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DESVINCULACIÓN Y EL MÁGICO NÚMERO CUATRO

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Rick Ankiel no es el primer atleta de élite que pierde su superpoder, cuya mejor habilidad deja de ser una habilidad por completo. Una y otra vez, la gente que ha pasado años dominando un talento lo ve colapsarse como un viejo Chevy destartalado cuando el diálogo interior secuestra su voz interior. Este fenómeno no se restringe a los atletas. Le puede suceder a cualquiera que se haya vuelto experto en una tarea aprendida; desde maestros que memorizan los esquemas de sus lecciones hasta emprendedores con discursos ensayados con los que venden su empresa a los inversionistas, o cirujanos que realizan operaciones complejas que tardan años en dominar. La explicación de por qué estas habilidades finalmente fallan se relaciona con la forma en que las conversaciones que tenemos con nosotros mismos influyen en nuestra atención.5

En un momento dado nos bombardean con información: incontables imágenes y sonidos, y los pensamientos y sentimientos que estos estímulos detonan. La atención es lo que nos permite separar las cosas que no importan para enfocarnos en las cosas que sí nos interesan.6 Y, aunque buena parte de nuestra atención es involuntaria, como cuando volteamos en automático al escuchar un ruido fuerte, una de las características por las que los humanos somos únicos es nuestra capacidad de concentrarnos conscientemente en las tareas que requieren nuestra atención.

Cuando nos encontramos abrumados por una emoción, como Ankiel ese día de invierno en 2000, una de las cosas que hace nuestra voz interior es aprovechar nuestra atención y concentrarla en los obstáculos que encontramos y excluir prácticamente todo lo demás. Esto funciona bien casi todo el tiempo, pero no cuando se trata de ejercitar nuestra atención para enfrentarnos con una habilidad automática y aprendida, como el lanzamiento para Ankiel. Para comprender por qué sucede esto, resulta útil ver lo que funciona bien cuando los comportamientos automatizados de los atletas los llevan a las alturas más impresionantes de desempeño.

El 11 de agosto de 2019, la gimnasta estadunidense Simone Biles hizo historia en los deportes al convertirse en la primera mujer que logró ejecutar un salto triple doble en una competencia oficial durante su rutina de piso en los campeonatos de gimnasia de Estados Unidos. Como lo escribió un comentarista: “Es un movimiento que requiere una fuerza, coordinación y entrenamiento increíbles, casi sobrehumanos”.7 Sería imposible ejecutarla al pensar deliberadamente en cada movimiento, ya que todo sucede en el aire, donde las leyes de la física suceden en un instante: la gravedad versus un cuerpo.

El movimiento en apariencia imposible que logró Biles requirió que girara su cuerpo en dos ejes al mismo tiempo y hacer dos vueltas hacia atrás mientras giraba tres veces también, por ello el nombre de triple doble. Podemos pensar en su perfecta ejecución de ese movimiento como la culminación de todos los movimientos automatizados que su cerebro había dominado a lo largo de los años: correr, brincar, saltar, saltar hacia atrás, girar y caer de pie. Para lograr su triple doble, ella vinculó una proeza asombrosa de movimientos que le tomó años aprender, y que con el tiempo dejaron de necesitar el control consciente de su cerebro. La voz interior de Biles no dirigía cada acción que realizaba, aunque muy probablemente se regocijó al escuchar a la muchedumbre extasiada.

Al igual que todos los atletas, Biles construyó su salto triple doble a partir de una serie de comportamientos individuales que vinculó por medio de la práctica. A la larga, los eslabones separados en la cadena de movimientos se fundieron en una sola acción continua. Su mecánica corporal automática, incentivada por la capacidad de su cerebro de unirlos (combinada con un adn fabuloso), empujó a Biles a formar parte de la historia del deporte.

Hasta el colapso de Ankiel, él parecía estar en una trayectoria similar, con movimientos perfectos y un brazo extraordinariamente fuerte. Entonces, ¿qué sucedió ese día en el montículo? Se desvinculó.8

El flujo verbal de Ankiel se convirtió en un foco que alumbraba demasiado su atención y le hacía ver los componentes físicos individuales de su movimiento al lanzar, lo cual, al parecer, lo desmanteló de forma inadvertida. Después de lanzar los primeros tiros desviados, retrocedió mentalmente y se concentró en la mecánica de su lanzamiento: los movimientos coreografiados que involucraban sus caderas, piernas y brazo. A nivel superficial parece sensato e intuitivo. Le pedía a su cerebro que corrigiera un comportamiento programado que anteriormente había llevado a cabo con éxito, literalmente, decenas de miles de veces. A partir de ese acto las cosas salieron mal.

Cuando estás trabajando en la declaración de tus impuestos, es importante revisar dos veces tus cálculos para asegurarte de que los has hecho bien, incluso si eres un contador experimentado. Pero para los comportamientos automáticos y aprendidos que intentas ejecutar bajo presión, como lanzar una pelota, la misma tendencia nos lleva a desarticular los comandos complicados que hemos aprendido a ejecutar sin pensar. Se presenta esa tendencia de nuestra voz interior de sumergirnos en un problema. Enfoca demasiado nuestra atención en los elementos de un comportamiento que sólo funciona como la suma de sus partes. El resultado: parálisis por análisis.9

El diálogo interior arruinó la carrera de pitcher de Ankiel, aunque los comportamientos automáticos no son las únicas habilidades que pueden producir un efecto indeseado cuando nuestra voz interior nos traiciona. Después de todo, una de las cosas que nos distingue de todas las especies animales es nuestra capacidad de no ejecutar comportamientos automáticos, sino de usar nuestra mente para enfocar la atención de forma consciente.

Nuestra capacidad de razonar lógicamente, resolver problemas, realizar varias cosas al mismo tiempo y controlarnos a nosotros mismos, es lo que nos permite manejar el trabajo, la familia y tantas otras partes cruciales de nuestra vida con sabiduría, creatividad e inteligencia. Para lograrlo, debemos ser deliberados, atentos y flexibles, y somos capaces de serlo gracias a algo que podemos llamar el director ejecutivo del cerebro humano: las funciones ejecutivas, que también son vulnerables a las irrupciones de una voz interior no solidaria.

Las funciones ejecutivas son la base de nuestra capacidad de encaminar nuestros pensamientos y comportamiento de la forma que deseamos.10 Estas funciones están apoyadas en gran parte por un sistema de regiones cerebrales prefrontales localizado detrás de la frente y las sienes, cuyo trabajo es intervenir cuando nuestros procesos instintivos no son suficientes y precisamos guiar el comportamiento de forma consciente. Nos permiten mantener activa la información relevante en la mente (la memoria operativa es parte de las funciones ejecutivas), filtrar la información no pertinente, bloquear las distracciones, jugar con las ideas, dirigir la atención a donde debe estar y ejercitar el autocontrol, como ayudarnos a resistir la tentación de abrir una nueva pestaña del navegador y distraernos buscando mil cosas en Wikipedia. En resumen, sin las funciones ejecutivas no podríamos funcionar en el mundo.

La razón por la que tu cerebro necesita este tipo de liderazgo neurológico radica en que poner atención, razonar con inteligencia, pensar con creatividad y ejecutar tareas comúnmente requiere que salgas del modo automático y ejercites un esfuerzo consciente. Y esto es pedirles demasiado a tus funciones ejecutivas porque tienen una capacidad limitada.11 Al igual que una computadora que se ralentiza cuando tiene muchos programas abiertos, tus funciones ejecutivas se desempeñan cada vez peor conforme aumentan las exigencias sobre ellas.

La ilustración clásica de esta capacidad limitada,12 conocida como el mágico número cuatro, tiene que ver con nuestra capacidad de retener en la mente entre tres y cinco unidades de información en cualquier momento dado. Tomemos como ejemplo un número telefónico de Estados Unidos. Memorizar el número 200-350-2765 es mucho más fácil que memorizar 2003502765. En el primer caso, agrupaste los números, así que memorizas tres piezas de información; en el segundo caso, intentas memorizar una cadena ininterrumpida de diez piezas de información, y de esta manera le exiges más al sistema.

Tus arduas funciones ejecutivas necesitan todas las neuronas posibles, aunque una voz interior negativa acapare la capacidad neuronal.13 La rumia verbal concentra mucho la atención en la fuente de sufrimiento emocional y, por lo tanto, roba neuronas que podrían servirnos mejor. En efecto, atascamos las funciones ejecutivas al ocuparnos de una “tarea dual”: la tarea de hacer lo que sea que queremos hacer y la tarea de escuchar a nuestra voz interior adolorida. En términos neurológicos, así es como el diálogo interior divide y nubla la atención.

Todos conocemos las distracciones que provoca un flujo verbal negativo. ¿Has intentado leer un libro o terminar una tarea que requiera concentración después de tener una pelea con un ser querido? Es más que imposible. Todos los pensamientos negativos resultantes de ese pleito consumen tus funciones ejecutivas porque tu crítico interno y su diatriba se han apoderado de las oficinas corporativas y saquean tus recursos neuronales. Sin embargo, para la mayoría de nosotros el problema consiste en que, por lo regular, estamos involucrados en actividades con retos mucho más complicados que retener la información de un libro. Trabajamos, perseguimos nuestros sueños, interactuamos con los demás y estamos siendo evaluados.

Cuando se trata de tareas que exigen concentración, el diálogo interior en forma de pensamientos ansiosos repetitivos es un maravilloso saboteador. Incontables estudios han revelado sus efectos debilitantes. Provoca que los estudiantes se desempeñen peor en los exámenes,14 produce pánico escénico15 y socava las negociaciones laborales. Por ejemplo, un estudio descubrió que la ansiedad llevaba a la gente a presentar ofertas iniciales bajas,16 abandonar antes de tiempo las discusiones y ganar menos dinero. Ésta es una forma muy amable de decir que fracasaron en su trabajo, debido al diálogo interior.

En cualquier día, la estructura frágil de nuestra voz interior puede ser desviada por un número infinito de motivos. Cuando esto sucede se nos dificulta enfocar nuestra mente para atender los inevitables desafíos cotidianos que enfrentamos, lo cual con frecuencia produce aún más turbulencia en nuestros diálogos internos. Y por naturaleza, al estar en esta situación buscamos una salida del predicamento. Entonces, ¿qué hacemos exactamente?

Ésa es la pregunta que hace unos treinta años le intrigó a un psicólogo respetable de mediana edad. Su investigación dio lugar a preguntas profundas acerca del costo del diálogo interior que va más allá de nuestra capacidad de enfocar la atención. La voz interior también afecta nuestra vida social.

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