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La angustia siempre actual

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«Ya sé que no me voy a morir, pero igual siento que me muero», testimoniaba un joven que consultaba a la atención de urgencias, preso de un nuevo ataque de pánico. El rechazo de toda apertura al inconsciente lo dejaba preso de un circuito cerrado. Frente a cada nueva crisis, apelaba a la medicación ansiolítica, dejando intocada la radical actualidad de la angustia que, por supuesto, insistía.

La angustia despierta, es su función. Despierta del dormir, cuando el trabajo del sueño se ve perturbado por la emergencia de un real que escapa al procesamiento y concierne radicalmente al sujeto. Es ese afecto que permite despertar del sueño del sentido, a condición de que el sujeto esté dispuesto a dejarse interrogar por lo que emergió, «aquella señal que no engaña»23. Desde que Freud extrajo a la neurosis de angustia de la inconsistente neurastenia, ocupa su lugar central en la teoría y en la práctica.

A la «tontería de la coronalengua»24, en la que todos nos encontramos, más o menos dormidos —y que pronostica la pandemia depresiva—, se opone la angustia como «síntoma tipo de todo acontecimiento de lo real»25. Todos asustados frente a las consecuencias del nuevo virus aún no domesticado (por lo menos en este momento), la angustia no acepta este «todos», en tanto es de cada uno: «es el sentimiento que surge de esa sospecha que nos embarga de que nos reducimos a nuestro cuerpo»26.

Como dice Gustavo Dessal:

Es una suerte que exista la angustia porque lo real es lo que no avisa27.

¿Podemos vivir en una civilización sin dios?

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