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Los versos de nuestro fabulista trasparentan una personalidad fuerte, sin duda forjada en los tristes avatares de su vida. En consonancia con ella, lo primero que apreciamos en su narrativa es un estilo vigoroso y directo, que parece menospreciar los adornos y busca aclarar cuanto le sea posible la utilidad moral de sus fábulas. En realidad, son escasos aquellos pasajes donde se muestra la vena lírica de nuestro poeta y, sin embargo, cuando esta aparece, uno tiene la impresión de que sólo conocemos una parte de su brillante talento literario. A veces, la rotunda convicción del escritor en la calidad de su obra y la confianza en que obtendrá la gloria que dice merecer 108 , nos hacen pensar que se han perdido otras obras suyas 109 ; no hay más indicios de ello, pero la turbulenta época en que vivió favorecería desde luego la posible desaparición de otros escritos, que, dada la ideología de Fedro, pudieran resultar peligrosos u ofensivos a algunos de los poderosos de su tiempo.

En mi opinión, es en algunos de los prólogos y epílogos donde Fedro alcanza los momentos de mayor inspiración, es decir, justamente cuando se ve libre de las leyes del género fabulístico, en el que ha introducido, como notable innovación, una serie de «reflexiones de autor» 110 , que vienen a ser un complemento de esos prólogos. Hay en éstos algunos pasajes destacados, donde muestra su excelente capacidad para expresar sentimientos. En el epílogo al libro II , cuando manifiesta con cierto halo de resignación su esperanza en un futuro incierto y más justo con sus merecimientos: «soportaré con el corazón endurecido la desgracia establecida por el destino hasta que la fortuna se avergüence de su error» (vv. 18-19). En el epílogo al libro III , cuando solicita la ayuda del poderoso Éutico con más escepticismo que humildad: «Es tu cometido; antes fue de otro; después, por un giro similar de las cosas, vendrá el turno de los siguientes. Decide según tu conciencia y la lealtad de tu palabra para que me alegre de depender de tu sentencia».

Este Fedro tan lírico poco tiene que ver con el narrador de fábulas austero y sentencioso que, como apunta C. Chaparro 111 , parece precipitarse en su necesidad de exponer la evaluación moral del relato, sin duda lo que más le importa. En realidad, la obra de Fedro está condicionada, como señaló Terzaghi hace muchos años, por las influencias unas veces armónicas y otras disonantes de la fabulística tradicional y de la sátira. Fedro era un escritor satírico que escribía fábulas, un género, que, si no es inadecuado para los modos satíricos, resulta claramente menos apropiado que el sermo horaciano, la diatriba o el epigrama.

El rasgo estilístico de nuestro fabulista que más se ha comentado es la famosa breuitas , pero, antes de referirnos a ella, hemos de mencionar otros rasgos peculiares de esa narración pragmática y radical que, como apunta A. Rostagni 112 , a veces no parece poesía:

1.°) La habilidad para representar las situaciones de sus personajes y la plasticidad de algunas imágenes revelan su evidente fuerza descriptiva. Así, en I 2, Las ranas que pidieron un rey , la brevedad no impide a nuestro autor reflejar con acierto la escena que tiene lugar en la charca después de que Júpiter arroje el madero: primero el miedo paralizante, luego la confianza de la primera rana que con sigilo asoma su cabeza y, finalmente, la agresividad libertina de la multitud; los adverbios subito, diutius, forte, tacite y certatim permiten al lector recrear la imagen en su imaginación con una idea del lugar, el tiempo y el movimiento sumamente verosímil: «un pequeño madero, lanzado repentinamente …permaneció sumergido en el lodo durante mucho tiempo hasta que una por casualidad sacó con sigilo la cabeza del estanque… Ellas, perdido el miedo, se acercan nadando a porfía » 113 . Muy distante de la insípida descripción que encontramos en la prosa esópica (Esopo, 44 114 ), aunque es evievidente que las intenciones literarias de su anónimo autor distaban grandemente de las del fabulista romano.

En otros muchos pasajes se aprecia también este característico rasgo de la narrativa fedriana, pero quizá merezca un comentario particular la imagen de los dos mulos, uno cargado de riquezas y otro de cebada, que encontramos en II 7: «El primero, rico por su carga, marchaba elevando la cerviz y repiqueteando su sonora campanilla; su compañero le seguía con paso tranquilo y apacible». Tampoco aquí la brevedad impide a Fedro orientarnos ya desde el inicio sobre la intención de la fábula, la confrontación entre los dos mulos: uno altanero y presumido («rico por su carga, marchaba elevando la cerviz y repiqueteando su sonora campanilla») y otro humilde y sin pretensiones («su compañero le seguía con paso tranquilo y sereno»). Algo así como Don Quijote y Sancho 115 .

2.°) Otro de los rasgos que más se ha destacado de la lengua de Fedro es, sin duda, su facilidad para la epitetación, en cierto modo corolario de la precisión léxica que ya apuntó Havet en sus antiguos estudios sobre el fabulista. Es este un rasgo que se aprecia fácilmente en cualquiera de sus fábulas y que parece responder a la necesidad que tiene nuestro autor de etiquetar a sus personajes para clarificar desde el primer momento el conflicto ético que subyace en sus narraciones. En I 1, enseguida se nos trasmite quién es el malvado, calificando al lobo de «ladrón de perversa garganta»; con más rapidez aún se nos dice en Ap . 26, donde, desde la primera palabra, la corneja es odiosa (cf. odiosa cornix super ovem …); algo parecido encontramos en III 13, donde la aparición de los zánganos coincide con su etiquetación: inertes . Así que el juicio moral sobre los protagonistas del relato no se desprende de su comportamiento en lo narrado, sino que Fedro se anticipa para que no haya dudas sobre quienes son los malos y quiénes los buenos; algo lógico, dada su empecinada lucha contra el improbus , aunque a veces haga perder gracia a la fábula que resulta excesivamente maniquea y carente de suspense .

La epitetación no sólo contribuye a la evaluación moral de los personajes, también es un elemento indispensable en la descripción, como se puede apreciar en el pasaje antes comentado de la fábula II 7; en ella, la celsa cervix del mulo cargado de riqueza contrasta con el gressus placidus et tranquilus del mulo cargado de cebada. Si los pasos de este mulo describen gráficamente su sencillez, los delicados pasos de Menandro en V 1 sirven para configurar, junto a otros epítetos, su amaneramiento («rociado de perfumes y con un rozagante vestido acudía con paso lánguido y delicado»).

En el capítulo de la epitetación, resulta llamativa también una cierta tendencia a presentar a los protagonistas de sus fábulas con la sustantivación de un adjetivo que señale alguna de las características físicas más peculiares de los distintos animales. En I 1, el cordero es el «lanudo» (laniger ), en I 11, el asno es el «orejudillo» (auritulus ), en IV 9, el macho cabrío es el «barbudo» (barbatus ), etc.

Ahora bien, en relación con este tema, entiendo que el rasgo más sobresaliente de la narrativa de Fedro es la constante utilización del participio de presente —generalmente en caso nominativo concertado con el sujeto que protagoniza la fábula— en su doble función nominal o verbal, para marcar el estado de ánimo, la disposición o situación en que se encuentra el personaje que va a entrar en acción. En I 1, el cordero habla timens; en I 5, la oveja patiens iniuriae se asocia con el león; en I 13, el ciervo mirans elogia sus cuernos; en II 2, un hombre cae en manos de una mujer celans annos elegantia; en III 2, la pantera imprudens cae en la fosa; etc. Se trata de un rasgo presente en al menos un 60 ó 70% de las fábulas, que, hasta donde nosotros conocemos, no ha sido destacado, y, sin embargo, parece contribuir de forma decisiva a la etiquetación moral de los personajes y a la conocida brevitas de nuestro fabulista.

3.°) Aunque no son muchas las fábulas en las que Fedro hace hablar a sus personajes, sin duda hay que mencionar como rasgo sobresaliente de su estilo la fluidez de sus diálogos. Resulta paradójico que, teniendo esa capacidad, la utilice tan poco; pero, en este punto como en otros, y en la línea de lo que comentábamos más arriba, uno tiene la impresión de que las posibilidades narrativas de Fedro están muy por encima de lo que apreciamos en sus fábulas.

Vamos a comentar dos, en las que este rasgo se muestra plenamente. En I 15, el diálogo breve y preciso es, sin embargo, muy gracioso. En III 15, el intercambio de frases entre los personajes es más extenso y entonces tenemos ocasión de apreciar las capacidades líricas de Fedro.

I 15 es la fábula del asno y el anciano; cuando éste ve venir al enemigo insta al animal a emprender la fuga, at ille lentus: «dime, ¿crees acaso que el vencedor me pondrá dos albardas?» senex negavit . «Entonces, ¿qué me importa a mí a quién sirva, mientras siga llevando una sola albarda?» 116 .

Pero, sin duda, es en III 15 donde Fedro manifiesta más emotividad, a propósito del diálogo entre el perro y el cordero. Toda la fábula es un alegato en favor de la adopción, en la que contrastan las agrias palabras del perro («Tonto, te has perdido; no está aquí tu madre») con las serenas pero firmes del cordero amamantado por la cabra: «No quiero a ésa que concibe por deseo, luego lleva un peso desconocido durante ciertos meses y, finalmente, deja caer su escurridiza carga. Quiero a aquella que me alimenta, acercándome su ubre, y engaña a sus hijos para que a mí no me falte la leche». Extrañamente, sin embargo, la fábula no ha sido imitada más que por los anónimos continuadores medievales de Fedro, y en sus versiones, muy cambiadas, los diálogos carecen de brillantez.

4.°) Pasemos ya a ocuparnos de la breuitas («brevedad»). Es el propio Fedro quien insiste en destacar este rasgo como uno de los más positivos de su obra. Lo hace en el prólogo al libro II , cuando considera su brevedad una recompensa para el lector («quisiera, lector, que lo recibieras con agrado, con la condición de que la brevedad te pague esta licencia). También aparece en el epílogo al libro III , cuando reclama a Éutico el premio que merece su brevedad por encima de otras cualidades de su obra (brevitatis nostrae praemium ut reddas peto) . Y, por último, en el epílogo al libro IV , cuando dice a Particulón que, si no estima su talento, apruebe al menos su brevedad (si non ingenium, certe brevitatem adproba) .

Aunque el propio autor no hubiera insistido en ello, ya hemos visto, al comentar otros rasgos de su obra, que efectivamente la brevedad es una marca muy distintiva de la poesía fedriana. Incluso el propio La Fontaine alude a ella como una característica del género y recuerda que Fedro fue criticado ya en su tiempo por su excesiva brevedad 117 . En general, es asunto muy discutido por la crítica: primero si es unacaracterística inherente al género y luego si en el arte de Fedro podemos considerarla positiva o negativamente. Éste y otros puntos se tratan en el artículo antes citado de César Chaparro, al que remitimos para quien quiera conocer más detalles y en el que, entre otras interesantes conclusiones, se señala cómo la breuitas de Fedro es de índole selectiva, lo que supone la abreviación de los elementos que no indican valoración moral de la fábula. A. Zapata, por su parte, al comentar la brevitas fedriana, se refiere al empleo frecuente de la perífrasis en las fábulas como un intento de caracterización concentrada del personaje 118 .

También en este caso la comparación con otras versiones de la misma fábula permite apreciar con mayor claridad la presencia de este rasgo estilístico en Fedro. Puede servir de ejemplo la famosa fábula de la nave agitada por los vientos (IV 18); la puesta en escena y el súbito cambio de las cosas las expone Fedro en cinco versos: «Una nave era agitada por crueles tempestades entre las lágrimas de los pasajeros y el miedo a la muerte, cuando repentinamente el día se serenó; la nave, ya segura, empezó a ser arrastrada por vientos favorables y a provocar en los marineros una alegría excesiva» La versión esópica (78) es mucho más prolija: «Unos subieron a un barco y se hicieron a la mar. Cuando estaban mar adentro se desató una violenta tempestad y poco faltó para que el barco se hundiera. Uno de los pasajeros, rasgándose las vestiduras invocaba a los dioses patrios con llanto y lamentaciones y prometía ofrecer sacrificios de acción de gracias si le salvaban. Pero al pasar la tormenta y llegar de nuevo la calma, dándose a la alegría se pusieron a bailar y saltar, como quienes han escapado de un peligro inesperado» 119 .

También la comparación entre los distintos relatos de La viuda y el soldado (Fedro, Ap . 15 y Petronio 110, 6-112, 8), permite apreciar con exactitud las características de la breuitas de Fedro, que a veces resulta un tanto árida, como lo atestigua el cortante final de esta fábula: («Así la desvergüenza ocupó el lugar de la honra») tan distinto del despreocupado y humorístico final de Petronio: «El soldado puso en práctica la idea de aquella mujer tan sagaz. Y al día siguiente, el pueblo se preguntaba maravillado cómo un muerto se habría subido a la cruz». Esta comparación descubre también otros rasgos importantes de la poética de Fedro como la insistente perspectiva ética frente a la amoralidad petroniana o la seriedad de algunos de sus relatos frente a la desenfadada comicidad de Petronio.

Fábulas. Fábulas. Fábulas de Rómulo.

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