Читать книгу ¿Podemos vivir en una civilización sin dios? - Emilio Vaschetto - Страница 27

El cuerpo (libidinal) dice algo que el sujeto no quiere escuchar28

Оглавление

Recuerdo a una paciente de mediana edad que atendí durante un año en el hospital. La médica que la seguía por los dolores corporales crónicos decide derivarla a la guardia clínica. Dice que está muy triste y que piensa en matarse dado que la vida no tiene sentido. Siempre lo ha vivido de ese modo aunque —aclara— hace unos días le ocurre algo novedoso: su dormir se ve severamente perturbado. Las floridas quejas en relación con su marido e hijos dan lugar a una confesión, verdad retenida durante más de 30 años: su padre la manoseaba de niña. La desesperación se hace insoportable al recordar que era su madre quien la mandaba a acostarse con el padre «para que se quede tranquilo». El «querer matarse» del inicio encuentra una primera modalización: escaparse. Hace el relato de los distintos pasajes al acto, al modo de la huida o el errar sin rumbo, que ocurren cuando la angustia aparece. También los estallidos de furia y violencia en relación con su marido, episodios en los que se ve confrontada con el deseo de este hombre. Se sabe, por su historia, que quedó embarazada en su primera relación sexual, siendo expulsada del hogar con el estigma de «puta», proferido por su madre.

«Pienso que estoy enamorada de mi marido, no sé» —dice en una oportunidad—. Señalo la vacilación y corto la entrevista. A la vez siguiente se sorprende al escucharse decir que su primer hijo fue «planeado». Debe reconocer aquello que siempre supo y no quiso saber: el embarazo y el posterior casamiento fue el modo de salir de la casa paterna antes de que el padre tuviera una relación sexual con ella. En su partenaire se conjugan la repetición del infierno parental y la defensa frente a la pregunta por el deseo, con el recurso de la mortificación de un sentido depresivo. Descubre con ello que siempre ha sostenido, cuando no propiciado, que su marido vaya a «hacer esas cosas con otras».

De las otras mujeres que sí pueden gozar de una relación sexual y reír, arriba a un recuerdo infantil:

Me escapaba a lo de la vecina, que era una mujer que veía revistas pornográficas y decía que el sexo era lo más lindo. Un día me mostró una revista. Me asusté y me escapé. Ella se reía.

Por primera vez en su vida empieza a sentirse «alborotada» en presencia de un hombre que porta un rasgo: ojos claros. Recuerda que su vecina de la infancia decía que los hombres de ojos claros son buenos en el sexo. A partir de ese momento, el tratamiento girará en torno de lo que ella llama su «cobardía» y de las cosas a las que decidió «renunciar», privarse.

Retroactivamente, la paciente podrá dar cuenta de aquello que vino a despertarla y que originó la consulta: unos días antes, una de sus hijas le anuncia que se va a casar. Entonces apuntamos a la angustia, y repito porque: por su condición de señal de lo real —a saber: lo que no engaña— aquello que despierta de una buena manera al sujeto, haciéndolo salir de allí donde un fantasma depresivo o mortífero lo había retenido29. Y esto con una condición: que consienta a un querer saber, y claro, a condición también de que haya un analista dispuesto a estar al día con esas urgencias y «hacer el par», provocando una nueva lectura de esas marcas.

Emilio Vaschetto

Me parece que lo que nos trae Lisandro Isasa es un debate Janet/Freud que aún sigue vivo. En lo que es la impronta de la época, ganó Janet. La impronta del individuo insuficiente, no es con lo que podemos hacer en el psicoanálisis, evidentemente.

Recuerdo una conversación que tuve con Germán García que está en el libro compilado bajo el título Depresiones y psicoanálisis30 y él se refiere a la oscilación entre deseo y cobardía. Lacan ubica la depresión como rechazo del inconsciente, y dice Germán:

Lacan tenía ese arte de utilizar el significante del Otro, cambiarle una letra, marcárselo. No es lo mismo decir ‘de- presión’, aunque eso no quisiese decir nada, que aceptar ‘depresión’31.

Ubica también cuales son los ejes en los que nos situamos. Me parece que la depresión se sitúa en el eje diacrónico —de la coronalengua vamos a decir ahora— y la angustia se sitúa en el orden del acontecimiento —tal como lo dijo muchas veces Lisandro— o como dice Lacan en «La Tercera», es el síntoma tipo de todo acontecimiento en lo real. Entonces, es algo que se sitúa de manera a-histórica (como un objeto que retorna de manera anacrónica, un objeto congelado sobre el que se construye todo lo otro).

Jorge Faraoni

Fuimos armando la palabra «coronalengua» en estas tres reuniones. Es un modo de nombrar algo del lado del sentido común, y me parece que tanto en la «Apertura» como en lo que comentó Lisandro, el psicoanálisis queda ubicado en un lugar distinto, es un discurso que pone en el centro la cuestión de lo real, se interesa por lo queda velado en el sentido común.

Pero intentamos no quedar encerrados en la soledad del propio discurso inaugurado por Freud sino también contar con otros discursos. En esta oportunidad intentaré aproximarme a dos autores que son antropólogos.

Bruno Masino

Me parece interesante señalar la articulación con las primeras dos clases en tanto nos permiten seguir pensando en la cultura como segunda marca, el mal, y la relación entre el hombre y las tecnologías. Creo que las dos intervenciones quedarán unificadas en tanto buscan rastrear la relación del discurso analítico con ciertos significantes claves del amo de las diferentes épocas; la cultura como punto desde el que opera la retroacción y constitución de sentidos.

¿Podemos vivir en una civilización sin dios?

Подняться наверх