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La nerviosidad moderna y la era del hombre sin atributos
Оглавление¿De qué modo las exigencias de una época dejan su marca en un sujeto? En 1908 Freud cita a W. Erb y Binswanger, quienes explican el nexo entre la nerviosidad creciente y la vida cultural moderna12 (en concordancia con la perspectiva abierta a partir de la invención de la neurastenia), destacando los siguientes rasgos:
La exigencia de muy altos rendimientos, la prisa desenfrenada, los enormes progresos técnicos que han vuelto ilusorios todos los obstáculos temporales y espaciales en la vida de intercambio13.
Ahora bien, los mismos rasgos suelen ser destacados hoy, 120 años después, para describir la actualidad.
Me resulta sorprendente dicha coincidencia, tras los impresionantes cambios en todo sentido que el siglo XX trajo aparejados. La prisa de finales del siglo XIX, ¿qué tiene que ver con la de principios del siglo XXI?
Se me ocurren dos modos de abordar la pregunta. Por un lado, algo parece escapar siempre a la aprehensión que pueden hacer los humanos de las coordenadas de su época. La prisa aparece como un modo pertinente de nombrar eso que se escapa —reconozcamos que la prisa desenfrenada de finales del XIX resultaría hoy lenta a nuestros ojos—.
Por otro, acostumbrados a ubicar las evidentes diferencias de época, tal vez se nos escape que, en algún sentido, participan del mismo movimiento. Tomo aquí la propuesta que realiza Jacques-Alain Miller, cuando nos habla de la era del hombre sin cualidades.
Miller lee que detrás de la dominación y proliferación de las imágenes en la actualidad, se sitúa la verdad de la dominación del uno contable. El hombre sin cualidad es el hombre cuantificable, «aquel cuyo destino es el de no tener más cualidad que la de estar marcado por el 1 y, a este título, poder entrar en la cantidad»14.
Miller recurre a la explicación de Chevalier de que «el inicio del siglo XIX está marcado con una voluntad de cuantificarlo todo, medirlo todo, saberlo todo bajo la amenaza del peligro. Nosotros también lo estamos. Revivimos el comienzo del siglo XIX con los medios del XXI»15.
Pasión moderna por la media estadística que, de tan extendida en el sentido común, es ya invisible. Lo normal y lo patológico se definen en relación con ella. Ahora bien, una vez definido como tal, tiene efectos sobre los sujetos en su «cualidad».
Un buen ejemplo de ello son las escalas de evaluación de la depresión. La advertencia repetida de que no son instrumentos diagnósticos resulta irónica en relación con los efectos que tienen en la práctica clínica. Estamos en la sociedad del vigilar y prevenir.
También podemos calificar de irónica la evidencia que aportan las escalas: un puntaje que sitúa a un individuo en relación con una media estadística. Inútil para el abordaje terapéutico, en tanto deja fuera lo trabajable de su goce por un sujeto singular.
El psicoanálisis, nacido en la era del hombre sin cualidades, se hace cargo de «la restitución de lo único en su singularidad, en lo incomparable»16.
En Freud, el modo en que la cultura imprime su marca en un sujeto —que no puede otra cosa que mal estar en ella— tendrá que ver con lo que esta perturbe de la sexualidad. Si para Freud la exigencia cultural de su tiempo tiene que ver con «la dañina sofocación de la vida sexual»17, en nuestro tiempo se verifica del lado del empuje a la satisfacción, con una oferta infinita de gadgets —siempre uno nuevo que vendrá finalmente a aportar la imposible satisfacción—.