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EL PIANO DENTRO DE NUESTRAS CÉLULAS

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Uno a uno, llegaron a nuestro laboratorio, que está en el sótano: los corazones rotos de la ciudad de Nueva York.45

Era 2007. Mis colegas y yo habíamos comenzado un estudio para comprender mejor cómo se veía realmente en el cerebro el dolor emocional. En vez de buscar voluntarios de cualquier tipo para participar —lo cual habría significado encontrar un método para hacer que se sintieran mal en el laboratorio, de alguna forma eficaz y también ética—, buscamos a cuarenta voluntarios que ya estuvieran sufriendo: personas que recientemente hubieran sufrido desamor, uno de los detonantes más potentes del tormento emocional que existen. Publicamos anuncios en el Metro y en parques en busca de gente —con relaciones monógamas que hubieran durado al menos seis meses— que hubiera sido rechazada hacía poco:

¿recientemente has tenido una ruptura difícil y no deseada?

¿todavía tienes sentimientos por una expareja?

¡participa en un experimento sobre cómo el cerebro procesa el dolor emocional y físico!

Resultó fácil encontrar a los voluntarios en una ciudad de ocho millones de habitantes.46

Aunque sí hicimos algo ligeramente provocativo. Les pedimos que llevaran una foto de la persona que había terminado con ellos. Tener las fotos no era algo gratuito. Al pedirles a los voluntarios que se recostaran en un escáner de resonancia magnética, miraran al objeto de su amor no correspondido y recordaran cómo se sintieron en el momento preciso de la ruptura, esperábamos obtener una fotografía neuronal del diálogo interior. Pero también queríamos conocer algo más: si la forma en que el cerebro experimenta el dolor emocional era similar a como procesa el dolor físico. Para lograr esto último, también aplicamos calor a sus brazos, el cual se sentía como una taza de café caliente.

Después, comparamos los resultados de la resonancia de cuando miraron la fotografía de su amor perdido, con aquella de la simulación del café caliente. Resultó increíble que había un alto grado de superposición en las regiones del cerebro que tienen un papel en nuestra experiencia sensorial del dolor físico. En otras palabras, nuestros resultados sugirieron que el dolor emocional también tenía un componente físico.

Estos descubrimientos, y muchos más de otros laboratorios que surgieron en la misma época, comenzaban a demostrar cómo es que conceptos ciertamente difusos, como el dolor social, influyen en lo que sucede en el cuerpo,47 sobre todo cuando se trata del estrés.

Decir que el estrés mata es un cliché del siglo xxi. Es una epidemia moderna que contribuye a la pérdida de productividad que tan sólo en Estados Unidos asciende a 500,000 millones de dólares anuales.48 Y, aun así, con frecuencia perdemos de vista el hecho de que el estrés es una respuesta adaptativa. Ayuda a nuestros cuerpos a responder con rapidez y eficiencia a situaciones potencialmente amenazantes. El estrés deja de ser adaptativo cuando se vuelve crónico, es decir, cuando la alarma de lucha o huida deja de funcionar. Y, como era de esperarse, el culpable principal en mantener activo el estrés es nuestro flujo verbal negativo.49

Por supuesto, la amenaza incluye el peligro físico, pero también una variedad de experiencias más comunes. Por ejemplo, cuando nos enfrentamos a situaciones que no estamos seguros de poder manejar: perder un trabajo o comenzar uno nuevo, tener un conflicto con un amigo o familiar, mudarse a una nueva ciudad, tener un problema de salud, estar en duelo por la muerte de un ser querido, divorciarse, vivir en un vecindario peligroso. Todas éstas son circunstancias adversas, capaces de detonar una respuesta ante la amenaza, similar a la que surge cuando nos encontramos en peligro físico inmediato. Cuando el cerebro recibe la percepción de amenaza, el cuerpo se moviliza con rapidez para protegernos, muy parecido a como un país moviliza a su ejército para lanzar un ataque coordinado contra un enemigo invasor.

La fase uno comienza en una región cerebral con forma de cono llamada hipotálamo. Cuando éste recibe señales de otras partes del cerebro que indican que existe una amenaza, detona una cadena de reacciones químicas que liberan adrenalina al torrente sanguíneo. La adrenalina provoca que el corazón lata rápido, que los niveles de presión arterial y de energía aumenten, y que los sentidos se agudicen. Momentos después, el cortisol, que es la hormona del estrés, se libera para mantener los motores propulsores encendidos y conservar los niveles de energía. Mientras todo esto sucede, los mensajeros químicos también trabajan para frenar los sistemas corporales que no son vitales para responder a la amenaza inmediata, como los sistemas digestivo y reproductivo. Si alguna vez te has dado cuenta de que en medio de una crisis desapareció tu apetencia por la comida o el deseo sexual, estos mensajeros químicos son el motivo. Todos estos cambios tienen una meta singular: mejorar tu capacidad de responder con rapidez a los estresores que enfrentas, sin importar si los confrontas activamente en el momento (como ver a un ladrón que entra a tu casa) o si tan sólo los evocas en la mente.

Sí, podemos crear una reacción al estrés fisiológica y crónica únicamente al pensar. Y cuando la voz interior alimenta ese estrés puede ser devastador para la salud.

Incontables estudios han vinculado la activación a largo plazo de los sistemas de respuesta al estrés con enfermedades que abarcan un amplio espectro,50 desde cardiopatías hasta trastornos del sueño y varias formas de cáncer. Esto explica cómo es que las experiencias estresantes, como sentirse crónicamente aislado y solo, pueden tener efectos drásticos en nuestra salud. De hecho, no contar con una red de apoyo social fuerte51 es un factor de riesgo de muerte tan grave como fumar más de quince cigarros al día, y un factor de riesgo aun mayor que consumir cantidades excesivas de alcohol, no hacer ejercicio, ser obeso o vivir en una ciudad altamente contaminada.

Los pensamientos negativos crónicos también pueden empujarnos al territorio de la enfermedad mental, aunque esto no significa que el diálogo interior sea lo mismo que la depresión clínica, la ansiedad o el trastorno de estrés postraumático. El pensamiento negativo repetitivo no es sinónimo de estas enfermedades, sino una característica común a ellos. En efecto, los científicos consideran que es un factor de riesgo transdiagnóstico52 para muchos trastornos, lo que significa que el diálogo interior subyace en una variedad de enfermedades mentales.

Y he aquí lo que es más aterrador sobre la forma en que el diálogo interior alimenta el estrés. Cuando nuestra respuesta ante el pánico es prolongada, la erosión fisiológica gradual que provoca puede dañar más que nuestra capacidad de luchar contra la enfermedad y mantener al cuerpo funcionando sin complicaciones. Puede cambiar la manera en que el adn influye en nuestra salud.

Cuando estaba en la universidad aprendí una fórmula simple: genes + entorno = quienes somos. Clase tras clase, mis profesores me dijeron que, en lo referente a dar forma a la vida humana, los efectos de los genes y el entorno no se mezclan. La crianza estaba en una caja y la Naturaleza en otra. Durante mucho tiempo esto conformó la sabiduría convencional, hasta que de pronto dejó de ser así. Para la sorpresa de muchos científicos, las nuevas investigaciones sugieren que esta ecuación no puede estar más lejos de la verdad. Sólo porque tienes un cierto tipo de gen no significa que te afecta. Lo que determina quiénes somos es si esos genes se encienden o se apagan.

Un modo de pensar en esto es imaginar que el adn es como un piano53 dentro de las células. Las teclas del piano son nuestros genes, que pueden ser tocados de muchas formas. Algunas teclas nunca serán tocadas. Otras serán tocadas con frecuencia y en combinaciones estables. Parte de lo que te distingue de mí, y de todos los demás en el mundo, es cómo se presionan estas teclas. Ésta es la expresión génica. Es el recital genético dentro de tus células que desempeña un rol en el funcionamiento de tu cuerpo y tu mente.

Resulta que a nuestra voz interior le gusta tocar nuestras teclas genéticas. El modo en el que nos hablamos a nosotros mismos influye en qué teclas se tocan. El profesor de Medicina de la Universidad de California en Los Ángeles (ucla) Steve Cole54 ha dedicado su carrera a estudiar cómo la Naturaleza y la crianza colisionan en nuestras células. En el curso de numerosos estudios, él y sus colegas descubrieron que experimentar amenazas crónicas alimentadas por el diálogo interior influye en la forma en que se expresan los genes.

Cole y otros han descubierto que un conjunto similar de genes de la inflamación55 se expresa con más fuerza en personas que experimentan una amenaza crónica, sin importar si esos sentimientos surgen de percibirse solo, de lidiar con el estrés de la pobreza, o bien, de recibir el diagnóstico de una enfermedad. Esto sucede porque nuestras células interpretan la experiencia de la amenaza psicológica crónica como una situación visceralmente hostil parecida a ser atacado físicamente.

Cuando las conversaciones internas activan con frecuencia el sistema de amenaza a lo largo del tiempo, envían mensajes a las células que detonan la expresión de los genes de la inflamación, lo cuales nos protegen en el corto plazo, pero provocan daño en el largo plazo. Al mismo tiempo, las células que desempeñan funciones cotidianas normales, como mantener a raya patógenos virales, están suprimidas, lo que abre la puerta a dolencias e infecciones.56 A este efecto del diálogo interior, Cole le llama “muerte a nivel molecular”.

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