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Introducción

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Cerremos esta puerta.

Lentas, despacio, que nuestras ropas caigan

Como de sí mismos se desnudarían dioses.

Y nosotros lo somos, aunque humanos.

José Saramago

La Terapia es un acto de amor, o debería serlo. Y todo acto de amor –al decir de Jaime Sabines– es una escritura permanente. Si el terapeuta no sabe despertar en la persona que lo consulta la esperanza de un cambio en su padecer, si no logra hacer nacer un vínculo amoroso de trabajo entre ambos, queda cortada, desde el inicio, toda posibilidad de curación. Al cerrar la puerta del consultorio el paciente desnuda su existencia, revela sus conflictos y las contradicciones de su vida, deja caer sus máscaras, una a una, y se muestra en la total vulnerabilidad; y si en este devenir alcanza a percibir comprensión, aceptación y ayuda en el terapeuta esta experiencia se convertirá en una huella (escritura) definitiva en su historia, que lo impulsará a seguir adelante en el sendero terapéutico.

Los encuentros nunca son casuales, y cuando acontecen tienen la capacidad de convertirse en la sal mercurial de transformación de una vida; en el caso de uno de naturaleza terapéutica, tal como señala Bach, se trata de una oportunidad en la cual el terapeuta es un canal del Plan Divino para ayudar a los que sufren a regresar al camino de la Ley Divina. Y esto significa, nada más y nada menos, que el terapeuta es un instrumento que pone en contacto al paciente con su alma. De modo que en este plano la desnudez de Saramago y la escritura permanente de Sabines es la del Alma.

La labor del terapeuta floral es, entonces, siembra para el alma. En este contexto debe comprender “que él (terapeuta) por sí mismo, no tiene poder para curar, pero si dedica su vida a servir a sus hermanos, a estudiar la naturaleza humana, y así comprender en parte su significado, a desear de todo corazón aliviar el sufrimiento y a renunciar a todo para ayudar a los enfermos, entonces podrá canalizar a través de él el conocimiento que los guíe y la fuerza curativa que alivie sus dolores. Y aun así, su poder y su capacidad de curar estarán en proporción a la intensidad de sus deseos y de su voluntad de servir. Entonces comprenderá que la salud, al igual que la vida, pertenecen a Dios y solamente a Dios; que él y los remedios que usa son meros instrumentos del Plan Divino” (Bach). Queda claro en su texto que la tarea del terapeuta es un servicio para el alma, aunque el paciente solo asista al tratamiento con la intención de liberarse de su padecer. Y no se trata de doblegar la personalidad que se resiste a facilitar la evolución del alma, sino de entender que solo en esta única condición, de encarnadura en una relación, es factible aprender. Y el terapeuta que no sea capaz de dar respuesta a este anhelo del paciente (aliviar su dolor) y que no pueda infundirle esperanza de ayuda fallará en la creación de una auténtica y real relación terapéutica. Pero quien solo se quede en este espacio (el sufrimiento de la personalidad) no estará sirviendo a los verdaderos intereses del alma y de la Terapia Floral.

El encuentro terapéutico, en cualquiera de sus dimensiones y actos, se debería orientar hacia lo propio, singular e irrepetible de una persona concreta y de su padecimiento. Este contacto tiene una intencionalidad que, en el caso específico de la Terapia Floral, no se circunscribe a la acción curativa sobre la personalidad sino que se lanza hacia la sanadora del alma. La apertura de la existencia hacia el Ser es una cualidad irrenunciable de la causa floral.

Si esta mirada es correcta podemos dar un paso más y señalar, entonces, que la Terapia Floral posee un cuerpo de doctrina, teoría y práctica que la hacen ser un arte terapéutico por derecho propio. El lugar donde Edward Bach la fundara no se corresponde con ser algún tipo de medicina alternativa o complementaria, sino una alternativa a la medicina. Su modo de concebir los procesos de la salud, la enfermedad y la cura, y los instrumentos que utiliza para ello, no se relacionan con la medicina alopática ni tampoco con la natural, si bien comparte algunos puntos de vista con esta última. En suma, la Terapia Floral es un arte de curar pero no es una medicina, del mismo modo que no es una psicología y ocupa un sitio semejante al psicoanálisis que, si bien suele ser estudiado en el ámbito psicológico, apunta a otro espacio diferente a la ciencia de lo psíquico.

Durante siglos el modelo mecánico de explicación fue el dominante en el campo de la salud y, como otras ciencias, las propias de este territorio buscaron amparo bajo el marco protector de sus preceptos: la objetividad frente a los hechos, la fe en la experimentación como sistema de validación de los conocimientos, la expresión matemática de los hallazgos y una orientación positivista en su manera de concebir la realidad del hombre y sus padecimientos.

Sin embargo, en el terreno de lo humano nunca hay hechos. La cualidad y la subjetividad se filtran por todos los poros y forman parte de la naturaleza viva de la ciencia. No hay, por lo tanto, posibilidad de un registro objetivo de los fenómenos. La percepción, soporte del método experimental, es en sí misma una perspectiva cualitativa, y no existe instrumento alguno que pueda capturar la esencia de lo que el hombre es y siente. Durante siglos la ciencia oficial expulsó el concepto de alma de su preocupación, porque su inclusión era contraria a sus fundamentos materialistas, y es por la crítica necesaria a esta concepción que Hahnemann y Bach, entre otros, intentaron reintroducir la dimensión espiritual del hombre al visualizar el origen inmaterial de la enfermedad.

Lo que el modelo mecanicista planteaba como ciencia se derrumbó con la aparición de la concepción energético-dinámica, la idea de evolución y la noción de inconsciente. Tales propuestas dejaban atrás al modelo de acción mecánica, el fijismo y la supremacía de la razón como pilares de su modo de comprensión de la realidad y, especialmente, hacían indiscutible la insuficiencia de la creencia en la evidencia perceptiva y la medición experimental como resortes explicativos de la ciencia. Emerge entonces una nueva mirada, en donde la cantidad es substituida por la cualidad, lo invariable por el movimiento, la percepción por la interpretación, la medición por la comprensión, la objetividad por la subjetividad y la conciencia por la sombra.

Al modelo mecánico le sucede entonces el dinámico, pero, sin embargo, ocurre que con nombres y ropajes distintos permanecen muchas de las viejas concepciones. Se habla de vibración y se la mide, y esto parece despertar una gran alegría en el mundo alternativo y se comienza a hablar de medicinas vibracionales como si tal adjetivación fuera un paso adelante y decisivo, cuando en realidad se trata de encajonar opciones revolucionarias dentro de verdaderos paradigmas que no lo son. Después de todo, la vibración es un fenómeno físico y, como tal, ajustado a las leyes de la física que por más cuántica que sea no deja por eso de ser física.

La Terapia Floral es una ciencia que no tiene que ver con la vibración o la energía sino con el lenguaje, más efectivamente con el espacio de configuración de las emociones que se expresan bajo el lenguaje de los síntomas. Las esencias florales son significantes, patrones de información, que llevan su mensaje a la conciencia de la persona y le ayudan a reencontrar su verdadero ser. De alguna manera, si hay que buscarle tradición a la Terapia Floral, y conseguir semejanzas, es preferible indagar por el sendero de la espagiria y la lingüística, y no por el del conocimiento experimental.

Es en este contexto que el tema que aborda este libro –el diagnóstico en la Terapia Floral– cobra significación. El diagnóstico clínico no deja de ser un territorio problemático en sí mismo y en torno a su posición dentro de la estructura conceptual y la práctica de la Terapia Floral. Esto último se debe, en parte, a que se lo sigue concibiendo con las categorías propias de la alopatía o de la fenomenología homeopática en lugar de pensarlo floralmente, es decir, como un arte hermenéutico e interpretativo. Interpretación basada en la presencia previa de una sólida relación donde el paciente se encuentre en condición de asimilar la nueva visión de sí mismo, de los otros y del mundo que la ingesta de esencias florales le proporciona. Es decir, una interpretación en lo cual lo importante no es su exactitud y certeza sino su grado de ajuste a la realidad de la conciencia del paciente y su valor catalizador. En suma, no un hecho de conocimiento o de poder sino una fuerza alquímica transformadora.

Las esencias florales son significantes, palabras que llegan a la conciencia portando un mensaje. Son lenguaje, y en el lenguaje el hombre se enfrenta con todo aquello que ignora de sí mismo. El lenguaje no solo es comunicación y vínculo; el lenguaje, como señala Martin Heidegger, es ante todo “apertura o revelación del mundo”. La prescripción es una interpretación en acto, en donde el terapeuta floral en vez de hablar con palabras lo hace con esencias, interpreta los decires del paciente y los traduce en remedios que portan un mensaje. Con ellos le está señalando algo al paciente y, al mismo tiempo, intenta ayudarlo a que el mundo que mantiene ignorado se le revele. Todo el proceso de esta relación paciente-terapeuta es un auténtico sendero de progresivos descorrimientos de velos.

Aunque este texto no sea una respuesta acabada a cómo concebir el lenguaje del diagnóstico en la terapia floral, sí representa un intento en esa dirección, donde convergen método, teoría y doctrina, pero, sobre todo, experiencia clínica.

Pese a que se han reiterado publicaciones desde su primera edición, esta nueva versión cuenta con algunos desarrollos que me parece importante incluir.

La labor terapéutica con esencias florales no es un campo clausurado sino un territorio sobre el cual aún hay mucho que sembrar y cosechar. Y a medida que recobramos segmentos del conocimiento de Edward Bach que se encontraban olvidados, perdidos u ocultos vemos que se abren nuevas perspectivas y comprensiones. Pero, al mismo tiempo, el despliegue de pensamientos y modelos como el de la Terapia Floral Evolutiva, del maestro Luis Jiménez, han dado importantes maneras de concebir el proceso diagnóstico, en este caso desde una visión alquímica, ya presente, por otra parte, en la obra de Bach.

Por eso me ha parecido prudente volver sobre este tema una vez más y agradezco a Ediciones Continente el haber dado espacio en su catálogo a esta obra.

Flores de Bach

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