar y revivir la historia
El cuarto escalón parte de pensar que el paciente dispone de una historia consciente que cuenta. “Esa historia presenta lagunas y distorsiones de su significado que marcan los puntos en los cuales su drama original, para él insoportable, se ha vuelto inconsciente. La enfermedad actual no solo es el relato, cifrado y simbólico, del significado omitido. Es también un acto, igualmente simbólico, que corrige mágicamente esa historia” (Chiozza).
Frente a esta realidad de la enfermedad el paciente debe no solo comprenderla sino vivenciarla. Acompañar a la intelección el afecto que le dé sostén y cuerpo; es necesario lograr captar los motivos por los cuales no podía tolerar ese fragmento de su historia.3
5. Resignificar la historia
El quinto escalón consiste en ayudar al paciente a resignificar su historia. El paciente ha fragmentado su vida, y sus síntomas son testimonio de esa fragmentación. La tarea es ahora lograr que integre estos aspectos contradictorios de su historia en una totalidad nueva. Para ello el paciente tiene que volver a dar sentido a la situación suprimida, traumática o rechazada que está en la base de su padecer, descubrir las emociones en las cuales se encuentra detenido, recobrar el significado que tuvo y que ahora solo vuelve deformado como síntoma, y hacerla parte de una secuencia biográfica plena de significación.
Pero hay que tener claro que el encubrimiento es una función protectora de la enfermedad. De otra manera el sujeto se quebraría, no podría tolerar la tensión conflictiva que le causa. De modo que el armado de un nuevo sentido de vida, del pasado y del futuro, debe reconocer este hecho: el síntoma no es solo miserias, también incluye grandezas.