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Mal vecino

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Estuve leyendo los resúmenes que Emilio y Jorge me hicieron llegar de las reuniones anteriores. Tres reuniones plagadas de ideas interesantísimas, donde cada una de ellas se ramifica en muchas direcciones que merecen ser investigadas. Encontré allí una idea que me llamó particularmente la atención y de la que me valdré para organizar mi comentario. Jorge Faraoni propone —lo cito— que «la cultura es el intento fallido de cubrir el mal». Me he detenido en esa referencia, pues el mal es un interrogante que Freud persigue en toda su obra, declinado de distintas maneras. Por supuesto, de un modo muy especial en este ensayo [El malestar en la cultura] donde las dos grandes pulsiones —la pulsión sexual y la pulsión de muerte— se conjugan con su teoría de la cultura. Lo que Freud trata de mostrar en este texto, a contrapelo de los principios de la Ilustración, es que el mal no es un accidente en el proceso civilizatorio, en la construcción de la cultura. Todo lo contrario, el mal es inherente a ese proceso, no es un producto residual, sino un engranaje de la cultura misma. Ahí tenemos, por ejemplo, la guerra, que es un elemento que hace parte de la civilización y el lazo social. Aunque nos parezca un contrasentido, la guerra forma parte del lazo social. Y tenemos también el análisis tan minucioso que Freud hace del mandamiento «amarás a tu prójimo como a ti mismo». En ambos ejemplos —el de la guerra y el de la crítica que Freud hace al mandamiento— se puede apreciar hasta qué punto la destructividad y la agresividad que no están intrincadas a Eros, a la pulsión sexual, también forman parte del lazo social. Es decir, todo lo que Lacan ha desarrollado sobre la segregación como un efecto de la fraternidad, sale —a mi entender— precisamente del modo en el que Freud concibe la relación con el semejante. Y lo que Freud dice en El malestar en la cultura es exactamente la misma lógica que había propuesto muchos años antes en ese texto que Lacan rescata, el «Proyecto de psicología para neurólogos» donde encontramos la teoría del «complejo del semejante».

Hace unos días he leído algo que llamó mucho mi atención. Algo que ha existido siempre en los Estados Unidos, pero que en el último tiempo ha tenido un incremento astronómico debido al ascenso de la ultraderecha y, también, como consecuencia de la pandemia: la defensa armada de los senderos que existen en las zonas rurales. En todas partes del mundo hay zonas rurales donde los territorios privados no están debidamente delimitados, uno no sabe si está entrando o no en una propiedad privada. Se está generando un fenómeno que ya existía, pero que ahora está cobrando una importancia dramática, que consiste en que la gente que vive en esos lugares no se puede alejar mucho de su propia casa, porque es difícil saber cuándo uno está entrando en el territorio del vecino. La gente que acostumbraba a hacer caminatas, a andar en bicicleta, está teniendo que contenerse pues se tropiezan con gente que les sale al paso armada y advirtiendo que se trata de una propiedad privada. Lo interesante es el que el argumento de las personas que están caminando, «Oiga, yo soy un vecino, soy el que vive aquí al lado», ese argumento, no disuade a los propietarios. El término «vecino» en inglés es «neighbour» y tiene la misma raíz que el alemán «Neben». El complejo del semejante del que habla Freud es el complejo del «Nebenmensch». El concepto de «vecino» ha comenzado a despojarse de la envoltura del amor fraterno para dar paso crudamente a la relación de una pura destructividad, a la regresión tópica a la especularidad más mortífera. Cuando el autor del blog donde encontré esta información se pone a investigar qué es lo que está sucediendo entre los habitantes de la región, lo que descubre es que los propietarios en realidad no están defendiendo exactamente el valor de la propiedad privada. Más bien experimentan el temor de ser judicialmente demandados. Es decir, en una sociedad donde la paranoia es la regla dominante del lazo social y la desconfianza se apodera cada vez más del estilo de vida, aparece este miedo a que alguien entre en el terreno, sufra alguna clase de accidente, y demande al propietario. Entonces los propietarios niegan el paso de manera decidida y armada, pues «si a ti te sucede algo me vas a demandar, y por eso me anticipo y te excluyo, te prohíbo la entrada».

Aquí podemos efectivamente verificar esta especie de función restitutiva de la atribución paranoica de sentido. Es decir, un forzamiento del real que retorna desde el exterior para que reingrese al campo del sentido.

¿Podemos vivir en una civilización sin dios?

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