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Actualidad de El malestar en la cultura
ОглавлениеGustavo Dessal
Buenas tardes Emilio Vaschetto y Jorge Faraoni. En primer lugar, mi agradecimiento por esta oportunidad y, por supuesto, a todas las personas que están conectadas y han tenido la gentileza de concederme un poco de su tiempo para escucharme.
Efectivamente Emilio y yo compartimos amistad con una talentosa colega, Florencia Fernández Coria, también conocida como Florencia Shanahan, una analista argentina que vive en Dublín. La menciono porque ella me ha invitado a participar de una iniciativa realizada por el grupo de Dublín, una lectura de El malestar en la cultura. Como estoy releyendo ese ensayo, compruebo que es imperecedero, que forma parte del patrimonio de la cultura universal. Cada relectura de esa obra es siempre una prueba de su contemporaneidad. La capacidad de Freud para tratar todas y cada una de las vicisitudes fundamentales de la vida humana, hacen de ese texto una obra que ilumina y enriquece nuestro entendimiento del mundo en cualquier época y en cualquier circunstancia.
Se ha insistido tanto por parte de autores psicoanalistas, como por la de muchos intelectuales, que El malestar en la cultura lleva la marca de su tiempo, es decir, la marca de un hombre que ya en su ensayo de 1908 «La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna», había afirmado de una manera rotunda que la represión ejercida por la cultura es una de las fuentes principales de la infelicidad. Es decir, una infelicidad que se traduce, como sabemos, en los síntomas neuróticos. De allí que la neurosis fuese para Freud el paradigma del sujeto moderno.
La cultura es, para Freud, la gran maquinaria que instituye la renuncia como precio a pagar por el hecho de ingresar en la colectividad humana. Esta funciona como un mecanismo extractivo de goce. Por supuesto que las circunstancias y las características de esa época, las modalidades de los semblantes que eran contemporáneos a Freud, han cambiado mucho. Es verdad que algunas observaciones que podemos leer en El malestar…, hoy en día pueden sonarnos un tanto pasadas de moda. Pero creo que es necesario hacer un cierto esfuerzo para extraer la lógica del texto. Algo que hoy haré mediante breves pinceladas, pues es una tarea muy grande. Pero si hacemos ese esfuerzo para extraer su lógica, o sea, la estructura despojada de los relativismos de la época, podremos redescubrir el temperamento de ese texto, vigoroso y capaz de desafiar el tiempo. A su vez nos permite siempre encontrar una fuente de luz. Por supuesto, para despejar este ensayo de algunas rémoras históricas necesitamos inevitablemente la obra de Lacan. Es decir, sin la obra de Lacan no podemos acometer esa tarea. Por ejemplo, con su concepto de discurso o con las fórmulas de la sexuación (para tomar simplemente algunas de las referencias), Lacan extrajo la lógica del mito en Tótem y tabú. Esa operación de sacar a la superficie la lógica subyacente en la narrativa mítica, la debemos realizar para mantener vivo el vigor de ese texto de Freud en particular. Creo que vale la pena intentar hacer algo así, especialmente porque uno de los argumentos para juzgar lo que Freud plantea, es que se trataría de una tesis caduca pues estamos en una época donde la represión ya no rige más. Por lo tanto, ese texto habría perdido el alcance que pudo tener antaño. Hoy, al contrario de la época de Freud, la vida individual y colectiva parece entregada desde hace un tiempo al gobierno de una exhortación a gozar.
Freud no es Rousseau, no es «El Contrato Social». Cuando Freud se refiere a la renuncia a la que la cultura obliga, no cree en una edad dorada de la que hemos sido expulsados, o en una suerte de sentimiento oceánico primigenio, una satisfacción perfecta que alguna vez habríamos conseguido experimentar. Es así como comienza el El malestar en la cultura, con un debate con Romain Rolland, escritor y amigo, quien por lo visto creía en eso.. El propio Freud, en esa obra, desdobla el superyó en dos aspectos: hay un lado que se vincula con la prohibición, el lado que podríamos denominar como un nombre de la castración impuesta por el lenguaje y que tiene su correlato en la noción lacaniana de alienación y elección forzada; y por otro, tenemos efectivamente el superyó en su valor de exhortación, de imperativo a gozar, un imperativo que en modo alguno puede ser obedecido de manera absoluta. Hay una imposibilidad en la constitución misma de la cultura, teniendo en cuenta que la cultura es amboceptora: es al mismo tiempo producto y agente de la represión; resultado de la represión y a la vez su causa, es decir, que surge de una represión inaugural para luego imponer nuevas formas de renuncia. También tenemos una imposibilidad en el otro extremo, la de responder a los imperativos del superyó. O dicho de una manera mucho más sintética: ya sea porque el superyó nos prohíbe gozar por un lado, y por el otro, al contrario, nos ordena gozar, el ser hablante está atrapado entre estos dos modos de la alienación que indudablemente arruinan lo que Freud denomina «el proyecto del principio de placer.»