Читать книгу Recado confidencial a los chilenos (2a. Edición) - Elicura Chihuailaf - Страница 23
ОглавлениеEsta es nuestra palabra ya escribiéndose, pero al lado de la oralidad –«oralitura», decimos sus oralitores–. La palabra sostenida en la memoria, movida por ella, desde el hablar de la fuente que fluye en las comunidades. La palabra escrita no como un mero artificio lingüístico (no me estoy refiriendo a la función de artificio que todo lenguaje contiene permanentemente), sino como un compromiso en el presente del sueño y la memoria. El mapuzugun, el hablar de la Tierra, un idioma aglutinante y declinable, conformado por sus respectivos dialectos e idiolectos, como el castellano, como todos los idiomas del mundo.
En China –país de «cultura milenaria»–, por ejemplo, se dice que todavía se usan tres dialectos: el mandarín, el de Cantón y el de Fokien. Y dos de las tres religiones oficiales son de origen indígena: el taoísmo y el confusionismo.
En Chile ¿son los mismos dialectos castellano-chilenos en el norte, centro o sur? ¿El lenguaje de los santiaguinos es el mismo lenguaje –sus giros idiomáticos– que el empleado por los chilotes? ¿El idiolecto de los habitantes de Temuco es el mismo que el utilizado por los habitantes de localidades urbanas y rurales de Cunco (Aguas que suenan «Cum cum» en las estrechas laderas de su derrotero), Curacautín (Pato silvestre que semeja una piedra) o Vilcún (Lagartija), aún enlazados en la visión del volcán Llaima (Zanja)?
Le digo esto porque –como usted recordará– hasta algún tiempo atrás, sectores de su sociedad interesados en denostarnos decían que el mapuzugun no era más que un dialecto carente incluso de algún arte con la palabra. Desconocían el vlkantun canto poético; el epew relato; la konew adivinanza; la nvtram conversación (como arte); el weupin el arte del discurso –historia–, que se revela en todos los acontecimientos solemnes: mafun casamiento; en eluwvn funeral; rukatun construcción colectiva de una casa; en el mingako preparación colectiva de un terreno para sembrar.
En nuestra cultura se estima altamente privilegiada la persona poseedora de tales «atributos» del pensamiento. Genpin, poseedor de la Palabra, lo llaman.
«Cuidémonos de decir que la poesía nació en Chile con la llegada de los que trajeron la palabra castellana, porque las palabras y las melodías existían antes», dice Volodia Teitelboim.
Ahora, frente a la concreción de la escritura hay quienes la consideran un proceso de aculturación. Mas, se dice que la escritura la inventaron los fenicios, por lo tanto ¿las posteriores adopciones escriturales, aún en el uso de grafemas semejantes o muy diferentes, serían solo evidencias de procesos de aculturación generalizado? Entonces ¿de qué modo se dio la tradición oral en todas las culturas del mundo? ¿Cuáles fueron, cuáles han sido, las etapas de sus lenguajes desde la oralidad a la escritura?
Debemos recordar que textos tan conocidos y apreciados como la Ilíada y la Odisea o El Cid Campeador se «escribieron» primero en la oralidad. No olvidemos además que, por ejemplo, la escritura indígena zapoteca data más o menos de 600 años a. C. y floreció hasta 250 d. C. Así las cosas, me parece que la realidad es que simplemente no se ha querido asumir la Conversación respecto de las categorías desde o a través de las cuales se sistematiza y, por ende, se analiza el quehacer del «otro», el distinto: ¿nosotros?, ¿ustedes?
Hay que recordar, me dicen, que la palabra pone en movimiento al universo, porque surge de él, lo representa pues recoge su dualidad. Algunas culturas (algunas civilizaciones) han olvidado la poesía de sus palabras, pero ella los espera yaciendo en la paciencia, me están diciendo.
Desde el olvido entonces ha de ser levantada la conversación de los chilenos; desde el futuro de la memoria, me dicen, les digo a un grupo de estudiantes liceanas que ha venido hasta mi casa.
¿Y qué es para usted el futuro?, me preguntan. Les digo: La palabra futuro, según el diccionario castellano, viene del latín futurus, y
–como seguramente ustedes saben– significa lo venidero, lo que está por venir o suceder. Y, desde el punto de vista de su gramática, es el tiempo verbal que sirve para señalar la acción que no ha sucedido todavía.
El futuro, para nosotros, es parte inseparable de la totalidad del espíritu de la Tierra y, por lo tanto, del ser humano. Y se completa de manera dinámica con el pasado, pero desde un esencial estar (continuar) en el presente, del que depende lo que podamos desear y lo que nos sea posible hacer en este mundo.
En el entorno del presente hay un futuro inmediato que está, por ejemplo, al final de esta conversación, y otro mediato que es, en un tiempo, la redacción del Recado que escribo; y en otro tiempo, a lo mejor después de su lectura, el deseo de alguna (o de alguno) de ustedes de retomar una «nueva» conversación. Entonces el pasado puede ser el futuro y viceversa. Es decir, el futuro puede ser –por un lado– lo concretamente previsible en lo venidero, pero también –por otro lado, el más absoluto misterio.
Es decir, el futuro puede ser por un lado lo concretamente previsible en lo venidero, pero también por otro lado el más absoluto misterio.
Somos aprendices, en este mundo de lo concreto, de lo visible, pero ignorantes de la verdadera energía que invisiblemente nos habita, nos mueve, y que prosigue su viaje en un círculo que se abre y se cierra en dos puntos que lo unen: el origen y el reencuentro en un Azul. La dualidad manifestada en algo que no se puede definir, puesto que es un presente en pasado y futuro al mismo tiempo: lo nombrado y lo innombrado.