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Capítulo iii Llegada al delta de El Tigre

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—¡La moto de Julián! ¡Qué suerte! Está aquí y no le pasó nada, dijo con gran alegría y tranquilidad Peggy. De inmediato observó la persiana de la puerta baja y la ventana abierta, lo que la llevó a pensar que seguramente Julián se habrá sorprendido con lo que ella compró y por temor a que lo robasen cerró la puerta. Otra posibilidad era que se haya ido a nadar para despejarse un rato dejando así cerrada la persiana de la puerta principal de entrada.


PINTADO POR ANA MARÍA

Ella dio la vuelta a la casa para entrar por el patio.


PINTADO POR ANA MARÍA

Julián no había ordenado nada, sólo había lavado algo de ropa y la puerta trasera estaba completamente abierta y el lugar no mostraba rastros de él, aunque recordó que cuando llegó, le llamó la atención un velero a lo lejos.

Lo que la inquietó mucho, fue un espacio preparado con almohadones, una lámpara y una toalla húmeda sobre una hamaca, de la cual no sabía de su existencia. La toalla seguramente podría llegar a ser de un amigo del trabajo que lo había acompañado y con quien se habría ido hacia el río. La distribución y el decorado no coincidían con el estilo de Julián, y hasta el piso estaba intervenido. Se veía muy romántico. ¿Sería una sorpresa para Peggy? UMMM…


PINTADO POR ANA MARÍA

Se respiraba aire puro, sintiéndose una fresca brisa en el rostro. Al recorrer el predio parecía enamorada del lugar. Tanta tranquilidad. El sonido de las aves y el choque del agua con la orilla, un verdadero placer. Pura naturaleza y paz. Se sintió muy orgullosa de la compra que ambos realizaron y también por el colorido que habían decidido darle. El lugar era una invitación a quedarse.

Peggy tendría que haber tenido más tiempo para recorrer cada zona y ver cada objeto que tenían, ya que independientemente iban llevando cosas antiguas, después las verían juntos. Eso ellos lo habían acordado, como el tema de las compras que harían, tendrían que comunicarlas previamente, cosa que no hizo ella con la última.

De pronto, Peggy tuvo una rara sensación y agarrándose de un árbol cercano para no caer, comenzó a sentir que algo en su cabeza daba vueltas y vueltas, primero como una espiral y luego como un remolino.


PINTADO POR ANA MARÍA

Nunca había tenido ese malestar. Se asustó porque estaba sola y lejos del Hospital, aunque creía que en cualquier momento regresaría Julián. Arrastrándose como pudo llegó a la puerta trasera de la casa, que era la única que estaba abierta. Y así, sintiéndose mal dijo con suave voz que Julián no había tenido cabeza, como si cerrando la persiana de la puerta delantera no le entrarían a robar si dejó completamente abierta la puerta de atrás e incluso la ventana de adelante.

Cuando Peggy entró y se dirigió al patio luz para estar más cerca de la naturaleza aunque esté adentro de la casa, pero sobre todo porque allí había acomodado el sillón, los almohadones y las otras cosillas que había comprado, le sorprendió encontrar arriba de la mesita dos vasos bonitamente decorados. Una sonrisa saltó de su boca casi gritando ¡MI AMOR! Pensando que la esperaría con un refresco. Pero esa sonrisa no le duró mucho cuando observó que uno ya estaba empezado y qué descortesía de parte de su pareja porque al haberlo servido sin que ella llegase se calentaría, y la idea era tomar algo fresco. Al mirar las aves a través del vidrio vio banderines colgados. Enojada expresó que pasaba algo que tendría que averiguar, ya se sentía una tonta. En ese lugar algo se había festejado. Todo lo cruel que hubiera podido pasar lo pensó, no se sabe si porque desconfiaba de algo, porque así reaccionaba o por esas espirales y remolinos que acompañaron un rato su cabeza dejándola floja y cansada.


PINTADO POR ANA MARÍA

Se supone que lo ocurrido debería tener una buena explicación o razón.

Peggy con tanta tensión junta ya desde hace unos días se quedó dormida en el sillón. Su descanso fue breve porque sintió fuertes risas, con diferentes tonalidades de voz, pasos y hasta un sensual ¡POR FIN AMOR MÍO!

Peggy sintió un nudo en la garganta y muy despacito se acercó a la ventana del frente de la casa y que teóricamente había sido Julián el que la dejó abierta. De allí venían los ruidos, y también escuchó –¡qué bella tabla de surf!, no me habías contado nada.

Al mirar con cuidado por la ventana para que no la viesen, ella no pensó en su coche que estaba afuera porque parecía que era una pareja la que se ría y ni por casualidad lo habían detectado.

¡Cosa de no creer!, en uno de los muros cercanos alcanzó a ver a Julián con alguien que no reconoció. Fue testigo del engaño que llamó: LA SOMBRA DEL AMOR.

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