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EL GRAN AGENTE MULTITAREA

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Con frecuencia los neurocientíficos invocan el concepto de la reutilización neuronal8 cuando discuten acerca de las operaciones del cerebro; se trata de la idea de que usamos el mismo circuito cerebral para lograr múltiples fines, obteniendo el máximo absoluto de los recursos neuronales limitados que están a nuestra disposición. Por ejemplo, tu hipocampo —la región con forma de caballito de mar que se ubica en lo profundo de tu cerebro y crea las memorias a largo plazo— también nos ayuda a navegar y movernos en el espacio. El cerebro es un agente multitarea muy talentoso. De lo contrario, tendría que ser del tamaño de un autobús, lo suficientemente grande para soportar cada una de sus incontables funciones. Resulta que nuestra voz interior también es un agente multitarea prodigioso.

Una de las tareas principales del cerebro es potenciar el motor de lo que se conoce como memoria operativa. Los seres humanos poseemos una tendencia natural a conceptualizar la memoria en el sentido romántico: a largo plazo y nostálgico. Pensamos en ella como el lugar del pasado, rebosante de momentos, imágenes y sensaciones que se quedarán con nosotros para siempre y constituyen la narrativa de nuestra vida. Sin embargo, el hecho es que a cada minuto del día, en medio de una avalancha de estimulación continua que puede ser bastante distractora (sonidos, imágenes, olores y demás), debemos recordar detalles de forma constante para funcionar. No importa que tal vez olvidemos la mayor parte de esa información cuando no sea útil. Durante el breve tiempo en que está activa, necesitamos que funcione.

La memoria operativa es lo que nos permite participar en discusiones de trabajo y tener conversaciones espontáneas en la cena. Gracias a ella, podemos recordar lo que alguien hizo hace unos segundos y luego incorporarlo de una forma relevante a la discusión en desarrollo. La memoria operativa es lo que nos permite leer un menú y después ordenar la comida (mientras sostenemos también una de esas conversaciones). Es lo que nos posibilita escribir un correo electrónico acerca de algo urgente, pero no lo bastante significativo para ser almacenado de inmediato en el depósito del largo plazo. En resumen, es lo que nos permite funcionar como personas en el mundo. Cuando deja de trabajar u opera de manera deficiente, fracasa nuestra capacidad para desempeñar incluso las actividades cotidianas más ordinarias (como insistirles a tus hijos que se cepillen los dientes mientras les haces el lunch y recuerdas qué reuniones tendrás más tarde ese día). Y la voz interior está conectada a la memoria operativa.

Un componente crítico de la memoria operativa es un sistema neuronal que se especializa en manejar la información verbal. Se llama bucle fonológico,9 pero es más fácil entenderlo como el banco de información del cerebro para todo lo relacionado con palabras que suceden a nuestro alrededor en el presente. Tiene dos partes: un “oído interno”, que nos permite retener palabras que acabamos de escuchar durante unos segundos; y una “voz interior”, que nos permite repetir palabras en la cabeza como cuando practicamos un discurso, memorizamos un número de teléfono o repetimos un mantra. Nuestra memoria operativa depende del bucle fonológico para mantener en línea nuestras vías neuronales lingüísticas con el fin de que funcionemos productivamente fuera de nosotros mismos, mientras mantenemos nuestras conversaciones en el interior. En la infancia desarrollamos este portal verbal entre nuestras mentes y el mundo,10 y cuando está en una dirección correcta, nos impulsa hacia otras metas del desarrollo mental. De hecho, el bucle fonológico va mucho más allá del ámbito de responder soluciones inmediatas.

Nuestro desarrollo verbal va de la mano con nuestro desarrollo emocional. Cuando somos niños pequeños, hablar en voz alta con nosotros mismos nos ayuda a aprender a controlarnos. A principios del siglo xx, el psicólogo soviético Lev Vygotsky fue una de las primeras personas en explorar la conexión entre el desarrollo del lenguaje y el autocontrol.11 Le interesaba el curioso comportamiento de los niños que se hablan a sí mismos en voz alta, animándose y criticándose. Como lo sabe cualquiera que haya pasado un tiempo significativo con niños, ellos con frecuencia tienen conversaciones espontáneas y en toda regla consigo mismos. Esto no sólo es un juego o imaginación, es un signo de crecimiento neuronal y emocional.

A diferencia de otros pensadores destacados de la época que pensaban que este comportamiento era un signo de desarrollo simple, Vygotsky se dio cuenta de que el lenguaje desempeñaba un rol esencial en el modo en que aprendemos a controlarnos, una teoría que más tarde sería corroborada. Él creía que la forma en que aprendemos a manejar nuestras emociones comienza con la relación con nuestros cuidadores primarios (por lo general nuestros padres). Estas autoridades nos dan instrucciones, y nos repetimos esas instrucciones a nosotros mismos en voz alta, imitando lo que dicen. Al principio lo hacemos de forma audible. Pero con el tiempo internalizamos su mensaje en un discurso silencioso. Y entonces más tarde, cuando nos desarrollamos más, empezamos a usar nuestras propias palabras para controlarnos por el resto de la vida. Como sabemos, esto no significa que siempre terminemos haciendo lo que quieren nuestros padres —con el tiempo nuestro flujo verbal delinea sus contornos únicos que dirigen nuestro comportamiento de forma creativa—, pero estas experiencias del desarrollo temprano nos influyen de forma significativa.

La perspectiva de Vygotsky no sólo explica cómo aprendemos a usar nuestra voz interior para controlarnos, también nos brinda una manera de comprender cómo nuestras conversaciones internas están “sintonizadas” en parte por la crianza que tuvimos. Varias décadas de investigación sobre la socialización indican que nuestros entornos influyen en la forma en que vemos el mundo,12 incluyendo el modo en que pensamos en el autocontrol. En las familias, los padres modelan el autocontrol por nosotros cuando somos niños, y su enfoque se filtra en nuestras voces interiores en desarrollo. Tal vez nuestro padre nos dice una y otra vez que no usemos la violencia para resolver un conflicto. Quizá nuestra madre nos reitera, sin cesar, que nunca nos demos por vencidos después de una decepción. Con el tiempo, nos repetimos estas cosas y comienzan a dar forma a nuestro flujo verbal.13

Por supuesto, las voces autoritarias de nuestros padres están conformadas por factores culturales más extensos.14 Por ejemplo, en la mayoría de los países asiáticos, está mal visto destacar porque amenaza la cohesión social. En contraste, los países occidentales como Estados Unidos dan gran importancia a la independencia, y los padres aplauden las acciones individuales de sus hijos. Las religiones y los valores que enseñan también se mezclan con las normas del hogar.15 En resumen, las voces de la cultura inciden en las voces interiores de nuestros padres, que a su vez influyen en las nuestras, y así sucesivamente a través de las muchas culturas y generaciones que se combinan para sintonizar nuestra mente. Somos como matrioshkas de conversaciones mentales.

Dicho lo anterior, la influencia entre cultura, padres e hijos no sólo va en una dirección. La forma en que los niños se comportan también puede tener un efecto en las voces de sus padres, y por supuesto los seres humanos también desempeñamos un papel en formar y reformar nuestras culturas. Entonces, en un sentido, nuestra voz interna anida en nosotros cuando somos niños al ir de fuera hacia dentro, hasta que más tarde hablamos desde el interior hacia el exterior y afectamos a quienes nos rodean.

Investigaciones recientes, que Vygotsky no vivió para conocer, han llevado más lejos esta teoría, y los estudios demuestran que los niños criados en familias con patrones fértiles de comunicación desarrollan antes esta faceta del discurso interior.16 Más aún, resulta que tener amigos imaginarios puede incentivar el discurso interior en los niños.17 De hecho, las investigaciones más recientes sugieren que el juego imaginario propicia el autocontrol, entre muchas otras cualidades deseables,18 como el pensamiento creativo, la confianza y la buena comunicación.

Otra forma decisiva en la que la voz interior nos ayuda a controlarnos a nosotros mismos es al evaluarnos mientras nos esforzamos por lograr metas. Casi como una aplicación de rastreo en un celular, el estado predeterminado te monitorea para ver si cumples con los estándares en el trabajo para obtener ese aumento al final del año, si avanzas en tu sueño de abrir un restaurante o si tu relación con ese amigo del que estás enamorada se desarrolla con rapidez. Esto sucede con frecuencia con un pensamiento verbal que surge en nuestra mente, de forma muy parecida a como aparece un recordatorio de una cita en la pantalla bloqueada de tu celular. De hecho, los pensamientos espontáneos relacionados con las metas19 están entre los más frecuentes que llenan nuestra mente. Es nuestra voz interior que nos alerta a prestar atención a un objetivo.

Parte de alcanzar las metas implica tomar la decisión correcta cuando se presenta una disyuntiva en el camino, y es por ello que nuestra voz interior también nos permite realizar simulaciones mentales.20 Por ejemplo, cuando estamos enganchados en una lluvia de ideas creativa sobre, digamos, la mejor forma de hacer una presentación o la mejor progresión melódica para una canción que estamos escribiendo, internamente exploramos diferentes vías posibles. Con frecuencia, incluso antes de escribir las palabras para una presentación o tocar con la mano un instrumento musical, ya hemos accedido a nuestra capacidad introspectiva para decidir cuál es la mejor opción. Lo mismo sucede para descubrir cómo lidiar con un intercambio interpersonal, como lo hacía Tony cuando caminaba por Nueva York pensando en sus amigos que no le habían dicho sobre su embarazo. Él simulaba si debería permanecer cerca de ellos o distanciarse. Esta lluvia de ideas de realidades múltiples sucede incluso cuando dormimos, en nuestros sueños.

Históricamente, los psicólogos pensaban que los sueños tenían un espacio propio en la mente,21 muy distinto de lo que sucede en la vigilia. Por supuesto, Freud pensaba que los sueños eran el camino directo hacia el inconsciente, una caja cerrada que contenía nuestros deseos reprimidos, y el psicoanálisis era la llave que la abría. Él pensaba que con las defensas bajas y los cánones de la civilización apagados mientras dormimos, salen nuestros demonios y revelan nuestros deseos. Entonces apareció la neurociencia, que tomó todo el romance oscuro y obsceno del psicoanálisis y lo reemplazó con la actitud fría y seria del funcionamiento físico del cerebro. Ésta afirmaba que los sueños no eran más que la forma en que el cerebro interpreta disparos aleatorios del tallo cerebral durante el sueño rem. Por la puerta salió el simbolismo social, que era entretenido aunque un poco loco, y entró la mecánica de las neuronas, que tenía más sustento científico (y para nada lascivo).

Las investigaciones actuales que cuentan con tecnología más avanzada han demostrado que, de hecho, nuestros sueños comparten muchas similitudes22 con los pensamientos verbales espontáneos que experimentamos al estar despiertos. Resulta que nuestra mente verbal despierta conversa con nuestra mente verbal dormida. Por fortuna, esto no produce la consumación de los deseos edípicos.

Puede ayudarnos.

Existe evidencia reciente que sugiere que con frecuencia los sueños son funcionales23 y están en alta sintonía con nuestras necesidades prácticas. Piensa en ellos como si fueran un simulador de vuelo un poco desequilibrado. Nos ayudan a prepararnos para el futuro al simular eventos que vendrán, dirigiendo nuestra atención hacia escenarios potencialmente reales, e incluso hacia amenazas de las cuales debemos cuidarnos. Aunque todavía tenemos mucho que aprender sobre cómo nos afectan los sueños, al final del día —o más bien al final de la noche— simplemente son historias en la mente. Y es muy seguro que en la vigilia la voz interior diga algo en voz alta acerca de la historia psicológica fundacional de todos: nuestra identidad.

Nuestro flujo verbal tiene un rol indispensable en la creación de nuestro yo.24 El cerebro construye narrativas significativas por medio del razonamiento autobiográfico. En otras palabras, usamos nuestra mente para escribir la historia de nuestra vida, siendo nosotros el personaje principal. Mantenernos arraigados en una identidad continua nos ayuda a madurar, descubrir nuestros valores y deseos, soportar el cambio y la adversidad. El lenguaje es fundamental para este proceso porque pule los fragmentos incisivos y aparentemente desconectados de la vida cotidiana, y los transforma en una línea completa y cohesionada. Nos ayuda a convertir la vida en narrativa. Las palabras de la mente esculpen el pasado y, por lo tanto, establecen una narrativa a seguir para el futuro. Al ir de un lado a otro entre los diferentes recuerdos, nuestros monólogos internos tejen una narrativa neuronal de remembranzas, que une el pasado a las costuras de la construcción cerebral de nuestra identidad.

La capacidad del cerebro de ser un agente multitarea es variada y vital, al igual que la voz interior. Pero para comprender realmente su valor profundo, debemos contemplar qué pasaría si nuestros pensamientos verbales desaparecieran. Aunque suene muy improbable, no tenemos que imaginar este escenario. En algunos casos sí sucede.

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