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De la depresión a la angustia: función de la síncopa

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¿Por qué volvemos sobre la angustia? Porque ahí nos debemos una política del psicoanálisis que no nos deje entrampados en la sociología. Hoy en día hay una difusión epidémica del término depresión. Según describe un estudio realizado por el CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina), la Universidad Favaloro e INECO (Instituto de Neurología Cognitiva), uno de cada tres argentinos en periodo de cuarentena desarrolla síntomas de depresión y ansiedad. Se habla de eso mientras se dice: «los ciudadanos han perdido sus rutinas y han caído en la depresión». El asunto es que para nosotros no necesariamente es así. «Depresión para todos», seguramente, ya que no es la caída de una rutina, sino la caída en una nueva rutina. ¿Qué rompe esa rutina? La angustia, algo que quiebra el sentido. Digamos de paso que «rutina» es el término que Lacan aplica en el seminario Aún para el sentido, esto es, el enlace entre S1 y S2. Entendamos aquí que la depresión no es la pérdida de sentido sino la enfermedad del sentido mismo y lo único que puede llegar a romper esa rutina es la angustia. Por eso debemos apuntar al punto de discontinuidad que surge a partir de esta rutina de cuarentena, si lo puedo decir así en términos didácticos y hasta absolutos. Verificando a su vez lo que quiebra esa dimensión temporal.

Si hay algo que Lacan sitúa en la discontinuidad del tempo, o más precisamente del ritmo, eso es la angustia. En «El seminario inexistente» (titulado De los nombres del padre16) Lacan va a decir que la angustia es aquello que aparece en sincronía, rompiendo la diacronía temporal. En el seminario 10 y en otros lados más, va a considerar la manera sincopal en la que emerge la angustia. Esto significa algo muy preciso: la angustia no aparece en donde la esperamos. Los que conocen someramente las figuras musicales saben que la síncopa es la acentuación del tiempo fuerte sobre el débil. Cuando esperamos caer en el tiempo fuerte lo que sucede es que quedamos descolocados. Y eso pasa solamente con la angustia, ese fenómeno aparece donde menos lo esperamos. Pero allí donde aparece aquello que suponemos, ahí tenemos la depresión, lo predecible de la depresión. Efectivamente, es lo más predecible que hay, es esa lengua común. Entonces, la angustia por supuesto no se cura, se atraviesa, y no solo eso, sino que la angustia requiere de un marco y se enmarca con los elementos que tenemos, los elementos significantes. ¿Y esa relación cuál es? Ustedes me van a decir, en relación con el deseo del Otro, a su enigma. Sí, pero no basta con eso sino que también —y esta es la advertencia que realiza Lacan, casi al pasar, en dicho seminario— la angustia se sitúa en relación con la demanda y el goce del Otro.

En relación con el deseo tenemos los objetos que emanan del Otro: la voz y la mirada. En relación con la demanda, tenemos las heces y el seno. ¿Y en relación con el goce del Otro? No lo va a decir directamente, pero desglosado de mi propia práctica, puedo decir que lo vemos en las psicosis —en la identificación del sujeto al objeto abyecto— y asimismo —¿por qué no?— en algunas formas del estrago. Es ahí donde podemos situar el índice de angustia. Si no tomamos la cosa por lo real no tenemos causa para el psicoanálisis, no tenemos orientación. Nos quedamos reverberando, girando en falso en la sociología. Podemos decir muchas cosas, pero de la pandemia no sabemos nada. Lo único que sabemos de la pandemia es sobre la infección de la lengua.

¿Podemos vivir en una civilización sin dios?

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