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NUESTRO ESTADO PREDETERMINADO

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Un mantra cultural extendido del siglo xx es la exhortación a vivir en el presente.4 Aprecio la sabiduría de esta máxima. En vez de sucumbir al dolor del pasado o a la ansiedad del futuro, aconseja que deberíamos concentrarnos en conectar con otros y con uno mismo en este momento. Y, aun así, como científico que estudia la mente humana, no puedo dejar de notar que este mensaje bien intencionado va en contra de nuestra biología. Los humanos no fuimos hechos para aferrarnos al presente todo el tiempo. Nuestros cerebros no evolucionaron para hacer eso.

En años recientes, los métodos innovadores que examinan cómo el cerebro procesa información y nos permite monitorear el comportamiento en tiempo real, han liberado los mecanismos ocultos de la mente humana. Al hacerlo, han revelado algo extraordinario sobre nuestra especie: pasamos de un tercio a la mitad de nuestra vida en vigilia sin vivir el presente.

Con la misma naturaleza con la que respiramos, nos “desconectamos” del aquí y el ahora, nuestro cerebro nos transporta a eventos pasados, a escenarios imaginados y otras cavilaciones internas. Esta tendencia es tan fundamental que tiene un nombre: nuestro “estado predeterminado”.5 Es la actividad a la que vuelve nuestro cerebro en automático cuando no está involucrado en otra cosa, y constantemente vuelve a ella, incluso cuando estamos comprometidos con algo. Sin duda has observado cómo tu propia mente deambula, por voluntad propia, cuando deberías enfocarte en alguna tarea. Nos escabullimos perpetuamente del presente hacia el mundo paralelo y no lineal de nuestra mente, succionados de forma involuntaria “hacia dentro” minuto a minuto. A la luz de lo anterior, la expresión “la vida de la mente” toma un significado nuevo y extendido: gran parte de nuestra vida es la mente. Entonces, ¿qué sucede comúnmente cuando escapamos hacia dentro?6

Nos hablamos a nosotros mismos.

Y escuchamos lo que decimos.

La humanidad ha luchado con este fenómeno desde los albores de la civilización.7 A los místicos cristianos primitivos los molestaba minuciosamente la voz en su cabeza que siempre se entrometía en su contemplación silenciosa.

Algunos incluso consideraban que estas voces eran demoniacas. Por la misma época, en Oriente, los budistas chinos teorizaban acerca del clima mental turbulento que podía nublar el paisaje emocional de una persona. Lo llamaban “pensamiento equivocado”. Y aun así muchas de estas culturas antiguas creían que su voz interior era una fuente de sabiduría, una creencia que apoya prácticas de varios milenios de antigüedad como la oración en silencio y la meditación (la filosofía personal de mi papá). El hecho de que múltiples tradiciones espirituales han temido la voz interior y también han notado su valor habla de las actitudes ambivalentes, que persisten hasta la fecha, hacia nuestras conversaciones internas.

Cuando hablamos sobre la voz interior, la gente se pregunta naturalmente sobre sus aspectos patológicos. Comúnmente comienzo las presentaciones preguntándole a la audiencia si se hablan a sí mismos en su cabeza. Invariablemente, muchas personas se sienten aliviadas al ver que otros levantan la mano junto con ellas. Por desgracia, las voces que normalmente escuchamos en la cabeza (que pertenecen, por ejemplo, a nosotros mismos, a la familia o a los colegas) a veces pueden degenerar en voces anormales, características de la enfermedad mental. En estos casos, la persona no cree que las voces surjan de su propia mente, sino que piensan que provienen de otra entidad (personas hostiles, extraterrestres y el gobierno, por nombrar algunas alucinaciones auditivas comunes). Es importante que, cuando hablamos acerca de la voz interior, la diferencia entre la enfermedad mental y el bienestar no es una cuestión de dicotomía —patológica versus saludable—, sino de cultura y de grado. Una peculiaridad del cerebro humano es que aproximadamente una de cada diez personas escucha voces y las atribuye a factores externos.8 Todavía intentamos comprender por qué sucede esto.

En resumen, todos tenemos una voz en la cabeza de alguna forma o figura. El flujo de palabras está tan integrado a nuestra vida interior que persiste incluso ante una disfunción vocal.9 Por ejemplo, algunas personas que tartamudean reportan hablar con mayor fluidez en su mente que en voz alta. Las personas sordas que usan el lenguaje de señas también se hablan a sí mismas, aunque tienen su propia forma de lenguaje. Implica hacerse señas a sí mismas en silencio,10 de modo similar a como la gente que sí escucha se habla a sí misma en privado. La voz interior es una característica básica de la mente.

Si alguna vez has repetido en silencio un número telefónico para memorizarlo, reproducido una conversación imaginando lo que deberías haber dicho o si te has animado verbalmente a ti mismo para superar un problema o destreza, entonces has empleado tu voz interna. La mayoría de la gente confía y se beneficia de la suya todos los días. Y cuando se desconectan del presente, comúnmente es para conversar con esa voz o para escuchar lo que tiene que decir, y tiene mucho que decir.

Nuestro flujo verbal de pensamiento es tan diligente que, de acuerdo con un estudio, internamente hablamos con nosotros mismos a un ritmo equivalente a decir cuatro mil palabras por minuto en voz alta.11 Para poner esto en perspectiva, considera que los discursos de los presidentes estadunidenses contemporáneos tienen alrededor de seis mil palabras y duran más de una hora.12 Nuestro cerebro crea casi la misma verborrea en tan sólo sesenta segundos. Esto significa que si estamos despiertos dieciséis horas en cualquier día, como sucede con la mayoría de nosotros, nuestra voz interior está activa la mitad de ese tiempo; teóricamente cada día nos podrían invitar a decir unos trescientos veinte discursos. La voz en tu cabeza habla muy rápido.

Aunque la voz interior funciona bien casi todo el tiempo, frecuentemente conduce al diálogo interior precisamente cuando más lo necesitamos —cuando estamos muy estresados, cuando hay mucho en juego y nos encontramos con emociones complejas y se requiere el máximo esfuerzo para conservar el equilibrio. A veces este diálogo interior llega en forma de un soliloquio disperso; a veces, es una conversación que tenemos con nosotros mismos. En ocasiones es una repetición compulsiva de eventos pasados (rumia); en otras, es la imaginación angustiante de eventos futuros (preocupación). Unas veces es una fijación en un sentimiento desagradable específico o noción. Como sea que se manifieste, cuando la voz interior se sale de control y el diálogo interior toma el micrófono mental, nuestra mente no sólo nos atormenta, sino que también nos paraliza. Puede empujarnos, además, a hacer cosas que nos sabotean.13

Y así es como una noche te descubres asomándote por la ventana de la sala de tu casa, sosteniendo un bate de beisbol graciosamente pequeño.

Tu diálogo interior

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